1 Reyes PRIMER LIBRO DE LOS REYES
PRIMER LIBRO DE LOS REYES
INTRODUCCIÓN
Los libros de Primera de Reyes y Segunda de Reyes continúan la historia allí donde la había dejado el Segundo libro de Samuel. Después de una vida llena de peligros y de grandes realizaciones, David llegó al término de sus días, y la cercanía de su muerte planteó en forma dramática el problema de la sucesión al trono. Como los miembros de la corte real se habían dividido en dos grupos antagónicos, el mismo David, a instancias de su esposa Betsabé, eligió como sucesor a Salomón (cf. 1 R 1—2). Así el pueblo de Israel entró en una nueva etapa de su historia, que se extendió hasta la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia. Este período, al que suele dársele el nombre de época de los Reyes, abarca unos cuatro siglos.
La primera parte de la obra (1 R 3—11) está dedicada al reinado de Salomón. Varios relatos ponen de relieve la gran sabiduría de este rey, sus enormes riquezas y sus magníficas construcciones. Entre estas últimas, recibe especial atención el templo de Jerusalén, que él hizo edificar en el terreno adquirido por David con esa finalidad (cf. 2 S 24.18-25). De este modo, Salomón llevó a cabo un proyecto que su padre no había podido realizar (1 R 8.17-21) y erigió un lugar de culto que habría de tener enorme trascendencia en la vida religiosa y cultural de Israel. La significación e importancia de dicho templo se pone de manifiesto, sobre todo, en la plegaria pronunciada por el rey durante la fiesta de la dedicación (8.23-53).
Pero no todo fue gloria y magnificencia en el reino salomónico. Aunque el relato tiende a resaltar la grandeza de Salomón, también deja entrever los aspectos negativos de su reinado. Los abusos que más se denuncian son las concesiones hechas a la idolatría y las excesivas cargas impuestas al pueblo. En efecto, para consolidar su poderío, Salomón entabló negociaciones con las naciones vecinas, y confirmó los tratados políticos y comerciales, de acuerdo con las costumbres de la época, tomando por esposas a princesas extranjeras. Pero algunas de estas esposas siguieron adorando a sus propios dioses y el rey les permitió que hicieran levantar templos paganos en el territorio de Israel (1 R 11.1-13). Por otra parte, las construcciones de Salomón exigían pesados tributos y una considerable cantidad de mano de obra. Para muchos israelitas, estos excesos traicionaban los ideales que habían dado su identidad y su razón de ser al pueblo del Señor (cf. 1 S 8), y un profundo descontento se extendió por el país, en especial, entre las tribus del norte. Como consecuencia de este malestar resurgieron las viejas rivalidades entre el norte y el sur (cf. 2 S 20.1-2), y así terminó por quebrarse el intento de unificación realizado por David (cf. 2 S 2.4; 5.1-3).
Después de la muerte de Salomón, el reino davídico se dividió en dos estados independientes: Israel al norte y Judá al sur, este último con Jerusalén como capital. El texto bíblico narra en qué circunstancias se produjo la separación (1 R 12), y luego presenta en forma paralela la historia de los dos reinos, que en muy pocas ocasiones lograron superar su antagonismo tradicional. El texto menciona por nombre a todos los reyes de Israel y de Judá; la sección dedicada a cada reinado comienza y termina con las mismas fórmulas. En el cuerpo de estas secciones se enumeran algunos hechos significativos de cada monarca, pero el autor, por lo general, no muestra demasiado interés en dar un relato detallado de los hechos. Lo que más le preocupa es juzgar la conducta de los reyes de acuerdo con lo establecido por la ley de Moisés, particularmente en todo lo relacionado con el culto del Señor.
Este juicio es de extrema severidad: treinta y cuatro veces se repite la frase sus hechos fueron malos a los ojos del Señor (cf., por ejemplo, 1 R 15.26; 22.52; 2 R 13.1), y sólo se aprueba la conducta de unos pocos reyes de Judá, que siguieron el ejemplo de David (cf., por ejemplo, 1 R 15.11; 2 R 22.2). En cuanto a los reyes de Israel, todos cometieron los mismos pecados con que Jeroboam hizo pecar a los israelitas (1 R 15.34). Esos pecados de Jeroboam, denunciados como un rechazo del Señor y de su templo (cf. 1 R 12.26-33), fueron el comienzo de la serie de infidelidades que provocaron la ira del Señor y tuvieron como consecuencia la destrucción de Samaria (2 R 17.7-23).
Del relato se desprende, además, que la violencia y la inestabilidad política fueron una característica casi constante en el reino del Norte. Numerosas dinastías se sucedieron en poco más de dos siglos, y los cambios de gobierno se produjeron muchas veces en forma sangrienta (cf. 2 R 9—11). El reino de Judá, por el contrario, se mantuvo siempre fiel a la dinastía davídica: los veinte reyes que ocuparon el trono fueron descendientes de David. El reinado de Atalía en Jerusalén constituye una excepción, pero esa reina fue una usurpadora y, llegado el momento, el pueblo de Judá instaló en el trono a un legítimo heredero de David (2 R 10).
En el año 721 a.C., el reino de Israel cayó bajo la dominación asiria y dejó de existir como estado independiente. Su vecino del sur, en cambio, logró sobrevivir a la invasión y prolongó su existencia casi un siglo y medio más. A esta etapa está dedicada la parte final de estos libros (2 R 18—25), que destaca de modo especial la reforma religiosa del rey Josías. Sin embargo, esa reforma no logró detener la desintegración moral y política del reino (cf. 2 R 23.26-27) y, por eso, la historia de los reyes tiene un dramático final: la destrucción de Jerusalén y el exilio a Babilonia.
Esta obra no sólo se ocupa de los reyes. También los profetas son objeto de particular atención, como lo muestran las extensas secciones dedicadas a Elías (1 R 17—2 R 1) y a Eliseo (2 R 2.1—8.15; 13.14-20). Pero al lado de estas dos grandes figuras hay toda una lista de profetas, que comienza con Natán (1 R 1.45), Ahías de Siló (1 R 11.29-40) y Semaías (1 R 12.21-24) y, pasando por Isaías (2 R 19.20—20.19), llega hasta Huldá, la profetisa de Jerusalén, que actuó en tiempos de Josías (2 R 22.14-20). Estas narraciones tienen especial interés, porque presentan a los profetas en acción. En los escritos proféticos, por lo general, lo que más se destaca es la palabra del Señor, y sólo unos pocos textos narrativos relacionan el mensaje profético con la persona del profeta y con determinados acontecimientos históricos. Aquí, en cambio, se relata cómo actuaron los profetas en momentos decisivos de la historia bíblica. Particularmente significativos son los pasajes que los muestran enfrentándose con los reyes, a fin de reprocharles su mala conducta (cf. 1 R 18.16-19; 21.17-29; 2 R 1.15-16).
Para componer este vasto panorama de cuatro siglos de historia, el autor utilizó distintas fuentes, y cita algunas de ellas: además de las crónicas de Salomón (1 R 11.41), hay diecisiete referencias a las crónicas de los reyes de Israel (por ejemplo 1 R 14.19) y otras quince a las crónicas de los reyes de Judá (por ejemplo 1 R 14.29). Estos documentos no han llegado hasta el presente, pero cabe suponer que relataban más extensamente muchos de los hechos que aparecen resumidos en el texto bíblico. También se utilizaron otras fuentes, como archivos del templo y una o varias colecciones de historias proféticas. Es posible, incluso, que las historias de Elías y Eliseo hayan circulado en forma independiente, entre los discípulos de esos profetas, antes de ser incorporadas a esta obra.
El texto de Primera de Reyes y Segunda de Reyes proporciona una cantidad considerable de datos cronológicos. Sin embargo, a veces es difícil relacionar y armonizar las distintas indicaciones, de manera que no puede establecerse con absoluta certeza la fecha correspondiente al comienzo y al fin de cada reinado. De ahí las diferencias de unos cuantos años en las cronologías propuestas por los historiadores modernos.
Los dos libros de Reyes forman en realidad una sola obra. La división tiene un carácter artificial, como lo muestra, entre muchos otros detalles, el lugar donde se produce el corte: el reinado de Ocozías se divide en dos partes, y lo mismo sucede con la historia de Elías. Es probable que hayan sido los traductores griegos los que hicieron esta división, por razones prácticas, en el siglo III a.C.
En la Biblia hebrea, esta obra figura entre los Profetas anteriores (véase la Introducción al libro de Josué). O sea, que no se trata de una mera narración histórica, sino de una reflexión profética sobre una etapa de la historia de la salvación. En esta reflexión se percibe claramente la influencia del Deuteronomio, que contenía promesas de paz y prosperidad para el pueblo de Dios, siempre que éste se mantuviera fiel a la ley del Señor (Dt 28.1-14; cf. 2 R 21.8). En caso contrario, recaerían sobre él las maldiciones anunciadas a los transgresores de la alianza (Dt 28.15-62), entre las que se incluía el exilio a un país extranjero (28.63-68).
Ahora bien: la historia de Israel y de Judá, a lo largo de todo este período histórico, fue una cadena ininterrumpida de pecados e infidelidades, y los principales responsables de esa situación fueron los reyes. A ellos les correspondía gobernar al pueblo de Dios con sabiduría (cf. 1 R 3.9) y ponerse al servicio de él (cf. 12.7), a fin de conducirlo por el buen camino. Pero, de hecho, hicieron todo lo contrario. Por eso, no es casualidad que Israel y Judá hayan caído derrotados y dejaran de existir como naciones independientes. Fue más bien la consecuencia, justa e inevitable, de los pecados que cometieron los reyes y de los que hicieron cometer a sus súbditos (cf. 2 R 21.9-16).
Pero esto no quería decir que todo estaba perdido. La promesa del Señor a David seguía en pie a pesar de todo (véase 2 S 7.16 n.), y es probable que el episodio relatado al final del libro sea una nota de esperanza fundada en esa promesa. Joaquín, el penúltimo de los reyes de Judá, estaba prisionero en el exilio, pero el rey de Babilonia lo sacó de la cárcel y le asignó un puesto de honor en su propia mesa (2 R 25.27-30). Este notable cambio de situación, que beneficiaba al descendiente de David, hacía prever un futuro mejor para todo su pueblo.
El siguiente esquema ofrece una visión de conjunto del Primer libro de los Reyes:
I. Fin del reinado de David y entronización de Salomón (1—2)
II. Reinado de Salomón (3—11)
III. División del reino davídico (12.1-33)
IV. Los dos reinos hasta los tiempos de Elías (13—16)
V. Historia del profeta Elías en tiempos de Ahab (17—21)
VI. Fin del reinado de Ahab (22.1-40)
VII. Josafat de Judá y Ocozías de Israel (22.41-53)
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Texto Bíblico: Dios habla hoy © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1994.
1 REYES INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
1. Nombre, contenido y división
Los que hoy llamamos libros primero y segundo de los Reyes constituían en la Biblia Hebrea un único libro, integrado en la colección de los llamados Profetas Anteriores, tras Josué, Jueces y Samuel; tradicionalmente era atribuido al profeta Jeremías. La división en dos libros, como en el caso de Samuel, es artificial y tardía. Se remonta a la versión griega de los LXX, que reagrupó Samuel y Reyes en cuatro volúmenes titulados los Libros de los Reinos, de forma que 1-2 Re serían los libros 3º y 4º. La versión latina de la Vulgata respetó esta división con el título de Libro de los Reyes, mientras que las versiones modernas vuelven a la denominación original de Samuel y Reyes, aunque todavía mantienen las subdivisiones griega y latina, con lo que tenemos 1-2 Sm y 1-2 Re.
El contenido global de 1-2 Re abarca la historia de los reyes de Israel y de Judá desde la muerte de David (1 Re 1—2) hasta el exilio de Babilonia (2 Re 25); refiere, en concreto, los más importantes acontecimientos sucedidos en estos largos cuatrocientos años que van desde el 970 a. C. (aproximadamente) hasta el 561 a. C. Todo este amplísimo contenido se divide en tres partes claramente delimitadas:
I.— REINADO DE SALOMÓN (1 Re 1—11)
- Salomón, sucesor de David (1 Re 1—2)
- La sabiduría de Salomón (1 Re 3,1—5,14)
- Las construcciones de Salomón (1 Re 5,15—9,28)
- Fama y riqueza de Salomón (1 Re 10)
- Ocaso y fin del reinado de Salomón (1 Re 11)
II.— HISTORIA DE ISRAEL Y DE JUDÁ (1 Re 12—2 Re 17)
- División política y religiosa (1 Re 12—13)
- Los dos reinos hasta Elías (1 Re 14—16)
- Historia de Elías (1 Re 17—2 Re 1)
- Historia de Eliseo (2 Re 2—8)
- Historia de Jehú (2 Re 9—10)
- Historia de Joás (2 Re 11—12)
- Los dos reinos hasta el fin de Israel (2 Re 13—17)
III.— ÚLTIMOS REYES DE JUDÁ (2 Re 18—25)
- Reinado de Ezequías (2 Re 18—20)
- Reinados de Manasés y Amón (2 Re 21)
- La reforma de Josías (2 Re 22,1—23,30)
- Últimos reyes de Judá (2 Re 23,31—25,30)
2. Características literarias
a) 1-2 Reyes y la Historia Deuteronomista
Conforme nos adentramos en la lectura de Reyes llaman nuestra atención una serie de rasgos peculiares, tanto en el aspecto literario (repetición constante de un esquema fijo en la presentación de los distintos reyes, fraseología muy similar a la del libro de Deuteronomio en determinados discursos y reflexiones, etc.), como en el ámbito teológico (afinidad con las ideas fundamentales del Dt, importancia del Templo como único santuario legítimo y descalificación sistemática de otros lugares de culto, papel relevante del Libro de la Ley, etc.). Todos estos datos (y otros no menos significativos) han llevado a formular la hipótesis de que 1-2 Re formaría también parte de la gran obra histórico-teológica que ha recibido el nombre de Historia Deuteronomista. (Ver Introducción a Jos, Jue y 1-2 Sm).
b) Las fuentes de los libros de los Reyes
La aportación deuteronomista a esta obra histórica es más redaccional que creativa. Pues, aunque los redactores deuteronomistas incorporaron materiales de cosecha propia, creados a propósito, es mucho mayor la cantidad de material que recogieron, seleccionaron e incluso transformaron a partir de otras fuentes y obras previamente existentes. El conjunto de todos los materiales y fuentes que conforman los libros de los Reyes puede catalogarse, a grandes rasgos, en los cuatro grupos siguientes:
1. Material redaccional deuteronomista. Generalmente es el más reciente y, por tanto, el más fácilmente identificable. Incluye todo lo que es creación y aportación propia de los redactores deuteronomistas, y generalmente se concreta en tres tipos de textos: los sumarios redaccionales, los discursos o reflexiones y las glosas o retoques deuteronomistas.
a) Los sumarios redaccionales enmarcan los informes de cada uno de los reyes de Israel y de Judá y están compuestos por datos de archivo y clichés deuteronomistas. Se diversifican en tres modelos y constan de los siguientes elementos (ver 1 Re 14,21.29-31; 15,1.8.9-11.23-24):
— Sumario introductorio: que incluye el nombre del rey y el de su padre; el inicio del reinado, sincronizado con el año del reinado del rey vecino; la edad del rey al inicio del reinado (sólo en Judá) y duración del mismo; y el nombre de la madre (sólo en Judá).
— Juicio religioso deuteronomista: absolutamente negativo para los reyes de Israel (con acusada gravedad en Jeroboán I y Ajab) y más variado para los reyes de Judá (absolutamente positivo para Ezequías y Josías; positivo con reparos para otros seis reyes, y negativo para el resto).
— Sumario conclusivo que incluye: la mención de algún hecho relevante del reinado en cuestión; la cita de las fuentes para ampliación de datos; muerte y lugar de la sepultura; el nombre del sucesor.
b) Los discursos o reflexiones deuteronomistas están puestos en boca de algún protagonista o expresados impersonalmente por el redactor anónimo. Suelen aparecer en momentos culminantes de la historia (1 Re 8; 2 Re 17,7-23) y generalmente incluyen valoraciones generales y visiones de conjunto de esta historia, formulados a la luz de los principios básicos del Deuteronomio.
c) Las glosas y retoques deuteronomistas constituyen generalmente breves incisos donde los redactores introducen sus comentarios retrospectivos a acontecimientos que más tarde tendrán un significado determinante para los destinos de Israel y de Judá (1 Re 13,2; 2 Re 13,3-5; 14,6). Entre estas glosas destacan las llamadas fórmulas de cumplimiento, muy abundantes en los libros de los Reyes.
2. Fuentes históricas oficiales. Entre el material previo a la redacción deuteronomista, destacan tres fuentes históricas citadas explícitamente en los libros de los Reyes: el libro de la Historia de Salomón (1 Re 11,41), el libro de los Anales de los reyes de Israel (1 Re 14,19) y el libro de los Anales de los reyes de Judá (1 Re 14,29). De ellas extrajeron los datos concretos relativos al reinado de cada uno de los reyes y algunos de los episodios más significativos para su propósito. Los eventuales lectores podrán completar su información sobre cada rey en las citadas fuentes.
3. Otras fuentes históricas. No todo el material previo que utilizaron los redactores procedía de fuentes oficiales. Determinados rasgos de composición, estilo y vocabulario permiten identificar otros conjuntos literarios independientes, entre los que cabe destacar:
— La Historia de la Sucesión: 1 Re 1—2 constituye el desenlace final de la llamada historia de la sucesión al trono de David, actualmente repartida entre 2 Sm 9—20 y 1 Re 1—2.
— Historia de Salomón: Además de los anales oficiales citados en 1 Re 11,41, es posible identificar en la historia de este rey (1 Re 3—11) una serie de relatos que magnifican su sabiduría, sus riquezas y su fama, y que hacen suponer la existencia de una obra (independiente de los anales y de origen sapiencial) escrita poco después de la muerte de Salomón.
— Crónica del Templo, de origen sacerdotal, identificable especialmente en la sección dedicada a la construcción del Templo (1 Re 5—7) y en otras unidades que hablan de reformas y obras de restauración (2 Re 12; 16; 22—23).
— Algunos relatos menores que, como las historias de Jehú (2 Re 9—10) y de Joás (2 Re 11), la historia de la división (1 Re 12—14), o las guerras arameas de Ajab (1 Re 20; 22), ofrecen características únicas y notablemente distintas del contexto general en que están insertas, lo que hace pensar en unidades previas independientes.
4. Fuentes proféticas. Una de las características más singulares de 1-2 Re es la existencia de amplias secciones literarias protagonizadas por distintos profetas. Además de los dos grandes ciclos de Elías (1 Re 17—2 Re 1) y Eliseo (2 Re 2—8), encontramos otras secciones menores dedicadas a Ajías de Siló (1 Re 11 y 14), a dos profetas anónimos de Judá y Betel (1 Re 13), a Miqueas, hijo de Jimlá (1 Re 22) e incluso a Isaías (2 Re 18—20). Esta abundante presencia de material profético, unida a la profusa utilización de las fórmulas de cumplimiento, da a los libros de los Reyes y a toda la Historia Deuteronomista un marcado acento profético.
3. Los libros de los Reyes y la historia
Aunque la finalidad de los libros de los Reyes (como la de toda la Historia Deuteronomista, de la que forman parte) sea eminentemente teológica, la obra se presenta en principio como historia. No en vano los libros de los Reyes son el más importante documento bíblico para la reconstrucción histórica del período que va desde el reinado de Salomón hasta la destrucción de Jerusalén en el año 587 a. C.
a) Israel en el horizonte histórico internacional
Con los libros de los Reyes se produce un hecho nuevo: si en Josué, Jueces y 1-2 Sm sólo interesaba la historia particular de Israel, a partir de ahora la historia de los pueblos vecinos y de los grandes imperios entra a formar parte de la historia de Israel y, a la inversa, Israel es claramente citado en la historia de otros pueblos.
— Los grandes pueblos del Oriente Medio en los libros de los Reyes. Los libros de los Reyes son testigos de las campañas militares de los faraones Sisac (1 Re 14,25-26), Tirhacá (2 Re 19,9) y Necó II (2 Re 23,29.33-34); de las maniobras intrigantes egipcias contra los pujantes imperios asirio (2 Re 17,4) y babilónico (2 Re 23,34; 24,20); y del sometimiento final de Egipto a este último imperio (2 Re 24,7). Son también testigos de la importancia del reino arameo de Damasco, que se convierte, bajo Benadad II y Jazael, en el principal enemigo de Israel y Judá, para derivar más tarde en aliado ocasional ante la amenaza del imperio asirio. Finalmente, son testigos directos y excepcionales de los avatares históricos protagonizados por los dos grandes imperios de la época: el imperio asirio y el babilónico con sus decisivas intervenciones en la historia de Israel.
— Israel y Judá en la Historia Universal. Israel y Judá a su vez, hacen acto de presencia en los anales, documentos y monumentos conmemorativos de los pueblos de la época. Así, la estela de Mesá, rey de Moab, alude al sometimiento de este pequeño reino vecino a Israel y a su posterior independencia. Los documentos egipcios confirman las expediciones de Sisac, Tirhacá y Necó. Los documentos asirios reseñan el prestigio de la casa de Omrí y la participación de Ajab de Israel en la batalla de Qarqar; los tributos de Jehú, Joás y Menajén (los dos primeros no constan en Reyes); la sustitución de Pecaj por Oseas en Israel, la destrucción de Samaría, la invasión de Senaquerib y los tributos que Asaradón y Asurbanipal impusieron a Manasés. Finalmente, los documentos babilónicos mencionan el primer ataque de Nabucodonosor a Jerusalén y la prisión de Jeconías en el palacio real de Babilonia.
b) La cronología de Reyes
Tres son los tipos de datos cronológicos que se manejan en los libros de los Reyes: cronología absoluta que computa la duración total de cada reinado; cronología relativa, que relaciona el año de entronización de cada rey con el año del reinado del rey vecino (1 Re 15,1-2) y alusión a determinados acontecimientos de la historia universal bien fechados en otros anales (1 Re 14,25; 2 Re 15,19ss; 16,5ss; 17,6; 18,9ss; 23,29ss). También contamos con datos procedentes de la cronología extrabíblica (especialmente la asirio-babilónica) que nos permiten fijar una serie de fechas contrastadas como la batalla de Qarqar (835 a. C.) los tributos de Jehú a Salmanasar III (841 a. C.) y de Menajén a Teglatfalasar III (738 a. C.), la caída de Samaría (722 a. C.), la invasión de Senaquerib (701 a. C.), la batalla de Carquemis (605 a. C.) o la primera conquista de Jerusalén por parte del ejército babilónico (597 a. C.). Por lo demás, deben tenerse en cuenta ciertas peculiaridades de la cronología israelita, como la diferencia entre los sistemas de antedatación (contar el año de entronización de un rey como el primero de su reinado) y postdatación (contar ese primer año a partir del año nuevo siguiente), con la posibilidad de que en Israel y Judá no se haya seguido idéntico sistema; o el distinto comienzo del año, en primavera (calendario babilónico, usado también en Israel) u otoño (calendario usado en Judá hasta Josías); y la posibilidad de distintas corregencias (2 Re 15,5 nos habla de una, pero debieron darse más casos). Pero más allá de todos estos datos, el problema cronológico de 1-2 Reyes sigue siendo complejo y de muy difícil solución. De hecho, aún no se ha llegado a adoptar con la suficiente unanimidad una cronología plenamente satisfactoria.
4. Perspectivas teológicas de los libros de los Reyes
Puesto que los libros de los Reyes forman parte de una obra más amplia —la llamada Historia Deuteronomista—, forzosamente han de compartir las perspectivas teológicas generales de dicha obra. Aquí nos ceñiremos una vez más a resaltar los rasgos más concretos y diferenciados que en el aspecto teológico aportan los libros de los Reyes. En virtud de la variedad de fuentes que convergen en Reyes, más que de una teología hay que hablar de varias teologías, todas ellas formuladas desde el preciso ángulo de enfoque de la Historia Deuteronomista y unidas por la finalidad y la orientación última que los redactores deuteronomistas dieron a su obra.
a) El exilio, referencia permanente de 1-2 Reyes
Si el exilio babilónico, con sus circunstancias desencadenantes, constituye el auténtico ángulo de enfoque de toda la Historia Deuteronomista, esta perspectiva se agudiza de manera especial en Reyes, hasta el punto de convertir el exilio en una de sus referencias más constantes, junto con la división de los Reinos. Es más, podría decirse que división y exilio son los dos polos de tensión en que se resuelve toda la obra. En cada una de las tres grandes partes de Reyes encontramos referencias al exilio en momentos decisivos. La plegaria de Salomón sobre el Templo alude a la remota posibilidad de exilio (1 Re 8,46-51). La segunda parte concluye con la caída de Samaría y un primer exilio de los israelitas a Asiria (1 Re 17). La tercera parte comienza con la invasión de Senaquerib (2 Re 18—19) y la velada amenaza de repetir la suerte de los hermanos del Norte. Aunque Jerusalén se salvará milagrosamente, Ezequías habrá de escuchar el anuncio profético de la deportación babilónica (2 Re 20,17-18), anuncio que se concretará en el reinado de Manasés (2 Re 21,12-14) y que se cumplirá inexorablemente al final del libro (2 Re 25).
b) Teología deuteronomista
Los criterios o principios teológicos a partir de los cuales los redactores revisan y juzgan la historia son los aportados por el Libro de la Ley (el núcleo de nuestro actual Deuteronomio) que en la reforma de Josías (2 Re 22—23) adquiere un valor determinante. Los principios teológicos deuteronomistas más influyentes en los libros de los Reyes son:
— La centralidad de la alianza. Aunque también adquiere especial relevancia la alianza davídica o promesa dinástica (formulada en 2 Sm 7), es la alianza sinaítica o mosaica la que ofrece el marco principal de las relaciones entre el Señor y el pueblo. Esta alianza aparece mencionada o aludida en momentos importantes de la obra (1 Re 8; 2 Re 11,17-18; 23,1-3) y es bilateral, por lo que al tiempo que garantiza promesas y bendiciones, exige como contrapartida unas obligaciones expresadas globalmente en forma de fidelidad y obediencia a los mandamientos y prescripciones, tanto para el pueblo como para sus reyes.
— Monoteísmo. La unicidad exclusiva de Dios se convierte en el primer y principal mandamiento deuteronómico (ver Dt 5,6-7), que excluye radicalmente cualquier tipo de culto o reconocimiento de otras divinidades. En virtud de esta profesión de monoteísmo, cualquier conato de idolatría será severamente condenado y pesará gravemente en el juicio deuteronomista sobre los reyes de Israel y de Judá.
— El Templo y la centralización del culto. Otro de los grandes ejes temáticos de 1-2 Re es la tensión entre el Templo de Jerusalén y los demás templos o santuarios, tanto yavistas como paganos. En el trasfondo de todo se adivina la ley del único santuario, que sólo entraría en vigor tras la reforma de Josías. A pesar del evidente anacronismo, los autores deuteronomistas aportan, con la aplicación de esta ley, un criterio sólido y objetivo en sus juicios religiosos sobre los reyes de Israel y de Judá.
— La respuesta del pueblo. Puesto que la alianza es bilateral, el pueblo debe ser absolutamente fiel a su único Dios y cumplir las exigencias del Libro de la Ley (Dt). Este principio convierte al pueblo en responsable último de su destino. Sin embargo, en 1-2 Re se observa un notable cambio de perspectiva respecto al resto de la Historia Deuteronomista. En los libros anteriores (especialmente en Jueces), la responsabilidad del castigo y la necesidad de la conversión incumbía a todo el pueblo; en 1-2 Re el mayor peso de la responsabilidad recae en los reyes, que son los que con sus actitudes y decisiones salvan o hacer pecar al pueblo.
c) Teología de la monarquía
Es bien sabido que en el conjunto de la obra deuteronomística parecen coexistir dos concepciones de la monarquía. Este hecho queda también patente en los libros de los Reyes, donde encontramos dos tratamientos bien diferentes de los reyes del Norte y del Sur. Mientras que el modelo de referencia de los reyes de Judá es siempre David, los reyes del Norte han de cargar con el pecado de Jeroboán, definido en términos casi exclusivamente religiosos. Finalmente, la suerte de ambos modelos es también diferente. Mientras que la monarquía del Reino del Norte desaparece definitivamente con su último rey, Oseas (2 Re 17,1-6.20-23), la dinastía davídica deja la puerta entreabierta al futuro con el indulto concedido a Jeconías (2 Re 25, 27-30).
d) Teología profética
La Historia Deuteronomista se suele definir como historia profética, en virtud del peso y la importancia que en ella tienen los profetas y por la utilización frecuente de las fórmulas de cumplimiento. Los libros de los Reyes corroboran tal afirmación, ya que incorporan mayor número de textos proféticos que el resto de la obra. Sólo aquí podemos encontrar amplios ciclos proféticos, como los de Elías (1 Re 17—2 Re 1) y Eliseo (2 Re 1—8), y capítulos enteros o secciones parciales dedicados a frecuentes intervenciones proféticas. A través de sus anuncios, amenazantes muchas veces pero también de salvación, los profetas ejercen una acción bienhechora tanto entre el pueblo llano como entre los reyes e incluso en relación con los pueblos extranjeros, como muestran sobradamente los ciclos de Elías y Eliseo.
e) Teología de la historia
Los rasgos hasta ahora reseñados permiten a los autores deuteronomistas desarrollar una verdadera teología de la historia, original y armoniosa, que en los libros de los Reyes acentúa particularmente algunos elementos concretos:
- Dios impulsa, guía y conduce la historia, según su voluntad salvífica, de modo que ningún acontecimiento positivo o negativo escapa a su control o es debido a otras fuerzas ajenas. Y ejerce este control a través de su palabra, que anuncia y explica los acontecimientos, o a través de sus intervenciones, generalmente indirectas.
- La mediación fundamental de la intervención de Dios es la palabra divina, expresada en la ley de Moisés o formulada por los profetas. Pero hay también otros no menos importantes, como son el mismo pueblo de Israel, con sus dirigentes a la cabeza, y los demás pueblos que, cuando entran en escena, lo hacen impulsados por la voluntad de Dios o, al menos, con su consentimiento. En cualquier caso, los protagonistas humanos son siempre responsables de su historia, tanto en el caso de sanciones y castigos, como en las opciones y decisiones que desencadenan los acontecimientos.
- Finalmente, en los libros de los Reyes se pueden encontrar algunos elementos para elaborar una teología de la relación entre el Dios de Israel y los restantes pueblos. Puesto que Israel o Judá no viven su historia al margen de los tipos de relaciones, tampoco la historia y destino de estos escapan al control y guía divinos. Y, si bien la mayoría de las veces los pueblos son meros instrumentos de la intervención punitiva o salvífica de Dios para con su pueblo, también pueden llegar a ser destinatarios directos de las acciones divinas, como en el caso de la curación del sirio Naamán (2 Re 5) y de las bendiciones concedidas a Tiro, Egipto o Asiria, convirtiéndose en testigos explícitos de su poder universal (ver 1 Re 5,21; 10,9; 2 Re 5,17).
f) Conclusión: entre la decepción y la esperanza
En los libros de los Reyes late la misma tensión que se aprecia en el conjunto de la obra deuteronomista entre castigo y conversión, o dicho en otros términos, entre decepción y esperanza.
Por un lado, el hecho mismo del exilio es la constatación de un fracaso, que exige un esfuerzo de reflexión: es preciso tomar conciencia de que la actual pérdida de la tierra y de los demás bienes concedidos por Dios en la historia es responsabilidad exclusiva del pueblo y de sus dirigentes que han desobedecido a su Dios e incumplido la alianza; el castigo era, por tanto, algo inevitable. Pero, a pesar de este clima palpable de fracaso y decepción, late también en los libros de los Reyes un mensaje positivo, que permite afrontar el incierto futuro con un mínimo de ilusión y esperanza. En primer lugar, porque toda la historia anterior no ha sido totalmente negativa, ya que ha conocido también grandes reinados, tiempos felices, momentos culminantes y cambios radicales. Además, no todo se ha perdido: aunque dividido entre la patria desolada y la diáspora, el pueblo sigue existiendo, siguen vigentes algunas promesas, Dios sigue hablando a través de sus profetas. En segundo lugar, tanto el indulto concedido a Jeconías, al final de la obra (2 Re 25,27-30), como la posibilidad de la conversión desde el exilio, anunciada en la plegaria de Salomón (1 Re 8,46-51), sustentan explícitamente una esperanza más que fundada: si el pueblo se vuelve (es decir, se convierte) a su Dios, Dios se volverá (es decir, perdonará) hacia su pueblo y hará que regrese a su tierra.
PRIMER LIBRO DE LOS REYES
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La Biblia Hispanoamericana (BHTI) Traducción Interconfesional versión hispanoamericana Copyright © Sociedad Bíblica de España, 2011 Utilizada con permiso