30 Días Con La Palabra Viva Y EficazMuestra

La palabra que gobierna incluso en la fosa

Daniel no terminó en una fosa por debilidad, sino por fidelidad. No fue castigado por una transgresión, sino por consecuencia de una vida sin concesiones. Cuando todos se postraban ante el decreto real, él seguía doblando rodillas ante el Rey eterno.

El edicto fue claro: treinta días sin orar a otro dios que no fuera el rey. Pero Daniel no necesitaba más días para decidir a quién pertenecía. No gritó, no hizo campaña, no buscó atajos. Simplemente abrió sus ventanas hacia Jerusalén, como siempre lo había hecho, y oró. Porque cuando conoces a Dios, no puedes callar tu necesidad de él ni siquiera para salvar tu vida.

Esa noche, la fosa no fue una metáfora: fue piedra, fue rugido, fue sombra. Y sin embargo, el que parece ausente en la superficie, está siempre presente en la profundidad. “Mi Dios envió a su ángel y cerró la boca a los leones. No me han hecho ningún daño, porque Dios bien sabe que soy inocente” (Daniel 6:22, CST). ¡Qué palabra viva y eficaz! No necesitó gritos ni milagros ruidosos. Solo una orden divina y un ángel enviado, bastaron para cambiar el veredicto del infierno.

Dios no siempre detiene la caída… pero reina sobre cada fosa. No siempre anula el decreto injusto, pero su palabra tiene la autoridad para silenciar hasta al más feroz de los leones. Porque su voz no solo consuela al que sufre: gobierna lo visible y lo invisible, ordena al ángel y cierra la boca de aquello que debía devorarte.

No temas al rugido de la noche, ni a las trampas del enemigo disfrazadas de ley. Porque en el reino de Dios, la fidelidad no es desechada, es celebrada. Y muchas veces, lo que parecía tu sentencia final… se convierte en el escenario del milagro, el altar donde Dios muestra que él reina incluso en la oscuridad.

Oración

Señor, cuando el rugido de mis temores intente apagar mi fe, recuérdame que tú reinas incluso sobre los leones. Haz de cada fosa una sala de encuentro contigo, donde tu presencia silencie toda amenaza. Fortalece mis rodillas cuando tiemblen, y enséñame a confiar aunque no vea una salida. Porque si tú estás conmigo, ningún decreto humano podrá sellar mi final.

En el nombre de Jesús.
Amén.