Día 2: Pintado con tinta eterna

Texto base: Efesios 1:5-6

Hay algo en nosotros que siempre teme ser olvidado. Quizá porque hemos sido reemplazados, rechazados u olvidados. Nos acostumbramos a creer que el amor es temporal, que la aceptación tiene fecha de caducidad. Pero el corazón de Dios no trabaja con contratos que se rompen, sino con sellos que permanecen.

En el taller del Artista, hay un rincón especial donde guarda sus obras terminadas. Cada una tiene su firma, un trazo único que declara: “Esta me pertenece”. Es la marca del autor, el detalle que ningún imitador puede reproducir. No importa si alguien intenta copiar la pintura o vender una versión falsa; la tinta de su firma revela la autenticidad.

Así también eres tú. Cuando rendiste tu vida a Cristo, Él no solo te limpió ni te dio un nuevo comienzo: te selló con su Espíritu. Es como si hubiera tomado una pluma hecha de eternidad y escribiera sobre tu vida su nombre. No con tinta que se borra, sino con tinta viva, con su propio aliento.

Ese sello no es visible al ojo humano, pero el cielo lo reconoce. Es la prueba de tu pertenencia, la evidencia de que ya no te defines por lo que pierdes, sino por quién te posee. Puedes sentirte inestable, confundido o incluso indigno, pero tu identidad no depende de tu estado emocional. Tu historia tiene una firma que no se puede falsificar.

A veces, te observarás y no la verás. Dudará tu mente, pero no tu alma. El enemigo te susurrará que no eres suficiente, que te alejaste demasiado. Pero el Artista no rompe su firma. No borra su nombre de aquello que ama. Lo que Él ha sellado, nadie lo puede deshacer.

Imagina por un momento tu vida como un cuadro colgado en su galería. Cada trazo fue pensado, cada sombra tiene propósito. Bajo la luz de su presencia, tu historia brilla con un resplandor que otros quizá no noten, pero Él sí. Y en la esquina inferior, allí donde las grandes obras llevan la rúbrica del maestro, está la suya. No escrita con tinta, sino con el Espíritu.

Esa marca significa: “Esta vida ya no está a la venta. Es mía para siempre”.

Y en ese descubrimiento se encuentra la verdadera libertad: no tener que probar tu valor, no tener que luchar por permanecer. Eres permanencia en un mundo de reemplazos. Eres eternidad en un mundo que olvida.

Declaración de identidad:

No tengo que probar mi valor; ya llevo la firma del Artista sobre mí.

Identidad: Soy sellado/a y asegurado/a en Cristo para siempre.

Práctica:

Busca un objeto personal —una libreta, una tarjeta, un dibujo— y escribe en él tu nombre junto a las palabras: “Propiedad del Artista”. Léelo cada vez que sientas que no perteneces. Deja que ese recordatorio silencioso reafirme lo que Él ya escribió sobre ti.

Oración:

“Señor, gracias por sellarme con tu Espíritu y recordarme que no estoy a la deriva. Cuando dude de quién soy, hazme sentir tu firma sobre mi corazón. Que tu presencia sea la tinta que nunca se borra, la prueba viva de que siempre te pertenezco. Amén”.