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Jonás JONÁS

JONÁS
INTRODUCCIÓN
El libro de Jonás (Jon) ocupa el quinto lugar en la colección de los Doce Profetas, pero por su forma y su contenido difiere notablemente de los otros escritos proféticos. En estos últimos, efectivamente, se encuentran a veces relatos biográficos en prosa (cf. Os 1.2-9; 3.1-3; Am 7.10-17). Pero esos relatos ocupan, por lo general, un espacio reducido en el conjunto del libro, y no tratan de centrar toda la atención en la persona o en las acciones del profeta, sino que hacen resaltar algún aspecto del mensaje que él anuncia en nombre del Señor (cf., por ejemplo, Jer 7.1-15; 26.1-19). El libro de Jonás, en cambio, es en su totalidad una narración. En él hay un solo anuncio profético, que en el texto hebreo original consta apenas de cinco palabras. Todo el resto del relato está dedicado a contar las aventuras de un profeta del Dios de Israel, que, muy a pesar suyo, llevó a cabo exitosamente la misión que el Señor le había confiado.
Jonás no fue enviado, como los otros profetas, a predicar a su propio pueblo. Su destino era Nínive, la orgullosa capital del imperio asirio, cuya maldad no conocía límites (Jon 1.2). Como tantos pecados no podían quedar impunes, lo que el profeta debía anunciar a la ciudad pecadora era que sus días estaban contados: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida! (3.3-4).
Sin embargo, Jonás sabía muy bien que el Señor es un Dios tierno y compasivo (4.2), y que si los ninivitas se arrepentían de su mala conducta y de su violencia (3.8) obtendrían el perdón divino. De ser así, su anuncio profético no se cumpliría y él mismo quedaría convertido en falso profeta. De ahí su decisión de huir lejos de la presencia del Señor: en vez de dirigirse prontamente hacia el sitio indicado (cf. Gn 12.1-4; Is 6.8), Jonás tomó un barco que estaba a punto de salir para Tarsis, es decir, que se dirigía precisamente hacia el extremo opuesto (1.3 nota *).
Con este intento de fuga, Jonás encarna la figura del profeta rebelde y tiene que ser forzado a dar cumplimiento a su misión. Desde este punto de vista hay ciertas coincidencias entre la actitud de Jonás y la de otros profetas. También Moisés y Jeremías se resistieron, en un primer momento, a aceptar la misión que el Señor les encomendaba, porque se consideraban demasiado débiles para cargar con tan grave responsabilidad (Ex 4.1,10; Jer 1.6). Y el profeta Elías, cuando tuvo que huir al desierto para salvarse de sus perseguidores, suplicó al Señor, como Jonás, que le quitara la vida (1 R 19.4; cf. Jon 4.3). Pero una vez disipadas las dudas, aquéllos se sometieron a la voluntad del Señor y respondieron sin reservas al llamado divino (cf. Ex 4.18-20; 1 R 19.8; Jer 20.9,11). Jonás, por el contrario, lleva su desobediencia hasta el extremo: la conversión de los ninivitas lo entristece en lugar de alegrarlo y, lo que es más grave, no oculta su disgusto cuando Dios demuestra que está siempre dispuesto a perdonar a todo el que se arrepiente de su mal camino (4.2).
Jonás, de esta manera, personifica también al israelita de espíritu estrecho, que pretende excluir a los paganos de la salvación. Como él pertenecía al único pueblo que conocía y rendía culto al verdadero Dios (cf. 1.9,16), pensaba que todos los paganos estaban condenados irremediablemente y sin la menor posibilidad de arrepentimiento. Pero el Señor le hace ver que él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18.23,31-32), y que si una nación se aparta del mal, él ya no le envía el castigo que le tenía preparado (Jer 18.8; Jon 3.10).
El libro de Jonás anticipa así el mensaje contenido en la parábola del hijo pródigo (Lc 15.11-32) y en la de los trabajadores de la viña (Mt 20.1-16). El perdón de Dios supera los deseos y los cálculos de los hombres: Dios mantiene siempre su libertad de ser bueno con todos. Esta libertad no se ve restringida ni siquiera por la existencia de un oráculo profético que anuncia el castigo y la destrucción. Jonás no supo comprender esto y, por eso, el Señor, con palabras llenas de humor e ironía, le reprocha su egoísmo, su estrechez de miras y su falta de sensibilidad frente al amor, la compasión y la misericordia de Dios (cf. 4.11).
El simbolismo de la historia de Jonás ha pasado también al Nuevo Testamento. Jesús habla, en efecto, de la «señal de Jonás», relacionando de ese modo su propio destino con el de aquel profeta. Cuando le piden que confirme su autoridad profética con una señal milagrosa, él responde que no será dada otra señal que la del profeta Jonás, pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches dentro del gran pez, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches dentro de la tierra (Mt 12.40).
El siguiente esquema presenta, en forma resumida, los principales episodios de la historia de Jonás:
I. Jonás rebelde a su misión y arrojado al mar (1.1-16)
II. Jonás en el vientre del pez y su oración al Señor (2.1-11)
III. La predicación de Jonás y la conversión de los ninivitas (3.1-10)
IV. El enojo del profeta y la respuesta de Dios (4.1-11)

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