Declaro la guerraMuestra

El libro de Proverbios dice que en la lengua hay poder de vida y de muerte (18.21). Con todo lo pequeña que es, la lengua es como un reactor nuclear capaz de producir energía para iluminar una ciudad pero también una bomba que puede destruirla.

Si tus palabras están llenas de gracia, tendrán el mismo impacto que la sal, o que el aliño tiene sobre la comida: harán que tengan buen gusto, y entonces, tus palabras podrán bendecir a la gente, podrán compartir el evangelio y orar por los enfermos. Tus palabras podrán alentar, consolar, tranquilizar y hacer reír.

Una sola frase puede alterar tu vida:

«Te amo». «¿Te casarías conmigo?». «Es un niño». «Quiero el divorcio». «Te perdono». «Lo siento».

Una frase puede ser devastadora: «Estás despedido». «Es cáncer». «No hay nada más que podamos hacer». Sin embargo, una frase también te puede hacer feliz: «¡Quedas promovido!». «¡Tienes la entrada que esperabas para el concierto!». «¡Tu tía perdida te dejó una cuantiosa herencia!». Las palabras te pueden costar la vida; dile algo a la persona equivocada en el momento equivocado y conseguirás que te mate.

En Romanos 5.12 leemos que es nuestra naturaleza pecaminosa lo que hace que nuestras palabras sean tan peligrosas: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron». Afortunadamente, todo lo que se puede usar para el mal puede ser recuperado y usado para bien.

Cuando la lengua está funcionando correctamente, es un manantial que refresca y un árbol que produce frutos gratos al paladar y que, además, nutren.

El agua puede saciar la sed o inundar una ciudad. Del mismo modo, las palabras son neutras en sí mismas; es cómo se usan lo que determina su calidad de buenas o malas.

Si Jesús es el Señor de tu vida, también debe ser el Señor de tus labios.