Los que fabrican ídolos no valen nada,
sus dioses predilectos en nada aprovechan.
Sus fieles testigos nada pueden ver,
nada sienten y quedan defraudados.
¿Quién hace un dios o funde una imagen
que no va a servir para nada?
Todos sus amigos quedarán defraudados,
pues los artífices solo son humanos.
Si se juntan y comparecen todos,
quedarán avergonzados y asustados.
El herrero corta el metal,
después lo trabaja en las brasas,
le va dando forma con el mazo,
lo trabaja con brazo vigoroso.
Acaba hambriento y exhausto,
pasa sed y siente fatiga.
El carpintero aplica la regla,
dibuja la imagen con punzón,
la trabaja con gubia y compás;
le da figura de hombre,
igual que una imagen humana,
destinada a habitar una casa.
Corta madera de cedro,
escoge una encina o un roble,
elige entre los árboles del bosque.
Planta un pino, que crece con la lluvia
y sirve de leña a la gente;
usa una parte para calentarse
o también para cocer el pan.
Pero fabrica un dios y lo adora,
hace una imagen y la reverencia.
Quema una mitad en el fuego,
asa carne en la lumbre y se sacia;
se calienta y dice: «¡Qué bien;
qué caliente delante del hogar!».
Con el resto fabrica un dios,
que luego adora y reverencia,
y le pide con una oración:
«Sálvame, que eres mi dios».
No saben nada ni entienden,
son sus ojos incapaces de ver,
sus mentes no saben comprender.
Es incapaz de pensar,
carece de conocimiento
y de criterio para decir:
«He quemado la mitad en el fuego,
he cocido pan en las brasas,
he asado carne y he comido;
¿haré del resto algo abominable?
¿me postraré ante un tronco de árbol?».
Esta gente se apacienta de ceniza,
la ilusión de su mente los hace delirar;
son incapaces de salvarse reconociendo
que es pura mentira
lo que tienen en su mano.