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Libérame de mis mayores temores: Muerte

“No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz”.

Las líneas anteriores (traducidas del inglés) son del poema más famoso del poeta galés Dylan Thomas. Las escribió mientras veía como su padre, que fue una vez un soldado vigoroso, se volvía débil y frágil. Las palabras de Thomas nos tocan el corazón; todos tenemos temor de morir, y tememos la muerte de los seres queridos. La “luz” de Thomas se apagó en 1953, y probablemente no se fue con delicadeza.

Lo entiendo; la muerte es la última aventura humana sobre la tierra. La muerte existe en la raza humana, que Dios creó inmortal, como castigo de la rebelión y la maldad de los humanos. No es agradable ni natural.

Pero Jesús lo ha cambiado todo. Como él asumió la culpa y la condenación por el pecado humano, el proceso de la muerte pierde su terror y temor y se convierte en el proceso de caer en los brazos de Jesús. Estas son las dulces palabras de un hombre de 90 años: “No temas lo que has de padecer. . . . ¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida!” (Apocalipsis 2:10). Uno se puede ir con delicadeza, cuando sabe que Cristo lo está esperando.