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[Vive conectado] Amor transformado

DÍA 4 DE 6

Se trata del corazón

Las acciones, la tercera joya de la corona en nuestro viaje espiritual, ponen al descubierto el contenido de nuestros corazones. Como se ve en Romanos 12:14-16 (RVR 1960), nuestras acciones deben irradiar humildad, compasión y comprensión. «Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no los maldigas. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión».

Estas son instrucciones, no sugerencias. Enfatizan la importancia de que nuestras acciones reflejen la fe que afirmamos. De hecho, como nos enseña el apóstol Santiago, podemos demostrar nuestra fe a través de nuestras acciones. Este es un llamado a bendecir a los demás, a no hacer daño, a empatizar tanto con la alegría como con la tristeza, y a abstenerse de la importancia personal exagerada.

Una idea que vale la pena señalar es que puede ser más difícil regocijarse genuinamente con los que se regocijan que llorar con los que sufren. En la agonía de la alegría compartida, los celos a menudo pueden colarse, contaminando sutilmente nuestras reacciones. Por ejemplo, al enterarse de la inesperada fortuna de alguien, uno podría sentirse tentado a pensar: «¿Por qué no fui yo con el tío rico?». Por el contrario, la tristeza rara vez invita a la envidia. Cuando nos sentamos con otros en su dolor, nuestros corazones hacen eco de su angustia de forma natural.

Sin embargo, en medio del sufrimiento de los demás, a menudo nos presionamos a nosotros mismos para decir lo «correcto». Después de años de ministerio, me he dado cuenta de que el simple hecho de estar allí, ofreciendo una presencia constante, es a menudo lo más reconfortante. Citar las Escrituras, extender una palabra de aliento u ofrecer ayuda tiene su lugar, pero la mayoría de las personas no necesitan un sermón en momentos de profundo dolor. Necesitan un compañero que les dé espacio, que los acompañe al hospital, que se siente en silencio, que los escuche y que reconozca su dolor sin intentar «arreglarlo».

Tomemos, por ejemplo, la historia de una niña cuya compañera de juegos falleció. Le dijo a su madre que tenía la intención de consolar a la madre de la amiga fallecida. Después de una hora de visita, cuando se le preguntó qué había hecho o dicho, la niña respondió: «No dije nada. Me senté en su regazo y lloré con ella». Tal es el poder del dolor compartido.

Por lo tanto, nos esforzamos por llorar genuinamente con los que lloran y regocijarnos sinceramente con los que están en alegría. ¿Te resulta difícil regocijarte con los que se regocijan? ¿Quieres arreglar el dolor de alguien? Recuerda, regocijarse puede requerir más intencionalidad debido a los celos que están al acecho, pero ambas acciones son primordiales, puesto que son expresiones de nuestra fe, reflejos del amor de Jesucristo y pasos en nuestro camino hacia la humildad. Como creyentes, nuestras acciones deben ser el espejo en el que otros puedan ver a Cristo.

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Acerca de este Plan

[Vive conectado] Amor transformado

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Nos gustaría agradecer a Gregg Matte por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://houstonsfirst.org/

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