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Isaías ISAÍAS

ISAÍAS
INTRODUCCIÓN
El profeta Isaías era un ciudadano de Jerusalén, la capital del reino de Judá. Fue llamado a ejercer la misión profética hacia el año 740 a.C. (cf. Is 6.1) y desarrolló su actividad hasta fines del siglo VIII a.C. Tuvo por lo menos dos hijos (7.3; 8.3-4), cuyos nombres simbolizaban aspectos importantes de su mensaje. Su esposa es llamada la profetisa (8.3), lo que no implica necesariamente que haya profetizado ella misma, como lo hicieron otras mujeres en Israel (cf. Ex 15.20; Jue 4.4; 2 R 22.14). Tal vez quiere decir, simplemente, que era la esposa del profeta y que sus hijos habían sido puestos por el Señor como señales vivientes para el pueblo de Israel (cf. Is 8.18).
El texto bíblico no da indicaciones concretas sobre la vida y la condición social de Isaías. Sin embargo, algunos indicios diseminados en los caps. 1—39 permiten afirmar que fue una persona de reconocida autoridad e influencia en la corte real y que quizá pertenecía a la aristocracia de Jerusalén. Los indicios más significativos son la facilidad con que podía presentarse ante los reyes (7.3-17; 39.3; cf. 37.2), su activa participación en los asuntos del reino (cf., por ejemplo, 37.5-7) y su vinculación con algunos sacerdotes y altos funcionarios de Jerusalén (8.2).
En tiempos de Isaías, el reino de Judá estuvo constantemente amenazado por los ataques del enemigo. Al comienzo mismo de su misión profética, los reinos de Israel y de Damasco se aliaron contra el rey Ahaz en la llamada guerra siro-efraimita (7.1-2). Más tarde, Jerusalén soportó la invasión y el asedio del rey asirio Senaquerib (cf. caps. 36—37). Otro hecho de enorme importancia, acaecido también durante la vida del profeta, fue la desaparición del reino de Israel: en el año 721 a.C., Samaria fue sitiada y destruida por los asirios, con lo cual llegó a su fin la historia del reino del Norte (cf. 2 R 17.3-6).
El contenido del libro de Isaías (Is) puede dividirse en tres grandes secciones. En la primera (caps. 1—39), el profeta condena severamente los pecados e infidelidades de su pueblo. Para Isaías, el Señor era, ante todo, el Dios Santo de Israel (1.4; 5.19,24; 10.20), que pedía justicia en las relaciones sociales y sinceridad en el culto que se le tributaba. Pero allí donde el Señor esperaba justicia, no se escuchó otra cosa que el clamor de los oprimidos (5.7); y el culto celebrado en el Templo no era agradable a sus ojos, porque los que presentaban sacrificios y ofrendas tenían las manos manchadas de sangre (1.15).
El mensaje de Isaías está muy ligado a los acontecimientos históricos de su época. Así, por ejemplo, el llamado «libro del Emanuel» (caps. 7—12) relata la actividad del profeta durante la llamada guerra siro-efraimita. También intervino activamente cuando Jerusalén fue asediada por Senaquerib (701 a.C.). Dirigió gran parte de su mensaje a los responsables políticos y militares de Judá (cf. 9.1-2), sobre todo a los que esperaban salvar a la nación entablando negociaciones con otros países (cf. 30.1-5). En todas estas intervenciones, Isaías aparece como el profeta de la fe: sólo la inquebrantable confianza en el Señor, y no las alianzas con naciones extranjeras, podía traer la salvación a Israel (7.8-9).
Esta sección incluye también otra serie de mensajes proféticos provenientes de distintas épocas: oráculos contra las naciones paganas (caps. 13—23), el apocalipsis de Isaías (caps. 24—27), poemas (caps. 34—35) y pasajes narrativos (caps. 36—39).
La segunda sección del libro de Isaías (caps. 40—55) se abre con un mensaje de consolación a los israelitas deportados a Babilonia (40.1). Ya no se escuchan palabras de juicio y de condenación, sino que el profeta anuncia a los exiliados, en nombre del Señor, que muy pronto serían devueltos a la patria de la que habían sido desterrados. Ciro, rey de los persas, era el instrumento elegido por el Señor para llevar a cabo esta liberación (véase 41.2 n.), descrita a veces como un nuevo éxodo (43.18-19).
Para darle más fuerza a su mensaje, el profeta recurre una y otra vez al tema de la creación: Dios es el creador de todas las cosas y todo está bajo su dominio. Este Dios poderoso, que eligió a Israel, lo entregó en manos de sus enemigos a causa de sus pecados (43.28; 47.6). Pero no se ha olvidado de él, sino que con el mismo poder desplegado en la creación pronto liberará a su pueblo (40.28-31; 51.13-16).
En esta segunda parte del libro se destacan los poemas del Siervo del Señor (véase 42.1-9 n.). Éstos presentan al perfecto discípulo del Señor, que proclama la verdadera fe, soporta duros padecimientos para expiar los pecados de su pueblo y es glorificado por Dios. Desde sus comienzos, la iglesia cristiana ha reconocido en estos poemas el anuncio misterioso de la muerte redentora y de la glorificación de Jesús, el Siervo del Señor por excelencia.
La tercera y última parte (caps. 56—66) contiene mensajes proféticos referidos a temas diversos: advertencias sobre el verdadero ayuno (58.1-12) y la observancia del sábado (58.13-14), críticas a los malos gobernantes (56.9-12), denuncias del falso culto y de perversiones morales y religiosas (57.4-5,9; 65.4; 66.3). Esto hace pensar que los destinatarios de estos mensajes proféticos ya no eran, como en la segunda parte, los deportados a Babilonia, sino los que habían regresado a su patria y luchaban por reconstruir la nación en medio de dificultades internas y de amenazas externas. Para combatir la desesperanza colectiva (cf. 59.9-10), el profeta declara que el pecado es el que retrasa la llegada de la salvación definitiva (59.9) y reafirma la fidelidad del Señor a sus promesas. El va a crear un cielo nuevo y una tierra nueva (65.17; 66.22), hará brillar sobre Jerusalén una luz resplandeciente (60.1) y todas las naciones verán su gloria (62.2).
El siguiente esquema presenta las secciones que integran este libro profético:
I. Primera parte (1—39)
1. Mensajes acerca de Jerusalén y de Judá (1—6)
2. El libro del Emanuel (7—12)
3. Mensajes sobre los pueblos extranjeros (13—23)
4. El apocalipsis de Isaías (24—27)
5. Diversos poemas sobre Israel y Judá (28—35)
6. Apéndice histórico (36—39)
II. Segunda parte: la consolación de Israel (40—55)
III. Tercera parte (56—66)

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