El desánimo

Las dudas nos frenan y nos detienen, y eso nos lleva al desánimo. Ese cansancio del alma que viene cuando esperas algo de Dios y no sucede. Tal vez eso fue lo que le pasó a Cleofas.

Cleofas era un seguidor de Jesús, lo había escuchado enseñar, lo había visto hacer milagros, lo había visto morir y con su crucifixión, murió también su esperanza. Él esperaba que Jesús fuera el rey que acabaría con la injusticia romana y eso no sucedió. Estaba triste y confundido, totalmente desanimado, así que decidió después de todo, emprender el camino hacia Emaús, posiblemente ahí estaba su casa, su “lugar seguro”.

Un momento similar vivió Elías, desanimado por sentirse solo y de repente dejó de ver a Dios, poderoso para cuidarlo y proveerlo, y decidió también huir. Elías caminó más lejos, huyó al monte Sinaí (Horeb) en Egipto.

Nuestra incredulidad también nos desanima. No es solo tristeza, es el peso de un corazón que no entiende lo que pasó. Es mirar hacia atrás y decir:"Yo pensé que Dios iba a hacer algo y no lo hizo".

Quizá todos hemos caminado como Cleofas. ¿Te has sentido así? Has visto señales, has escuchado promesas y aún así hay momentos en los que sientes que nada tiene sentido. Dónde ya no sabes si creer. Donde la duda te susurra que Dios no está, que Dios no existe o que no va a hacer nada.

Para ese momento Jesús caminaba a su lado, resucitado y más vivo que nunca. Y aunque Cleofas no lo reconoció al principio, Jesús no lo dejó solo.

Tal vez tú, como él, no lo ves, ni lo sientes. Pero Él está aquí, hoy, ahora, contigo. Jesús también quiere escucharte. Él no rechaza tu duda, te acompaña a través de ella. Quizás has pensado:“Señor... me fallaste o no te siento o no entiendo”.

Cleofas no sabía que Jesús iba caminando con él. Estaba demasiado atrapado en su desánimo como para reconocer que la promesa seguía viva. Y eso es lo hermoso: que aunque tú estés desanimado, Jesús no se ha detenido, y cuando todo parece apagado, es justo cuando Dios decide hablar.

Él nos está esperando.