Sábado 17 de Septiembre 2016
Punto de gracia
Sermón
Locations & Times
Punto de Gracia
Av Juan Escutia 1850, Los Mezquites, 31110 Chihuahua, Chih., México
Saturday 11:40 AM
TERMINE CON FUERZA
Un corazón que resiste
(Por Max Lucado)
Una cosa es empezar algo, y otra enteramente diferente, completarlo.
Al leer lo anterior, quizá usted deduzca que este tema trata acerca de la importancia de terminar todo.
Si piensa así, tranquilícese. «No empiece lo que no puede terminar» no es uno de mis puntos. No le voy a decir nada respecto a lo que se usa para pavimentar el camino al infierno. Para serle franco, no creo que usted debería terminar todo lo que empieza. (Todo estudiante con deberes debe haber abierto bien los ojos.) Hay ciertos proyectos que es mejor dejarlos a medias, y otros que sabiamente hay que abandonar. (Sin embargo, no pondría los deberes escolares en esa lista.)
Podemos obsesionarnos tanto con concluir algo que nos cegamos a la eficacia. Sencillamente porque haya un proyecto sobre la mesa, eso no quiere decir que uno no lo puede devolver al estante. No; mi deseo no es convencerlo de que termine todo lo que comienza. Mi deseo es animarle a que termine lo que debe terminar. Ciertas carreras son opcionales, como la de aprender un idioma, o tomar un curso de lectura rápida. Otras carreras son esenciales, como la carrera de la fe. Considere esta admonición del autor de Hebreos: «Corramos la carrera que tenemos por delante, sin cejar nunca» (véase Hebreos 12.1 ).
LA CARRERA
Si hubiera habido fútbol en el Antiguo Testamento estoy seguro de que los escritores hubieran hablado de goles y tiros libres; pero no lo había, así que hablaron de correr. La palabra carrera procede del griego agon , de donde procede nuestra palabra agonía . La carrera del cristiano no es un trote por hacer ejercicios, sino una carrera exigente, agotadora, y algunas veces agonizante. Se requiere esfuerzo masivo para terminar con fuerza.
Lo más probable es que usted ya haya notado que muchos no la terminan así. ¿Ha observado cuántos se quedan a un lado del sendero? Solían correr. Hubo un tiempo en que se mantenían al paso. Pero se cansaron. No pensaron que la carrera sería tan ardua. Acaso se desanimaron cuando alguien se tropezó con ellos, o se intimidaron por algún otro corredor. Cualquiera que haya sido la razón, ya no corren. Pueden ser cristianos. Tal vez asistan a la iglesia. Tal vez depositan un peso en el plato de la ofrenda y calientan una banca, pero sus corazones no están en la carrera. Se retiraron antes de tiempo. A menos que algo cambie, su mejor obra habrá sido la primera, y la concluyeron con un quejido.
En contraste la mejor obra de Jesús es su obra final, y su paso más fuerte fue el último. Nuestro Maestro es el ejemplo clásico de uno que resistió. El escritor de Hebreos pasa a decir que Jesús perseveró a pesar de «que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo». La frase implica que Jesús podría haber cedido. El corredor podía haberse dado por vencido, haber tomado asiento o irse a casa. Podía haber abandonado la carrera. Pero no la abandonó. Perseveró a pesar de que los malos le estaban haciendo mal.
LA RESISTENCIA
¿Ha pensado usted en las cosas malas que le hicieron a Cristo? ¿Puede usted pensar en las ocasiones en que Jesús podía haberse dado por vencido? ¿Qué tal en la tentación? Usted y yo sabemos lo que es soportar un momento de tentación o una hora de tentación, e incluso un día de tentación. Pero, ¿cuarenta días? Eso fue lo que Jesús enfrentó. «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo» ( Lucas 4.1–2 ).
Podemos imaginarnos la tentación en el desierto como tres eventos aislados en un lapso de cuarenta días. Ojalá hubiera sido así. En realidad la tentación de Jesús fue incesante; «el diablo tentó a Jesús por cuarenta días». Satanás atrapó a Jesús como una camisa y no quería soltarlo. A cada paso le susurraba al oído. En cada recodo del sendero le sembraba duda. ¿Sufrió Jesús el impacto del diablo? Evidentemente que sí. Lucas no dice que Satanás trató de tentar a Jesús. El versículo no dice que el diablo intentó tentar a Jesús. El pasaje es claro: «el diablo tentó a Jesús». Jesús fue tentado , fue probado . ¿Tentado a cambiar de lados? ¿Tentado a irse a casa? ¿Tentado a conformarse con un reino en la tierra? No lo sé, pero sí sé que fue tentado. Una guerra rugía en su interior. La tensión atacaba por fuera. Puesto que fue tentado, podía haber abandonado la carrera. Pero no lo hizo. Siguió corriendo.
La tentación no lo detuvo, ni tampoco las acusaciones. ¿Puede imaginarse lo que sería correr una carrera y que lo critiquen los espectadores?
Hace algunos años participé en una carrera de cinco kilómetros. Nada serio; simplemente un trote por el barrio para levantar fondos para una obra de beneficencia. No siendo el más sabio de los corredores, arranqué a un paso imposible. En menos de un kilómetro ya me estaba faltando el aire. Algunos espectadores me animaban con simpatía a que siguiera. Una señora compasiva me extendió un vaso de agua, otra me roció con una manguera. Nunca había visto a esas personas, pero eso no importaba. Necesitaba una voz de aliento, y me la dieron. Animado por su estímulo, seguí corriendo.
¿Qué tal si en los momentos más duros de la carrera hubiera oído voces de acusación y no de estímulo? Y ¿qué tal si las acusaciones no procedieran de extraños que yo pudiera descartar sino de mis propios vecinos y familiares?
¿Le gustaría que alguien le gritara estas palabras mientras corre?
«¡Oye, mentiroso! ¿Por qué no haces algo honrado con tu vida» (véase Juan 7.12 ).
«Aquí viene el extranjero. ¿Por qué no te vas al lugar de donde viniste?» (véase Juan 8.48 ).
«¿Desde cuándo dejan a los hijos del diablo correr en esta competencia?» (véase Juan 8.48 ).
Eso fue lo que le ocurrió a Jesús. Su propia familia le tildó de lunático. Sus vecinos incluso lo trataron peor. Cuando Jesús regresó a su población natal trataron de despeñarlo por un precipicio ( Lucas 4.29 ). Pero Jesús no dejó de correr. Las tentaciones no lo detuvieron. Las acusaciones no lo derrotaron, ni tampoco la vergüenza lo descorazonó.
Le invito a pensar con cuidado en la prueba suprema que Jesús enfrentó en la carrera. Hebreos 12.2 ofrece esta afirmación que intriga: «[Jesús] menospreció el oprobio». Otra traducción dice que aceptó la vergüenza como si fuera nada.
La vergüenza es un sentimiento de desgracia, bochorno y humillación. Discúlpeme por atizar sus recuerdos, pero, ¿no tiene usted un momento vergonzoso en su historia? ¿Puede imaginarse el horror que sentiría si todo mundo lo supiera? ¿Qué tal si una cinta de video de ese evento fuera presentada frente a su familia y amigos? ¿Cómo se sentiría?
Así fue exactamente como Jesús se sintió. ¿Por qué? preguntará usted. Él nunca hizo nada vergonzoso . No; pero nosotros sí. Y puesto que en la cruz Dios le hizo pecado ( 2 Corintios 5.21 ), Jesús quedó cubierto de vergüenza. Fue avergonzado ante su familia. Totalmente desnudo delante de su propia madre y seres queridos. Avergonzado ante sus compatriotas. Obligado a cargar una cruz hasta que el peso le hizo tropezar. Avergonzado ante su iglesia. Los pastores y ancianos de sus días se mofaron de Él, insultándole. Avergonzado ante la ciudad de Jerusalén. Condenado a morir la muerte de un criminal. Lo más probable es que los padres le señalaban con el dedo a la distancia, y les decían a sus hijos: «Eso es lo que les pasa a los malos».
Pero la vergüenza ante los hombres no se comparó con la vergüenza que Jesús sintió ante su Padre. Nuestra vergüenza individual parece demasiada para soportarla. ¿Puede imaginarse la vergüenza colectiva de toda la humanidad? Una oleada de vergüenza sobre otra cayó sobre Jesús. Aun cuando jamás engañó, fue declarado convicto como un engañador. Aun cuando nunca robó nada, el cielo lo consideró ladrón. Aun cuando nunca mintió, se le consideró un mentiroso. Aun cuando nunca le dio cabida a la lujuria, llevó la vergüenza del adúltero. Aun cuando siempre creyó, soportó la desgracia del incrédulo.
Tales palabras levantan una pregunta urgente: ¿Cómo? ¿Cómo soportó tal desgracia? ¿Qué le dio a Jesús la fortaleza para soportar la vergüenza de todo el mundo? Necesitamos una respuesta, ¿verdad? Como Jesús, somos tentados. Como Jesús, se nos acusa. Como Jesús, se nos avergüenza. Pero a diferencia de Jesús, nos damos por vencidos. Nos rendimos. Nos sentamos. ¿Cómo podemos seguir corriendo como Jesús lo hizo? ¿Cómo pueden nuestros corazones tener la resistencia que Jesús tuvo?
Enfocando lo que Jesús enfocó: «el gozo puesto delante de Él» ( Hebreos 12.2 ).
LA RECOMPENSA
Este versículo bien podría ser el más grande testimonio jamás escrito respecto a la gloria del cielo. Nada se dice de calles de oro ni de alas de ángeles. No se hace referencia a festejos ni a música. Incluso la palabra cielo está ausente en este versículo. Pero aun cuando la palabra falta, el poder no.
Recuerde, el cielo no era extraño para Jesús. Él es la única persona que vivió en la tierra después de haber vivido en el cielo. Como creyentes usted y yo viviremos en el cielo después de nuestro tiempo en la tierra, pero Jesús hizo exactamente lo opuesto. Conocía el cielo antes de venir a la tierra. Sabía lo que le esperaba a su regreso. El saber lo que le esperaba en el cielo le permitió soportar la vergüenza en la tierra.
Aceptó la vergüenza como si nada debido al gozo que Dios puso delante de Él (véase de nuevo Hebreos 12.2 ). En sus momentos finales Jesús enfocó su vista en el gozo que Dios puso delante de Él. Enfocó el premio del cielo. Al enfocar la vista en el premio, pudo no solo terminar la carrera, sino terminarla con fuerza.
Estoy haciendo todo lo posible por hacer lo mismo. En una odisea mucho menos significativa, yo también estoy procurando terminar con fuerza. Usted está leyendo el penúltimo capítulo de este libro. Por más de un año he vivido estas páginas: elaborando pensamientos, puliendo párrafos, buscando el mejor verbo, y escarbando por conclusiones más fuertes. Ahora, el fin está a la vista.
Escribir un libro es como correr una carrera de distancia. Hay el estallido inicial de entusiasmo. Luego la energía se reduce. Usted piensa seriamente en abandonarlo todo, pero entonces un capítulo le sorprende con una cuesta abajo. Ocasionalmente una idea le inspira. A menudo un capítulo lo agota; y eso para no mencionar las interminables revisiones exigidas por los implacables editores. Pero la mayoría del trabajo tiene el ritmo de una carrera de larga distancia: larga, algunas veces en tramos solitarios a ritmo constante.
Hacia el final, con la línea de llegada y el contentamiento de los editores a la vista, llega un adormecimiento de los sentidos. Usted quiere terminar con fuerza. Busca la intensidad que tenía meses atrás, pero la provisión es escasa. Las palabras se nublan, las ilustraciones se juntan, y la mente se adormece. Usted necesita un puntapié, necesita un impulso, necesita inspiración.
¿Puedo decirle dónde la hallo? (Esto le va a sonar raro, pero tenga paciencia.) A través de años durante los cuales he escrito por lo menos un libro al año, he desarrollado un ritual. Al terminar un proyecto disfruto de un ritual de celebración. No uso champaña ni reparto puros, pero he hallado algo mucho más dulce. Tiene dos fases.
La primera es un momento de quietud ante Dios. El momento en que el manuscrito está en el correo, busco un lugar solitario y me detengo. No digo mucho y, por lo menos hasta aquí, tampoco Dios. El propósito no es hablar tanto como disfrutar. Disfrutar de la dulce satisfacción de una tarea concluida. ¿Existe un mejor sentimiento? El corredor siente la cinta contra su pecho. Ha terminado. Qué dulce el vino al final de la jornada. Así que por unos pocos momentos Dios y yo lo saboreamos juntos. Colocamos una bandera sobre el pico del Everest y disfrutamos del paisaje.
Entonces (esto le va a sonar verdaderamente ordinario), me voy a comer. Tengo la tendencia a saltarme comidas durante la recta final, así que tengo hambre. Un año fue en un restaurante mexicano junto al río San Antonio. Otro año fue servicio a la habitación y un juego de baloncesto. El año pasado fui a comer pescado en un café. Algunas veces Denalyn me acompaña; otras veces me voy a comer solo. El alimento puede variar, y la compañía puede cambiar, pero una regla sigue constante. En toda la comida no me permito pensar sino en una sola cosa. He terminado . No me permito hacer planes para el futuro. No permito la consideración de las tareas de mañana. Me sumerjo en un mundo de fantasía y pretendo que la mejor obra de mi vida ha quedado completa.
Durante esa comida, en una manera diminuta, comprendo en donde Jesús halló su fuerza. Él alzó sus ojos más allá del horizonte y vio la mesa. Enfocó el banquete. Lo que vio le dio fuerza para terminar, y terminar con fuerza.
Tales momentos nos aguardan. En un mundo ajeno a los músculos abdominales y la lectura rápida tomaremos nuestro lugar a la mesa. En una hora que no tiene fin descansaremos. Rodeados de santos y de Jesús mismo, el trabajo, a la verdad, habrá concluido. La cosecha final será recogida, nos sentaremos, y Cristo bendecirá la comida con estas palabras: «Bien, buen siervo y fiel» ( Mateo 25.23 ).
Y en ese momento, la carrera bien habrá valido la pena.
También pido que les sean iluminados los ojos del corazón para que conozcan la esperanza a la que Él los ha llamado, la riqueza de su gloriosa herencia en los santos.
EFESIOS 1.18 (NVI)
CONCLUSIÓN
PONGA SUS OJOS EN CRISTO
Hay veces cuando vemos. Y hay veces cuando vemos . Permítame mostrarle lo que quiero decir:
Todo cambia la mañana en que usted ve el letrero «se vende» en el bote de su vecino. Su bote de lujo. Es el bote de pesca que usted ha codiciado durante los tres años pasados. De súbito nada más importa. Una atracción gravitacional atrae su vehículo hacia la vereda. Usted lanza un suspiro como si su sueño reluciera al sol. Le pasa los dedos y apenas roza el borde, y hace una pausa solo para limpiarse la saliva que le corre y cae por la camisa. Al contemplarlo, usted se transporta mentalmente al lago Tamapwantee, y es como si existieran solo usted, las aguas cristalinas y su bote de lujo.
O tal vez el siguiente párrafo le describe mejor:
Todo cambia el día en que lo ve entrar en su clase de inglés. Pavonéandose lo suficiente como para causar buena impresión. Suficientemente listo como para tener clase. No camina demasiado rápido como para parecer nervioso, ni tampoco tan lento como para darse ínfulas. Usted lo ha visto antes, pero solo en sueños. Ahora está realmente allí, y no puede quitarle la vista de encima. Cuando la clase se acaba usted ha memorizado cada rizo y cada pestaña. Cuando se acaba el día, usted ha resuelto que será suyo.
Hay ocasiones cuando vemos. Y hay ocasiones cuando vemos . Hay veces cuando observamos, y hay ocasiones cuando memorizamos. Hay veces cuando notamos, y hay veces cuando estudiamos. La mayoría sabemos lo que quiere decir ver un nuevo bote o un nuevo joven... pero ¿sabemos lo que sería ver a Jesús? ¿Sabemos lo que sería poner «los ojos en Jesús»? ( Hebreos 12.2 ).
Hemos pasado los últimos doce capítulos mirando a lo que sería ser como Jesús. El mundo nunca ha conocido un corazón tan puro, ni un carácter tan impecable. Su oído espiritual es tan agudo que nunca ha perdido un susurro celestial. Su misericordia es tan abundante que nunca ha perdido una oportunidad para perdonar. Ninguna mentira salió de sus labios, ni ninguna distracción enturbió su visión. Tocó cuando otros se retrajeron. Perseveró cuando otros se rindieron. Jesús es el modelo máximo para toda persona. Lo que hemos hecho en estas páginas es precisamente lo que Dios le invita a hacer por el resto de su vida. Le insta a que ponga sus ojos en Jesús. El cielo le invita a que fije el lente de su corazón en el corazón del Salvador y le haga el objeto de su vida. Por esa razón quiero que concluyamos nuestro tiempo juntos con esta pregunta: ¿Qué quiere decir ver a Jesús?
Los pastores pueden decírnoslo. Para ellos no fue suficiente ver a los ángeles. Usted pensaría que debían haberlo estado. El cielo nocturno se llenó de luz. La quietud prorrumpió en canto. Los humildes pastores se despertaron y se pusieron de pie al coro de ángeles: «¡Gloria a Dios en las alturas!» Estos hombres jamás habían visto tal esplendor.
Pero no fue suficiente ver ángeles. Los pastores querían ver al que había enviado a los ángeles. Puesto que no se darían por satisfechos sino hasta verlo, usted puede rastrear la larga hilera de los que buscan a Jesús hasta el pastor que dijo: «Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos» ( Lucas 2.15 , cursivas añadidas).
No muy atrás de los pastores había un hombre llamado Simeón. Lucas nos dice que Simeón era un hombre bueno que servía en el templo al tiempo del nacimiento de Jesús. Lucas también nos dice: «Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor» ( Lucas 2.26 ). Esta profecía se cumplió apenas pocos días después de que los pastores vieron a Jesús. De alguna manera Simeón supo que el bulto envuelto en frazadas que vio en los brazos de María era el Dios Todopoderoso. Para Simeón ver a Jesús fue suficiente. Ahora estaba listo para morir. Algunos no quieren morir sin haber visto el mundo. El sueño de Simeón no era tan tímido. No quería morir sin haber visto al que hizo al mundo. Tenía que ver a Jesús.
Oró: «Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación» ( Lucas 2.29–30 , cursivas añadidas).
Los magos tenían el mismo deseo. Como Simeón, querían ver a Jesús. Como los pastores, no quedaron satisfechos con lo que vieron en el cielo nocturno. No es que la estrella no haya sido espectacular. No es que la estrella no haya sido histórica. Ser testigo del orbe centelleante era un privilegio, pero para los magos no fue suficiente. No fue suficiente ver la luz sobre Belén; tenían que ver la Luz de Belén. Fue a Él al que fueron a ver.
¡Y triunfaron! Todos triunfaron. Más impresionante que su diligencia fue la disposición de Jesús. ¡Jesús quería que lo vieran! Sea que vinieran del potrero o del palacio, sea que vivieran en el templo o entre las ovejas, sea que su regalo fuera oro o la sincera sorpresa ... a todos les dio la bienvenida. Busque algún ejemplo de alguna persona que anhelaba ver al infante Jesús y que se le impidió. No lo encontrará.
Encontrará ejemplos de los que no lo buscaron. Aquellos, como el rey Herodes, que se contentaban con menos. Aquellos, como los líderes religiosos que preferían leer sobre Él antes que verlo. La proporción entre los que no lo vieron y los que lo buscaron es de mil a uno. Pero la proporción entre los que lo buscaron y los que le hallaron siempre fue de uno a uno. Todos los que lo buscaron lo hallaron . Mucho antes de que se escribieran las palabras, la promesa fue ratificada: «Dios ... es galardonador de los que le buscan» ( Hebreos 11.6 ).
Los ejemplos continúan. Considere a Juan y a Andrés. Ellos, también, fueron recompensados. Para ellos no fue suficiente escuchar a Juan el Bautista. La mayoría se hubiera contentado con servir a la sombra del evangelista más famoso del mundo. ¿Podría haber un mejor maestro? Solo uno. Y cuando Juan y Andrés lo vieron, dejaron a Juan el Bautista y siguieron a Jesús. Note la petición que hicieron.
«Rabí», le preguntaron, «¿dónde moras?» ( Juan 1.38 ). Petición audaz. No le pidieron a Jesús que les diera un minuto, o una opinión, o un mensaje, o un milagro. Le preguntaron su dirección domiciliaria. Querían quedarse con Él. Querían conocerle. Querían saber qué le hacía volver la cabeza, y que su corazón ardiera y que su alma suspirara . Querían estudiar sus ojos y seguir sus pasos. Querían verle. Querían saber qué le hacía reír y si alguna vez se cansaba. Pero, sobre todo, querían saber: ¿Era Jesús todo lo que Juan dijo que era; y si lo era, qué estaba haciendo Dios en la tierra? No se puede encontrar respuesta a esa pregunta hablando con el primo; hay que hablar con la persona misma.
¿La respuesta de Jesús a los discípulos? «Venid y ved» (v. 39 ). No les dijo: «Vengan y echen un vistazo», ni tampoco «vengan y atisben». Les dijo: «Vengan y vean». Traigan sus bifocales y binoculares. Este no es el momento para echar vistazos de reojo o atisbos ocasionales. «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe» ( Hebreos 12.2 , NVI).
El pescador fija sus ojos en el bote. La joven fija sus ojos en el joven. Los discípulos fijan sus ojos en el Salvador.
Eso fue lo que Mateo hizo. Mateo, si usted recuerda, se convirtió en su trabajo. Según su historial, era un recaudador de impuestos del gobierno. Según sus vecinos, era un pillo. Tenía en una esquina una oficina de recolección de impuestos y una mano extendida. Allí estaba el día en que vio a Jesús. «Sígueme» le dijo el Maestro, y Mateo lo hizo. En el versículo que sigue encontramos a Jesús sentado a la mesa de Mateo cenando (véase Mateo 9.10 ).
Una conversación en la vereda no hubiera satisfecho su corazón, así que Mateo llevó a Jesús a su casa. Algo ocurre en la mesa de la cena que no ocurre en el escritorio en la oficina. Sáquese la corbata, encienda el asador, destape los refrescos, y pase la noche con el que colgó las estrellas en su sitio. «¿Sabes, Jesús? Discúlpame por preguntarte esto, pero siempre quise saber...»
De nuevo, aun cuando el hecho de extender la invitación es impresionante, la aceptación lo es mucho más. A Jesús no le importaba que Mateo fuera ladrón. A Jesús no le importaba que Mateo viviera en una casa de dos pisos con las ganancias de su extorsión. Lo que le importó fue que Mateo quería conocer a Jesús, y puesto que Dios «es galardonador de los que le buscan» ( Hebreos 11.6 ), Mateo fue recompensado con la presencia de Cristo en su casa.
Por supuesto, tiene sentido que Jesús pasara tiempo con Mateo. Después de todo Mateo fue una selección de primera clase, perfecto para escribir el primer libro del Nuevo Testamento. Jesús pasa el tiempo solo con tipos grandes como Mateo y Andrés y Juan, ¿verdad?
¿Puedo contrarrestar esa opinión con un ejemplo? Zaqueo distaba mucho de ser un tipo grande. Era pequeño, tan pequeño que no podía ver por encima de la muchedumbre que llenaba la calle el día en que Jesús llegó a Jericó. Por supuesto que la multitud tal vez le hubiera abierto paso a sus codazos para dejarle llegar al frente, excepto que él, como Mateo, era un cobrador de impuestos. Pero él, como Mateo, tenía en su corazón hambre por ver a Jesús.
No fue suficiente quedarse detrás de la muchedumbre. No fue suficiente atisbar con un telescopio de cartón. No fue suficiente oír a alguna otra persona describir el desfile del Mesías. Zaqueo quería ver a Jesús con sus propios ojos.
Así que se subió a un árbol. Vestido con un lujoso traje de tres piezas y zapatos italianos de calidad, se encaramó a un árbol esperando ver a Jesús.
Me pregunto si usted estaría dispuesto a hacer lo mismo. ¿Se subiría a una rama para ver a Jesús? No todo mundo lo haría. En la misma Biblia en que leemos acerca de Zaqueo encaramándose a una rama, leemos de otro joven funcionario. A diferencia de Zaqueo, la multitud le abrió paso. Era el... ¡ejem!... el rico , el joven rico. Al enterarse de que Jesús estaba por allí, pidió su limusina y atravesó la ciudad y se acercó al carpintero. Por favor, note la pregunta que tenía para Jesús: «Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna?» ( Mateo 19.16 , VP).
Como quien dice, este funcionario era un hombre con los pies en el suelo. No tenía tiempo para formalismo y conversaciones. «Vamos derecho al grano. Tu horario está lleno; lo mismo que el mío. Dime cómo puedo ser salvo, y te dejaré en paz».
No hay nada de malo en la pregunta, pero había un problema en su corazón. Contraste su deseo con el de Zaqueo: «¿Puedo encaramarme a ese árbol?»
O Juan y Andrés: «¿Dónde moras?»
O Mateo: «¿Puedes quedarte esta noche?»
O Simeón: «¿Puedo estar vivo hasta que lo vea?» O los magos: «Ensillen los camellos.
No nos detendremos hasta que le veamos». O los pastores: «Vamos ... y veamos».
¿Ve la diferencia? El joven rico quería la medicina. Los otros querían al Médico. El joven quería una respuesta a su acertijo. Ellos querían al Maestro. El joven estaba apurado. Los otros tenían todo el tiempo del mundo. Él se conformó con una taza de café por la ventana de servicio a los automóviles. Ellos no se conformarían con nada menos que una cena completa en una mesa de banquete. Ellos querían más que salvación. Querían al Salvador. Querían ver a Jesús.
Eran fervientes en su búsqueda. Una traducción de Hebreos 11.6 dice: «Dios recompensa a los que le buscan fervientemente ».
Otra dice: «Dios ... recompensa a los que le buscan sinceramente » (cursivas añadidas).
La versión Reina Valera de 1960 dice: «Dios ... es galardonador de los que le buscan».
Diligentemente es una gran expresión. Sea diligente en su búsqueda. Busque con hambre, incansablemente en su peregrinaje. Que este libro sea solo uno de las docenas que usted leerá sobre Jesús y que esa hora sea una de los cientos que usted usará buscándole. Aléjese de la búsqueda insulsa de posesiones y posiciones, y busque a su Rey.
No se dé por satisfecho con los ángeles. No se contente con las estrellas del cielo. Búsquele a Él así como los pastores. Búsquele con anhelo así como Simeón. Adórele como los magos lo adoraron. Haga como Juan y Andrés hicieron: pídale su dirección domiciliaria. Haga como Mateo: invite a Jesús a su casa. Imite a Zaqueo: arriésguelo todo con tal de ver a Cristo.
Dios recompensa a los que le buscan . No a los que buscan doctrina o religión, sistema o credos. Muchos se conforman con estas pasiones menores, pero la recompensa es para los que no se conforman con nada menos que el mismo Jesús. ¿Cuál es la recompensa? ¿Qué les espera a los que buscan a Jesús? Nada menos que el corazón de Jesús. «Vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu» ( 2 Corintios 3.18 , VP).
¿Puede pensar en un obsequio más grandioso que ser como Jesús? Cristo no sentía culpabilidad; Dios quiere extinguirla en usted. Jesús no tenía malos hábitos; Dios quiere quitarle los suyos. Jesús no tenía miedo a la muerte; Dios quiere que usted no tenga miedo. Jesús tenía bondad por los enfermos y misericordia por los rebeldes y valor para los retos. Dios quiere que usted tenga lo mismo.
Él le ama tal como es usted, pero rehúsa dejarlo así. Quiere que usted sea como Jesús .
Un corazón que resiste
(Por Max Lucado)
Una cosa es empezar algo, y otra enteramente diferente, completarlo.
Al leer lo anterior, quizá usted deduzca que este tema trata acerca de la importancia de terminar todo.
Si piensa así, tranquilícese. «No empiece lo que no puede terminar» no es uno de mis puntos. No le voy a decir nada respecto a lo que se usa para pavimentar el camino al infierno. Para serle franco, no creo que usted debería terminar todo lo que empieza. (Todo estudiante con deberes debe haber abierto bien los ojos.) Hay ciertos proyectos que es mejor dejarlos a medias, y otros que sabiamente hay que abandonar. (Sin embargo, no pondría los deberes escolares en esa lista.)
Podemos obsesionarnos tanto con concluir algo que nos cegamos a la eficacia. Sencillamente porque haya un proyecto sobre la mesa, eso no quiere decir que uno no lo puede devolver al estante. No; mi deseo no es convencerlo de que termine todo lo que comienza. Mi deseo es animarle a que termine lo que debe terminar. Ciertas carreras son opcionales, como la de aprender un idioma, o tomar un curso de lectura rápida. Otras carreras son esenciales, como la carrera de la fe. Considere esta admonición del autor de Hebreos: «Corramos la carrera que tenemos por delante, sin cejar nunca» (véase Hebreos 12.1 ).
LA CARRERA
Si hubiera habido fútbol en el Antiguo Testamento estoy seguro de que los escritores hubieran hablado de goles y tiros libres; pero no lo había, así que hablaron de correr. La palabra carrera procede del griego agon , de donde procede nuestra palabra agonía . La carrera del cristiano no es un trote por hacer ejercicios, sino una carrera exigente, agotadora, y algunas veces agonizante. Se requiere esfuerzo masivo para terminar con fuerza.
Lo más probable es que usted ya haya notado que muchos no la terminan así. ¿Ha observado cuántos se quedan a un lado del sendero? Solían correr. Hubo un tiempo en que se mantenían al paso. Pero se cansaron. No pensaron que la carrera sería tan ardua. Acaso se desanimaron cuando alguien se tropezó con ellos, o se intimidaron por algún otro corredor. Cualquiera que haya sido la razón, ya no corren. Pueden ser cristianos. Tal vez asistan a la iglesia. Tal vez depositan un peso en el plato de la ofrenda y calientan una banca, pero sus corazones no están en la carrera. Se retiraron antes de tiempo. A menos que algo cambie, su mejor obra habrá sido la primera, y la concluyeron con un quejido.
En contraste la mejor obra de Jesús es su obra final, y su paso más fuerte fue el último. Nuestro Maestro es el ejemplo clásico de uno que resistió. El escritor de Hebreos pasa a decir que Jesús perseveró a pesar de «que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo». La frase implica que Jesús podría haber cedido. El corredor podía haberse dado por vencido, haber tomado asiento o irse a casa. Podía haber abandonado la carrera. Pero no la abandonó. Perseveró a pesar de que los malos le estaban haciendo mal.
LA RESISTENCIA
¿Ha pensado usted en las cosas malas que le hicieron a Cristo? ¿Puede usted pensar en las ocasiones en que Jesús podía haberse dado por vencido? ¿Qué tal en la tentación? Usted y yo sabemos lo que es soportar un momento de tentación o una hora de tentación, e incluso un día de tentación. Pero, ¿cuarenta días? Eso fue lo que Jesús enfrentó. «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo» ( Lucas 4.1–2 ).
Podemos imaginarnos la tentación en el desierto como tres eventos aislados en un lapso de cuarenta días. Ojalá hubiera sido así. En realidad la tentación de Jesús fue incesante; «el diablo tentó a Jesús por cuarenta días». Satanás atrapó a Jesús como una camisa y no quería soltarlo. A cada paso le susurraba al oído. En cada recodo del sendero le sembraba duda. ¿Sufrió Jesús el impacto del diablo? Evidentemente que sí. Lucas no dice que Satanás trató de tentar a Jesús. El versículo no dice que el diablo intentó tentar a Jesús. El pasaje es claro: «el diablo tentó a Jesús». Jesús fue tentado , fue probado . ¿Tentado a cambiar de lados? ¿Tentado a irse a casa? ¿Tentado a conformarse con un reino en la tierra? No lo sé, pero sí sé que fue tentado. Una guerra rugía en su interior. La tensión atacaba por fuera. Puesto que fue tentado, podía haber abandonado la carrera. Pero no lo hizo. Siguió corriendo.
La tentación no lo detuvo, ni tampoco las acusaciones. ¿Puede imaginarse lo que sería correr una carrera y que lo critiquen los espectadores?
Hace algunos años participé en una carrera de cinco kilómetros. Nada serio; simplemente un trote por el barrio para levantar fondos para una obra de beneficencia. No siendo el más sabio de los corredores, arranqué a un paso imposible. En menos de un kilómetro ya me estaba faltando el aire. Algunos espectadores me animaban con simpatía a que siguiera. Una señora compasiva me extendió un vaso de agua, otra me roció con una manguera. Nunca había visto a esas personas, pero eso no importaba. Necesitaba una voz de aliento, y me la dieron. Animado por su estímulo, seguí corriendo.
¿Qué tal si en los momentos más duros de la carrera hubiera oído voces de acusación y no de estímulo? Y ¿qué tal si las acusaciones no procedieran de extraños que yo pudiera descartar sino de mis propios vecinos y familiares?
¿Le gustaría que alguien le gritara estas palabras mientras corre?
«¡Oye, mentiroso! ¿Por qué no haces algo honrado con tu vida» (véase Juan 7.12 ).
«Aquí viene el extranjero. ¿Por qué no te vas al lugar de donde viniste?» (véase Juan 8.48 ).
«¿Desde cuándo dejan a los hijos del diablo correr en esta competencia?» (véase Juan 8.48 ).
Eso fue lo que le ocurrió a Jesús. Su propia familia le tildó de lunático. Sus vecinos incluso lo trataron peor. Cuando Jesús regresó a su población natal trataron de despeñarlo por un precipicio ( Lucas 4.29 ). Pero Jesús no dejó de correr. Las tentaciones no lo detuvieron. Las acusaciones no lo derrotaron, ni tampoco la vergüenza lo descorazonó.
Le invito a pensar con cuidado en la prueba suprema que Jesús enfrentó en la carrera. Hebreos 12.2 ofrece esta afirmación que intriga: «[Jesús] menospreció el oprobio». Otra traducción dice que aceptó la vergüenza como si fuera nada.
La vergüenza es un sentimiento de desgracia, bochorno y humillación. Discúlpeme por atizar sus recuerdos, pero, ¿no tiene usted un momento vergonzoso en su historia? ¿Puede imaginarse el horror que sentiría si todo mundo lo supiera? ¿Qué tal si una cinta de video de ese evento fuera presentada frente a su familia y amigos? ¿Cómo se sentiría?
Así fue exactamente como Jesús se sintió. ¿Por qué? preguntará usted. Él nunca hizo nada vergonzoso . No; pero nosotros sí. Y puesto que en la cruz Dios le hizo pecado ( 2 Corintios 5.21 ), Jesús quedó cubierto de vergüenza. Fue avergonzado ante su familia. Totalmente desnudo delante de su propia madre y seres queridos. Avergonzado ante sus compatriotas. Obligado a cargar una cruz hasta que el peso le hizo tropezar. Avergonzado ante su iglesia. Los pastores y ancianos de sus días se mofaron de Él, insultándole. Avergonzado ante la ciudad de Jerusalén. Condenado a morir la muerte de un criminal. Lo más probable es que los padres le señalaban con el dedo a la distancia, y les decían a sus hijos: «Eso es lo que les pasa a los malos».
Pero la vergüenza ante los hombres no se comparó con la vergüenza que Jesús sintió ante su Padre. Nuestra vergüenza individual parece demasiada para soportarla. ¿Puede imaginarse la vergüenza colectiva de toda la humanidad? Una oleada de vergüenza sobre otra cayó sobre Jesús. Aun cuando jamás engañó, fue declarado convicto como un engañador. Aun cuando nunca robó nada, el cielo lo consideró ladrón. Aun cuando nunca mintió, se le consideró un mentiroso. Aun cuando nunca le dio cabida a la lujuria, llevó la vergüenza del adúltero. Aun cuando siempre creyó, soportó la desgracia del incrédulo.
Tales palabras levantan una pregunta urgente: ¿Cómo? ¿Cómo soportó tal desgracia? ¿Qué le dio a Jesús la fortaleza para soportar la vergüenza de todo el mundo? Necesitamos una respuesta, ¿verdad? Como Jesús, somos tentados. Como Jesús, se nos acusa. Como Jesús, se nos avergüenza. Pero a diferencia de Jesús, nos damos por vencidos. Nos rendimos. Nos sentamos. ¿Cómo podemos seguir corriendo como Jesús lo hizo? ¿Cómo pueden nuestros corazones tener la resistencia que Jesús tuvo?
Enfocando lo que Jesús enfocó: «el gozo puesto delante de Él» ( Hebreos 12.2 ).
LA RECOMPENSA
Este versículo bien podría ser el más grande testimonio jamás escrito respecto a la gloria del cielo. Nada se dice de calles de oro ni de alas de ángeles. No se hace referencia a festejos ni a música. Incluso la palabra cielo está ausente en este versículo. Pero aun cuando la palabra falta, el poder no.
Recuerde, el cielo no era extraño para Jesús. Él es la única persona que vivió en la tierra después de haber vivido en el cielo. Como creyentes usted y yo viviremos en el cielo después de nuestro tiempo en la tierra, pero Jesús hizo exactamente lo opuesto. Conocía el cielo antes de venir a la tierra. Sabía lo que le esperaba a su regreso. El saber lo que le esperaba en el cielo le permitió soportar la vergüenza en la tierra.
Aceptó la vergüenza como si nada debido al gozo que Dios puso delante de Él (véase de nuevo Hebreos 12.2 ). En sus momentos finales Jesús enfocó su vista en el gozo que Dios puso delante de Él. Enfocó el premio del cielo. Al enfocar la vista en el premio, pudo no solo terminar la carrera, sino terminarla con fuerza.
Estoy haciendo todo lo posible por hacer lo mismo. En una odisea mucho menos significativa, yo también estoy procurando terminar con fuerza. Usted está leyendo el penúltimo capítulo de este libro. Por más de un año he vivido estas páginas: elaborando pensamientos, puliendo párrafos, buscando el mejor verbo, y escarbando por conclusiones más fuertes. Ahora, el fin está a la vista.
Escribir un libro es como correr una carrera de distancia. Hay el estallido inicial de entusiasmo. Luego la energía se reduce. Usted piensa seriamente en abandonarlo todo, pero entonces un capítulo le sorprende con una cuesta abajo. Ocasionalmente una idea le inspira. A menudo un capítulo lo agota; y eso para no mencionar las interminables revisiones exigidas por los implacables editores. Pero la mayoría del trabajo tiene el ritmo de una carrera de larga distancia: larga, algunas veces en tramos solitarios a ritmo constante.
Hacia el final, con la línea de llegada y el contentamiento de los editores a la vista, llega un adormecimiento de los sentidos. Usted quiere terminar con fuerza. Busca la intensidad que tenía meses atrás, pero la provisión es escasa. Las palabras se nublan, las ilustraciones se juntan, y la mente se adormece. Usted necesita un puntapié, necesita un impulso, necesita inspiración.
¿Puedo decirle dónde la hallo? (Esto le va a sonar raro, pero tenga paciencia.) A través de años durante los cuales he escrito por lo menos un libro al año, he desarrollado un ritual. Al terminar un proyecto disfruto de un ritual de celebración. No uso champaña ni reparto puros, pero he hallado algo mucho más dulce. Tiene dos fases.
La primera es un momento de quietud ante Dios. El momento en que el manuscrito está en el correo, busco un lugar solitario y me detengo. No digo mucho y, por lo menos hasta aquí, tampoco Dios. El propósito no es hablar tanto como disfrutar. Disfrutar de la dulce satisfacción de una tarea concluida. ¿Existe un mejor sentimiento? El corredor siente la cinta contra su pecho. Ha terminado. Qué dulce el vino al final de la jornada. Así que por unos pocos momentos Dios y yo lo saboreamos juntos. Colocamos una bandera sobre el pico del Everest y disfrutamos del paisaje.
Entonces (esto le va a sonar verdaderamente ordinario), me voy a comer. Tengo la tendencia a saltarme comidas durante la recta final, así que tengo hambre. Un año fue en un restaurante mexicano junto al río San Antonio. Otro año fue servicio a la habitación y un juego de baloncesto. El año pasado fui a comer pescado en un café. Algunas veces Denalyn me acompaña; otras veces me voy a comer solo. El alimento puede variar, y la compañía puede cambiar, pero una regla sigue constante. En toda la comida no me permito pensar sino en una sola cosa. He terminado . No me permito hacer planes para el futuro. No permito la consideración de las tareas de mañana. Me sumerjo en un mundo de fantasía y pretendo que la mejor obra de mi vida ha quedado completa.
Durante esa comida, en una manera diminuta, comprendo en donde Jesús halló su fuerza. Él alzó sus ojos más allá del horizonte y vio la mesa. Enfocó el banquete. Lo que vio le dio fuerza para terminar, y terminar con fuerza.
Tales momentos nos aguardan. En un mundo ajeno a los músculos abdominales y la lectura rápida tomaremos nuestro lugar a la mesa. En una hora que no tiene fin descansaremos. Rodeados de santos y de Jesús mismo, el trabajo, a la verdad, habrá concluido. La cosecha final será recogida, nos sentaremos, y Cristo bendecirá la comida con estas palabras: «Bien, buen siervo y fiel» ( Mateo 25.23 ).
Y en ese momento, la carrera bien habrá valido la pena.
También pido que les sean iluminados los ojos del corazón para que conozcan la esperanza a la que Él los ha llamado, la riqueza de su gloriosa herencia en los santos.
EFESIOS 1.18 (NVI)
CONCLUSIÓN
PONGA SUS OJOS EN CRISTO
Hay veces cuando vemos. Y hay veces cuando vemos . Permítame mostrarle lo que quiero decir:
Todo cambia la mañana en que usted ve el letrero «se vende» en el bote de su vecino. Su bote de lujo. Es el bote de pesca que usted ha codiciado durante los tres años pasados. De súbito nada más importa. Una atracción gravitacional atrae su vehículo hacia la vereda. Usted lanza un suspiro como si su sueño reluciera al sol. Le pasa los dedos y apenas roza el borde, y hace una pausa solo para limpiarse la saliva que le corre y cae por la camisa. Al contemplarlo, usted se transporta mentalmente al lago Tamapwantee, y es como si existieran solo usted, las aguas cristalinas y su bote de lujo.
O tal vez el siguiente párrafo le describe mejor:
Todo cambia el día en que lo ve entrar en su clase de inglés. Pavonéandose lo suficiente como para causar buena impresión. Suficientemente listo como para tener clase. No camina demasiado rápido como para parecer nervioso, ni tampoco tan lento como para darse ínfulas. Usted lo ha visto antes, pero solo en sueños. Ahora está realmente allí, y no puede quitarle la vista de encima. Cuando la clase se acaba usted ha memorizado cada rizo y cada pestaña. Cuando se acaba el día, usted ha resuelto que será suyo.
Hay ocasiones cuando vemos. Y hay ocasiones cuando vemos . Hay veces cuando observamos, y hay ocasiones cuando memorizamos. Hay veces cuando notamos, y hay veces cuando estudiamos. La mayoría sabemos lo que quiere decir ver un nuevo bote o un nuevo joven... pero ¿sabemos lo que sería ver a Jesús? ¿Sabemos lo que sería poner «los ojos en Jesús»? ( Hebreos 12.2 ).
Hemos pasado los últimos doce capítulos mirando a lo que sería ser como Jesús. El mundo nunca ha conocido un corazón tan puro, ni un carácter tan impecable. Su oído espiritual es tan agudo que nunca ha perdido un susurro celestial. Su misericordia es tan abundante que nunca ha perdido una oportunidad para perdonar. Ninguna mentira salió de sus labios, ni ninguna distracción enturbió su visión. Tocó cuando otros se retrajeron. Perseveró cuando otros se rindieron. Jesús es el modelo máximo para toda persona. Lo que hemos hecho en estas páginas es precisamente lo que Dios le invita a hacer por el resto de su vida. Le insta a que ponga sus ojos en Jesús. El cielo le invita a que fije el lente de su corazón en el corazón del Salvador y le haga el objeto de su vida. Por esa razón quiero que concluyamos nuestro tiempo juntos con esta pregunta: ¿Qué quiere decir ver a Jesús?
Los pastores pueden decírnoslo. Para ellos no fue suficiente ver a los ángeles. Usted pensaría que debían haberlo estado. El cielo nocturno se llenó de luz. La quietud prorrumpió en canto. Los humildes pastores se despertaron y se pusieron de pie al coro de ángeles: «¡Gloria a Dios en las alturas!» Estos hombres jamás habían visto tal esplendor.
Pero no fue suficiente ver ángeles. Los pastores querían ver al que había enviado a los ángeles. Puesto que no se darían por satisfechos sino hasta verlo, usted puede rastrear la larga hilera de los que buscan a Jesús hasta el pastor que dijo: «Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos» ( Lucas 2.15 , cursivas añadidas).
No muy atrás de los pastores había un hombre llamado Simeón. Lucas nos dice que Simeón era un hombre bueno que servía en el templo al tiempo del nacimiento de Jesús. Lucas también nos dice: «Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor» ( Lucas 2.26 ). Esta profecía se cumplió apenas pocos días después de que los pastores vieron a Jesús. De alguna manera Simeón supo que el bulto envuelto en frazadas que vio en los brazos de María era el Dios Todopoderoso. Para Simeón ver a Jesús fue suficiente. Ahora estaba listo para morir. Algunos no quieren morir sin haber visto el mundo. El sueño de Simeón no era tan tímido. No quería morir sin haber visto al que hizo al mundo. Tenía que ver a Jesús.
Oró: «Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación» ( Lucas 2.29–30 , cursivas añadidas).
Los magos tenían el mismo deseo. Como Simeón, querían ver a Jesús. Como los pastores, no quedaron satisfechos con lo que vieron en el cielo nocturno. No es que la estrella no haya sido espectacular. No es que la estrella no haya sido histórica. Ser testigo del orbe centelleante era un privilegio, pero para los magos no fue suficiente. No fue suficiente ver la luz sobre Belén; tenían que ver la Luz de Belén. Fue a Él al que fueron a ver.
¡Y triunfaron! Todos triunfaron. Más impresionante que su diligencia fue la disposición de Jesús. ¡Jesús quería que lo vieran! Sea que vinieran del potrero o del palacio, sea que vivieran en el templo o entre las ovejas, sea que su regalo fuera oro o la sincera sorpresa ... a todos les dio la bienvenida. Busque algún ejemplo de alguna persona que anhelaba ver al infante Jesús y que se le impidió. No lo encontrará.
Encontrará ejemplos de los que no lo buscaron. Aquellos, como el rey Herodes, que se contentaban con menos. Aquellos, como los líderes religiosos que preferían leer sobre Él antes que verlo. La proporción entre los que no lo vieron y los que lo buscaron es de mil a uno. Pero la proporción entre los que lo buscaron y los que le hallaron siempre fue de uno a uno. Todos los que lo buscaron lo hallaron . Mucho antes de que se escribieran las palabras, la promesa fue ratificada: «Dios ... es galardonador de los que le buscan» ( Hebreos 11.6 ).
Los ejemplos continúan. Considere a Juan y a Andrés. Ellos, también, fueron recompensados. Para ellos no fue suficiente escuchar a Juan el Bautista. La mayoría se hubiera contentado con servir a la sombra del evangelista más famoso del mundo. ¿Podría haber un mejor maestro? Solo uno. Y cuando Juan y Andrés lo vieron, dejaron a Juan el Bautista y siguieron a Jesús. Note la petición que hicieron.
«Rabí», le preguntaron, «¿dónde moras?» ( Juan 1.38 ). Petición audaz. No le pidieron a Jesús que les diera un minuto, o una opinión, o un mensaje, o un milagro. Le preguntaron su dirección domiciliaria. Querían quedarse con Él. Querían conocerle. Querían saber qué le hacía volver la cabeza, y que su corazón ardiera y que su alma suspirara . Querían estudiar sus ojos y seguir sus pasos. Querían verle. Querían saber qué le hacía reír y si alguna vez se cansaba. Pero, sobre todo, querían saber: ¿Era Jesús todo lo que Juan dijo que era; y si lo era, qué estaba haciendo Dios en la tierra? No se puede encontrar respuesta a esa pregunta hablando con el primo; hay que hablar con la persona misma.
¿La respuesta de Jesús a los discípulos? «Venid y ved» (v. 39 ). No les dijo: «Vengan y echen un vistazo», ni tampoco «vengan y atisben». Les dijo: «Vengan y vean». Traigan sus bifocales y binoculares. Este no es el momento para echar vistazos de reojo o atisbos ocasionales. «Fijemos la mirada en Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe» ( Hebreos 12.2 , NVI).
El pescador fija sus ojos en el bote. La joven fija sus ojos en el joven. Los discípulos fijan sus ojos en el Salvador.
Eso fue lo que Mateo hizo. Mateo, si usted recuerda, se convirtió en su trabajo. Según su historial, era un recaudador de impuestos del gobierno. Según sus vecinos, era un pillo. Tenía en una esquina una oficina de recolección de impuestos y una mano extendida. Allí estaba el día en que vio a Jesús. «Sígueme» le dijo el Maestro, y Mateo lo hizo. En el versículo que sigue encontramos a Jesús sentado a la mesa de Mateo cenando (véase Mateo 9.10 ).
Una conversación en la vereda no hubiera satisfecho su corazón, así que Mateo llevó a Jesús a su casa. Algo ocurre en la mesa de la cena que no ocurre en el escritorio en la oficina. Sáquese la corbata, encienda el asador, destape los refrescos, y pase la noche con el que colgó las estrellas en su sitio. «¿Sabes, Jesús? Discúlpame por preguntarte esto, pero siempre quise saber...»
De nuevo, aun cuando el hecho de extender la invitación es impresionante, la aceptación lo es mucho más. A Jesús no le importaba que Mateo fuera ladrón. A Jesús no le importaba que Mateo viviera en una casa de dos pisos con las ganancias de su extorsión. Lo que le importó fue que Mateo quería conocer a Jesús, y puesto que Dios «es galardonador de los que le buscan» ( Hebreos 11.6 ), Mateo fue recompensado con la presencia de Cristo en su casa.
Por supuesto, tiene sentido que Jesús pasara tiempo con Mateo. Después de todo Mateo fue una selección de primera clase, perfecto para escribir el primer libro del Nuevo Testamento. Jesús pasa el tiempo solo con tipos grandes como Mateo y Andrés y Juan, ¿verdad?
¿Puedo contrarrestar esa opinión con un ejemplo? Zaqueo distaba mucho de ser un tipo grande. Era pequeño, tan pequeño que no podía ver por encima de la muchedumbre que llenaba la calle el día en que Jesús llegó a Jericó. Por supuesto que la multitud tal vez le hubiera abierto paso a sus codazos para dejarle llegar al frente, excepto que él, como Mateo, era un cobrador de impuestos. Pero él, como Mateo, tenía en su corazón hambre por ver a Jesús.
No fue suficiente quedarse detrás de la muchedumbre. No fue suficiente atisbar con un telescopio de cartón. No fue suficiente oír a alguna otra persona describir el desfile del Mesías. Zaqueo quería ver a Jesús con sus propios ojos.
Así que se subió a un árbol. Vestido con un lujoso traje de tres piezas y zapatos italianos de calidad, se encaramó a un árbol esperando ver a Jesús.
Me pregunto si usted estaría dispuesto a hacer lo mismo. ¿Se subiría a una rama para ver a Jesús? No todo mundo lo haría. En la misma Biblia en que leemos acerca de Zaqueo encaramándose a una rama, leemos de otro joven funcionario. A diferencia de Zaqueo, la multitud le abrió paso. Era el... ¡ejem!... el rico , el joven rico. Al enterarse de que Jesús estaba por allí, pidió su limusina y atravesó la ciudad y se acercó al carpintero. Por favor, note la pregunta que tenía para Jesús: «Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna?» ( Mateo 19.16 , VP).
Como quien dice, este funcionario era un hombre con los pies en el suelo. No tenía tiempo para formalismo y conversaciones. «Vamos derecho al grano. Tu horario está lleno; lo mismo que el mío. Dime cómo puedo ser salvo, y te dejaré en paz».
No hay nada de malo en la pregunta, pero había un problema en su corazón. Contraste su deseo con el de Zaqueo: «¿Puedo encaramarme a ese árbol?»
O Juan y Andrés: «¿Dónde moras?»
O Mateo: «¿Puedes quedarte esta noche?»
O Simeón: «¿Puedo estar vivo hasta que lo vea?» O los magos: «Ensillen los camellos.
No nos detendremos hasta que le veamos». O los pastores: «Vamos ... y veamos».
¿Ve la diferencia? El joven rico quería la medicina. Los otros querían al Médico. El joven quería una respuesta a su acertijo. Ellos querían al Maestro. El joven estaba apurado. Los otros tenían todo el tiempo del mundo. Él se conformó con una taza de café por la ventana de servicio a los automóviles. Ellos no se conformarían con nada menos que una cena completa en una mesa de banquete. Ellos querían más que salvación. Querían al Salvador. Querían ver a Jesús.
Eran fervientes en su búsqueda. Una traducción de Hebreos 11.6 dice: «Dios recompensa a los que le buscan fervientemente ».
Otra dice: «Dios ... recompensa a los que le buscan sinceramente » (cursivas añadidas).
La versión Reina Valera de 1960 dice: «Dios ... es galardonador de los que le buscan».
Diligentemente es una gran expresión. Sea diligente en su búsqueda. Busque con hambre, incansablemente en su peregrinaje. Que este libro sea solo uno de las docenas que usted leerá sobre Jesús y que esa hora sea una de los cientos que usted usará buscándole. Aléjese de la búsqueda insulsa de posesiones y posiciones, y busque a su Rey.
No se dé por satisfecho con los ángeles. No se contente con las estrellas del cielo. Búsquele a Él así como los pastores. Búsquele con anhelo así como Simeón. Adórele como los magos lo adoraron. Haga como Juan y Andrés hicieron: pídale su dirección domiciliaria. Haga como Mateo: invite a Jesús a su casa. Imite a Zaqueo: arriésguelo todo con tal de ver a Cristo.
Dios recompensa a los que le buscan . No a los que buscan doctrina o religión, sistema o credos. Muchos se conforman con estas pasiones menores, pero la recompensa es para los que no se conforman con nada menos que el mismo Jesús. ¿Cuál es la recompensa? ¿Qué les espera a los que buscan a Jesús? Nada menos que el corazón de Jesús. «Vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu» ( 2 Corintios 3.18 , VP).
¿Puede pensar en un obsequio más grandioso que ser como Jesús? Cristo no sentía culpabilidad; Dios quiere extinguirla en usted. Jesús no tenía malos hábitos; Dios quiere quitarle los suyos. Jesús no tenía miedo a la muerte; Dios quiere que usted no tenga miedo. Jesús tenía bondad por los enfermos y misericordia por los rebeldes y valor para los retos. Dios quiere que usted tenga lo mismo.
Él le ama tal como es usted, pero rehúsa dejarlo así. Quiere que usted sea como Jesús .