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Libérame del odio a mí mismo: Rechazo

Yo no sé ustedes, pero una de las cosas que más alimenta en mí el sentimiento de autodesprecio es el rechazo. Todavía recuerdo vivamente a cada una de las muchachas que no quiso salir conmigo en mi juventud. Y esta es la razón de ese secreto dolor (no estoy enojado con ellas y nunca lo estuve; no las culpo de ninguna manera; de hecho temo que tenían la razón): me temo que no querían que las vieran en mi compañía porque soy aburrido, feo y también un gran perdedor.

Seguramente usted conoce el sabor del rechazo: ser sacado del equipo, abandonado por la novia o por la esposa; despedido del trabajo, lo que no solo le quita el ingreso sino que también destruye su autoestima y hasta su identidad; que los hijos lo ignoren o se burlen.

El rechazo será parte de la vida humana hasta el final; por eso es tan importante que aprovechemos siempre el permanente e ilimitado raudal de afecto y aprobación que viene nuestro Dios y Salvador: “Aunque mi padre y mi madre me dejen, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10).

Si dejo que Dios sea el árbitro final de mi propio valor, nunca tendré que verme a mí mismo como un perdedor. La fe en Jesús mi Salvador me convierte en un ganador.