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JOB
INTRODUCCIÓN
Después de los textos narrativos, comienza con el libro de Job (Job) la serie de los escritos poéticos. La narración en prosa queda reducida en este libro al prólogo (caps. 1—2) y a la conclusión (42.7-17). Lo demás es poesía, caracterizada por el ritmo y la sonoridad del lenguaje, por una extraordinaria abundancia de imágenes poéticas y por el uso del paralelismo (véase la Introducción a los Salmos [2]).
La sección narrativa presenta a un hombre de conducta intachable, llamado Job, que vivía en la región de Us, fuera del territorio de Israel. Job gozaba de gran prosperidad, rodeado de una familia numerosa, hasta que de la manera más imprevista se vio sometido a una prueba terrible: perdió todos sus bienes, se quedó sin hijos y contrajo una horrible enfermedad. Pero en medio de tantas desgracias, no dejó de bendecir el nombre del Señor (1.21), y más bien afirma: Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males? (2.10).
Después de este prólogo en prosa, que introduce a los personajes del drama, viene la parte poética. Allí la actitud de Job cambia por completo. Ya no se manifiesta como el prototipo de la persona paciente y sumisa (cf. Stg 5.11), sino que da rienda suelta a su dolor y expone, en tono apasionado, su angustia y sus amargos interrogantes. Su pregunta más insistente es por qué Dios le envió una calamidad tan grande, siendo así que él había sido siempre su fiel servidor y no había hecho nada malo.
A este interrogante responden por turno tres amigos suyos, que llegaron supuestamente a consolarlo. Su respuesta es siempre la misma: la desgracia es el castigo del pecado; si Job padece sufrimientos tan penosos, algún pecado habrá cometido; que se convierta al Señor y volverá a ser feliz. Pero esa respuesta no tranquiliza el espíritu atormentado de Job; él sabe que es inocente, y manifiesta su deseo de encontrarse con Dios cara a cara, para pedirle cuenta de su modo de actuar tan incomprensible (cf. 31.35-37).
Una vez concluida esta serie de diálogos, aparece en forma inesperada un cuarto personaje, llamado Elihú, que no oculta su disgusto por el atrevimiento de Job y por las respuestas de sus tres amigos (caps. 32—37). El estilo de esta sección es más difuso, reiterativo y enfático, y los discursos, anunciados como la exposición imparcial de un maestro de sabiduría, se convierten con frecuencia en una acusación (cf. 34.7-9,34-37). Elihú exalta la justicia, la sabiduría, la santidad y la grandeza divinas, y pone de relieve, de modo particular, el valor pedagógico del sufrimiento: Dios puede valerse de él para llamar a la reflexión y hacer que el pecador se convierta de su maldad: Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor lo hace entender (36.15).
Por último, interviene Dios mismo, de en medio de la tempestad (38.1; 40.6). Job se había quejado muchas veces del inexplicable silencio divino, y al fin obtiene que el Señor se le manifieste y le dé una respuesta. Esta respuesta resulta a primera vista sorprendente, porque no dice nada sobre los padecimientos de Job. Se trata, más bien, de una larga serie de preguntas, que no dejan ninguna duda sobre la insondable grandeza del Creador y sobre la sabiduría con que él gobierna el universo. De este modo, la palabra divina produce el efecto querido por Dios: al verse confrontado con un poder y una sabiduría que superan infinitamente su capacidad de comprensión, Job se ve obligado a confesar su atrevimiento y su ignorancia. Había hablado de cosas que no sabía, pero al fin reconoce que el hombre no tiene derecho a pedirle cuentas a Dios. El porqué del sufrimiento sigue siendo para él un misterio, pero queda satisfecho de haber visto a Dios con sus propios ojos (38.1—42.6).
La conclusión (42.7-17), lo mismo que el prólogo, es una breve narración en prosa. Dios reprende a los tres visitantes, aprueba la fidelidad de Job y le devuelve, multiplicada, su antigua prosperidad.
El libro de Job no es un tratado teórico sobre el misterio del sufrimiento del justo. Es, más bien, una admirable polifonía, donde varias voces expresan puntos de vista diversos. Por un lado, está Job, el hombre dolorido, que expresa las angustias de todo ser humano frente al sufrimiento del inocente y que no acepta que su dolor pueda explicarse como un castigo divino. Por el otro, están sus visitantes, tristes consoladores, que no se dejan conmover ante el espectáculo del sufrimiento humano y sólo saben ofrecer a la persona que sufre el consuelo de una doctrina. Por último, se escucha la voz del Señor: ante ella, Job no tiene más remedio que reconocer su pequeñez y su incapacidad para comprender los misteriosos designios de Dios. Pero este encuentro con el Señor, al enfrentarlo con sus propios límites, le da una lección de humildad y lo introduce en una sabiduría más profunda.
El libro no contiene indicaciones sobre su autor, ni sobre la época en que fue redactado. Es indudable, sin embargo, que su autor ha sido un gran poeta, que poseía un dominio extraordinario de la lengua hebrea, una gran experiencia de la vida y un pensamiento extremadamente audaz. Algunos indicios hacen pensar, asimismo, que la obra pasó por varias etapas antes de recibir su forma definitiva, hacia el siglo V a.C. Es notoria, por ejemplo, la diferencia entre los relatos en prosa y las secciones poéticas, y esto permite suponer que el autor utilizó un relato muy antiguo como marco para expresar su propio pensamiento. Otro elemento que parece haber sido añadido más tarde son los discursos de Elihú. Este personaje se presenta en forma inesperada, y su intervención introduce un largo suspenso entre la respuesta de Dios y las palabras de Job en 31.35-40. Por otra parte, no se menciona a Elihú al comienzo, cuando aparecen los otros tres amigos, ni tampoco al final, cuando se vuelven a citar los nombres de Elifaz, Bildad y Sofar (42.9). El autor mismo, o un revisor posterior, pudieron añadir estos pasajes, tal vez con la finalidad de aclarar algunos temas que se consideraban incompletos en los diálogos anteriores.
Desde el punto de vista literario, el libro de Job es una de las obras cumbres de la poesía universal. Su vocabulario es muy rico y su estilo poético utiliza con incomparable maestría los recursos sintácticos y sonoros de la lengua hebrea. No es nada extraño, entonces, que una obra de esta envergadura contenga numerosos giros y expresiones difíciles de traducir. Algunas de estas dificultades se mencionan en las notas aclaratorias.
El libro consta de las partes siguientes:
I. Prólogo (1—2)
II. Debate de Job con sus tres amigos (3—27)
III. Himno a la sabiduría (28.1-28)
IV. Defensa de Job (29—31)
V. Discursos de Elihú (32—37)
VI. Discursos del Señor y respuestas de Job (38.1—42.6)
VII. Epílogo (42.7-17)

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