Una vida de intimidad con DiosMuestra

Somos hijos, amados y bendecidos
¿Recuerdas el encuentro de Jacob con Dios en Betel? Significó muy poco para él, Génesis 28:10-22. Es cierto que fue una experiencia vibrante y profundamente emocional, pero no fue suficiente para quebrantarlo y transformarlo en una mejor persona. Jacob seguía siendo el mismo tramposo. El que engañó a su padre, tampoco tuvo repararos en engañar y pelear con su suegro por algunas ovejas y un poco de riquezas terrenales. El encuentro con Dios no bastó para terminar con la tiranía del ‘yo’ ni con el gobierno de la ‘carne’. Jacob era un hombre confiado en sí mismo. Nunca incluyó a Dios en sus asuntos. Prueba de ello es que escogió esposas e hizo negocios sin buscar la dirección de Dios. El orgullo de Jacob era duro de matar. ¿Y el nuestro?
Jacob no gozaba con ninguna ventaja en relación a otras personas. Fue elegido por Dios de pura gracia. Lo menos que se esperaba era gratitud, obediencia y lealtad. Sin embargo nada de eso sucedió. El encuentro con Dios en Betel debió haberlo transformado en un hombre dócil, humilde y dependiente. Pero Jacob siguió el camino de la independencia. Hacía sus propias elecciones, tenía su propia agenda y tenía sus propios planes. Dios no tenía parte en sus asuntos personales. ¡Qué necedad! Hagamos una pausa y pensemos. ¿No fuimos nosotros también elegidos de pura gracia? Deberíamos recordar que fuimos elegidos por Dios para ser sus hijos sin merecerlo. Dios nos libró del poder de Satanás, Colosenses 1:13-14; Hebreos 2:14. Y del poder del pecado, Romanos 6:17-18; 1ª Corintios 1:30, Romanos 6:6. Nos libró de la condenación eterna, Juan 3:16, 36. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Que nuestro destino eterno no será el infierno! La muerte de Jesús hizo posible nuestra amistad con Dios, Romanos 5:10-11; Efesios 2:13; Hebreos 10:19-20. Fuimos bendecidos con su presencia en nuestra vida. Sí, el único Dios, el Dios verdadero vive en nosotros, 2ª Corintios 6:16; 1ª Corintios 6:19. Además tenemos un poderoso protector, 1ª Juan 5:18. Una gloriosa herencia en los cielos, Romanos 8:17; Gálatas 4:7; 1ª Pedro 1:4. Y un intercesor permanente, Romanos 8:34; Hebreos 9:24. Como si fuera poco todos nuestros pecados fueron perdonados, 1ª Juan 1:9. “... Si Cristo murió por nosotros, ya no debemos vivir más para nosotros mismos sino para Cristo...”, 2ª Corintios 5:15 (TLA).
“Amado Señor, de ahora en adelante me consagro enteramente a ti. Viviré para tu gloria, amén”.
Acerca de este Plan

Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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Nos gustaría agradecer a José Luis Cinalli - Silvia López de Cinalli por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://iglesiadelaciudad.com.ar/