El bautismo en el Espíritu nos hace testigos valientes

Una de las consecuencias más fuertes del bautismo en el Espíritu Santo es la valentía que nace en el corazón. No es una emoción pasajera, sino una fuerza profunda que te impulsa a hablar de Jesús, incluso cuando antes tenías miedo. Los Apóstoles son un ejemplo claro: antes estaban encerrados en casa, atemorizados. Después del bautismo en el Espíritu, en cambio, los vemos hablar públicamente, desafiar a los líderes religiosos y anunciar el Evangelio sin temor.

El cambio es increíble. Pedro, que había negado a Jesús por miedo, ahora se levanta delante del sanedrín, el tribunal religioso, y dice con firmeza que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres: “Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio (...) Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:27 RV).

Este es el poder del Espíritu Santo. No es solo un consuelo interior, sino una fuerza para testimoniar. El mismo Jesús lo había dicho: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hechos 1:8 RV). Y así fue.

Lo mismo vale para nosotros. Cuando recibimos el bautismo en el Espíritu, algo dentro cambia: sentimos el deseo de hablar de Jesús, de vivir según Su voluntad, de mostrar con nuestra vida que Él es real. No significa ser perfectos o convertirnos en predicadores de un día para otro, sino estar dispuestos a vivir por Él y con Él cada día.

El Espíritu nos da palabras, nos da fuerza, nos da convicción. Y aun cuando tenemos miedo, Él nos sostiene y nos guía. El bautismo en el Espíritu no es solo una experiencia emocionante, es un llamado a testimoniar a Cristo con nuestra voz, nuestras decisiones y nuestro amor.