Una vida de intimidad con DiosMuestra

Por qué sufrimos
“Tú, Judá, serás alabado por tus hermanos...”, Génesis 49:8 (NVI).
Judá no merece ser alabado. Fue él quien convenció a sus hermanos de vender a José como esclavo. Fue él quien participó del engaño a su padre cuando le hicieron creer que su hijo había sido devorado por un animal salvaje. Fue él quien se casó con una mujer idólatra y cananea. Fue él quien le mintió a Tamar, se acostó con prostitutas y cometió incesto. Está claro que Judá había decidido no obedecer a Dios. Y no lo obedecía porque no lo conocía. Judá había sido instruido en la fe desde pequeño. Su padre, el nieto de Abraham, fue su propio mentor espiritual.
Pero todas esas ventajas espirituales no le sirvieron para convertirse en un hombre de bien. Judá no podía vivir de la fe de sus padres. Nadie puede hacerlo. Sin importar la estirpe espiritual de la que provengan, los hijos necesitan su propio encuentro con Dios o serán simplemente creyentes nominales.
Judá conocía acerca de Dios, pero no a Dios. Y lo sabemos porque no era obediente. Si una persona confiesa a Cristo como Salvador, pero no lo obedece no es salva ni cristiana: “Si decidimos seguir pecando después de conocer la verdad... solo nos queda esperar el juicio terrible...”, Hebreos 10:26-27 (PDT). Si la fe por sí sola salvara no habría necesidad de obedecer. Sin embargo “Jesús... es fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen”, Hebreos 5:9 (BLA); Mateo 7:21. ¿Lo ves? ¡El hombre tiene que obedecer a Dios para ser salvo! ¿Y si no obedece? No es salvo: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida... la ira de Dios permanece sobre él”, Juan 3:36 (NBLH).
Judá hizo muy mal en pecar, pero hizo peor en no arrepentirse. Y mientras no se arrepentía todo le salía mal. La desgracia se instaló en su casa. Su esposa murió prematuramente y sus hijos fueron un dolor de cabeza. Para Judá todo era desgracia. ¿Casualidad? Claro que no. Su pasado sin arreglar había abierto una puerta de maldición en su familia. Si tus pecados del ‘ayer’ no fueron juzgados en la cruz de Cristo te causarán desgracias futuras. ¡Cierra ahora mismo las puertas abiertas al diablo y la maldición se anulará! ¡Que hoy sea el día del arrepentimiento y la confesión de tus pecados!
Acerca de este Plan

Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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Nos gustaría agradecer a José Luis Cinalli - Silvia López de Cinalli por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://iglesiadelaciudad.com.ar/