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Día 2: Revestidos de Propósito

El ser humano fue creado con un propósito. No estamos en este mundo por accidente ni somos fruto del azar. Sin embargo, muchos viven sin dirección, dejando que la rutina o las circunstancias definan su camino. Revestirnos de propósito es recordar que Dios nos diseñó con una misión única e irrepetible.

El propósito no siempre está ligado a grandes logros visibles. A veces pensamos que solo quienes tienen ministerios reconocidos o puestos de liderazgo tienen un propósito claro. Pero la verdad es que cada hijo de Dios tiene un llamado. Ser luz en la familia, mostrar integridad en el trabajo, discipular a un amigo o servir en lo secreto son expresiones concretas de un propósito eterno.

Cuando comprendemos esto, dejamos de compararnos con otros. El apóstol Pablo enseñó que el cuerpo de Cristo está compuesto por muchos miembros, cada uno con una función. El ojo no puede decirle a la mano que no lo necesita. Así también, nuestro propósito se entrelaza con el de otros, y juntos cumplimos el plan de Dios.

El enemigo intentará robarnos esa claridad con distracciones, con dudas o con la tentación de vivir para nosotros mismos. Por eso, revestirnos de propósito significa abrazar nuestra identidad en Cristo y mantener la mirada fija en la meta. Cuando sabemos para qué vivimos, cada decisión toma sentido: nuestras prioridades cambian, nuestras fuerzas se renuevan y nuestra vida se convierte en una ofrenda.

Vivir con propósito no es algo automático; requiere búsqueda constante en oración y en la Palabra. Es en la intimidad con Dios donde descubrimos y reafirmamos la dirección que Él tiene para nosotros. Y cuando caminamos en ese propósito, experimentamos plenitud y gozo, incluso en medio de las dificultades.

Aplicación práctica: Pregúntale hoy al Señor: “¿Para qué me tienes en este lugar y en este tiempo?”. Escríbelo y busca vivir con intención, sabiendo que cada acción puede glorificar a Dios.