Declaro la guerraMuestra

 En definitiva, la guerra de la que hemos estado hablando a lo largo de este libro es cómo eliminar la idolatría. Al fin de cuentas, todos nuestros problemas se reducen a cuestiones de adoración. Nuestra necesidad de atención nos hace valorar a otras personas más de lo que valoramos a Jesús. Nuestro amor por las cosas significa que adoramos las posesiones más que a Jesús. Nuestras audaces luchas nos hacen adorar la comodidad más que a Jesús. Y así sucesivamente.

La buena noticia es que, aun cuando la adoración te mete en este lío, también te puede sacar de ahí. Para ganar la batalla, tienes que desterrar de tu vida las cosas que se han erigido en el lugar que solo le pertenece a Dios, el lugar de preeminencia, de honor, valor y gloria. Es una batalla diaria para entronar a Dios y desterrar a las cosas que aspiran ser reyes, pero también es la única manera de quitarte de tu propio camino, para dejar de sabotearte a ti mismo, y asirte a la victoria.

Los ídolos prometen libertad pero traen esclavitud.

Cuando seas auténticamente tú y vayas humildemente siguiendo los pasos de Jesús, podrás vivir confiado. Sin miedo, ni distracción, ni depresión, ni ansiedad, ni preocupación, ni remordimientos, ni peleas, ni adicciones, ni oscuridad, ni egoísmo, ni autosabotaje, ni narcisismo, ni presa de la

versión de ti mismo que no quieres ser, ni cualquier otra cosa que se interponga en tu camino y te impida crecer. Dibuja en la arena una línea, una línea carmesí trazada con la sangre de Jesús, y decide que el ciclo termina contigo. Tus hijos no tienen que heredar lo que tú heredaste de tus padres. Entrégate a la guerra para que no tengan que hacerlo ellos.