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Día 3: Revestidos de Amor

El amor es el distintivo más grande del seguidor de Cristo. Jesús mismo dijo que todos reconocerían a sus discípulos si se amaban los unos a los otros. Revestirse de amor no es simplemente un sentimiento pasajero, sino una decisión diaria de reflejar el carácter de Dios en nuestras palabras, actitudes y acciones.

El amor verdadero no busca lo suyo, no se irrita fácilmente ni guarda rencor. Este tipo de amor solo puede ser posible cuando el Espíritu Santo gobierna nuestro corazón. Por naturaleza tendemos al egoísmo, a la indiferencia o incluso a la dureza. Pero revestirnos de amor significa dejar que Cristo ame a través de nosotros, moldeando nuestras reacciones.

Amar no siempre es fácil. A veces implica perdonar al que nos hirió, servir sin esperar reconocimiento o acercarnos al que pensamos que no lo merece. Sin embargo, es justamente en esos actos donde el amor se hace tangible. El apóstol Juan afirma que quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Esa declaración nos recuerda que el amor no es opcional para el cristiano; es nuestra esencia.

Cuando el amor gobierna nuestras vidas, transforma no solo nuestras relaciones personales, sino también nuestra influencia en la comunidad y la iglesia. Los conflictos encuentran resolución, la división cede ante la unidad y la esperanza se fortalece. El amor, lejos de ser débil, es la fuerza más poderosa para cambiar corazones.

Jesús mostró ese amor en la cruz. Él no esperó a que fuéramos perfectos; murió por nosotros cuando aún éramos pecadores. Ese es el estándar al que estamos llamados: un amor sacrificial, constante y lleno de gracia.

Aplicación práctica: Busca hoy una forma concreta de demostrar amor a alguien difícil para ti. Puede ser un mensaje, un gesto de servicio o una palabra de afirmación.