LIDIAN CON EL DOLOR

Durante su peregrinaje terrenal, todas las personas lidian con el dolor. Jesús nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicciones. ¿De qué manera las estamos sobrellevando?

El primer paso para enfrentar el dolor es reconocerlo. Hay situaciones reales que nos lastiman, y no podemos negarlas. De seguro, no son fáciles ni agradables; sin embargo, de la mano de Dios, debemos sacar el mayor provecho posible de ellas.

Muchas veces, los cristianos somos muy buenos para festejar nuestros éxitos, pero somos desastrosos para llorar y hacer nuestros duelos. La rapidez con que manifestamos nuestros éxitos es la misma que necesitamos en momentos de aflicción: debemos reconocer de inmediato que necesitamos ayuda.

El segundo paso es consolar a otros que están atravesando un dolor similar al nuestro. No solo debemos decirle a alguno: «Voy a orar por ti», sino debemos mostrarnos sensibles ante su dolor. Únicamente podremos lograr esto si primero reconocemos nuestros dolores.

Pablo nos enseña ambos puntos de vista (2 Corintios 1.3-4). La persona que reconoce el dolor, y encuentra su consolación en Dios, estará preparada para ser sensible ante el dolor de los demás. Así, el consuelo viene de un corazón consolado primero por Dios.

Debemos entender que nuestro dolor no es solo nuestro, sino también de nuestros hermanos en la fe, que necesitan beneficiarse del consuelo que hemos recibido directamente de Dios. Él nunca desperdicia un dolor.

Si las personas que atraviesan alguna experiencia dolorosa específica sostuvieran y consolaran a otras en la misma situación, ¡cuán diferente sería nuestro mundo! Recordemos, pues, los momentos difíciles en que fuimos consolados por Dios. Ese es nuestro capital.