¿Qué Nos Pasó En El Edén?- Psicología De La CaídaMuestra

¿MALDICIÓN O CONSECUENCIAS?

Sospecho que, igual que sucedió en nuestro relato de Jueces, donde la acción de Dios es omitir en líneas generales su intervención de socorro sobre el pueblo idólatra de Israel, algo así podría estar pasando respecto a la maldición de enseñoramiento sobre la primera mujer y todas nosotras por extensión: Dios no lo quiere, pero lo permite.

Tras las maldiciones y consecuencias que conocemos bien,

• el deseo de la mujer seguirá siendo para su marido (se orienta hacia él, ¿quizá para recuperar la relación e intimidad perdidas?)
• y, como respuesta, él se enseñoreará de ella,
• añadido a lo cual y observando el mundo alrededor, creo que Dios no lo impide como parte de su maldición, sino que como mucho, y no es poco, solo lo contiene.

Vuelvo a la escena de Apocalipsis 12 porque eso es exactamente lo que sucede con aquella mujer que Juan ha visto vestida del sol, y que represente a quien represente, es una mujer a la que Dios cuida de la saña de Satanás, cuyo efecto perverso sobre ella contiene por un tiempo bien determinado y no más. Igualmente sucederá con el resto de la descendencia de ella, y esto debe llevarnos a adoración y agradecimiento.

¿Has pensado alguna vez en cómo sobre la mujer recaen, no solo las maldiciones sobre el parto o el enseñoramiento del varón, sino también la maldición sobre la tierra y el trabajo, además de la enemistad perpetua con Satanás y entre las simientes de ambos? ¡Esto es terrorífico! Pero más terrorífico aún me resulta que nuestros compañeros de vida, lejos de ser conscientes de esto y procurar paliar algunos de esos efectos, hayan convertido en muchas ocasiones las consecuencias de la caída en algo que hay que empeñarse en perpetuar. Muchos varones y también algunas mujeres, debo decir, se han tomado esto casi como algo que hay que asegurarse de que suceda, y de eso también daremos cuentas, unos y otras.

Dios no solo bendice, sino que en su justicia hay maldición para el malo y también juicio para los suyos, algo innegable a la luz del texto bíblico. En ocasiones su disciplina nos parecerá un entrenamiento, como sucede con el deportista, y en otras lo viviremos como un castigo, porque lo será si así procede, como de todo padre amante que se precie (¡y Él lo es por excelencia!)