Día 3: Restaurado en los tonos de la gracia

Texto base: Efesios 2:4-10

Hay momentos en los que tu alma se siente como una pintura vieja: agrietada, con zonas donde el color se ha desvanecido y otras donde la humedad del tiempo ha dejado marcas que parecen imposibles de quitar. Ves esas partes de ti —las decisiones que desearías rehacer, las palabras que no puedes retirar, las pérdidas que no entendiste— y te preguntas si todavía hay algo bello que pueda salir de ahí.

Pero la gracia de Dios no trabaja con borradores ni con sustitutos. Trabaja con lo que existe. Con lo que duele. Con lo que quedó. La gracia no elimina la historia: la redime. Donde otros verían una fractura, el Artista ve la oportunidad de una restauración más luminosa.

En su taller, Él no arroja a la basura las obras dañadas. Las coloca sobre una mesa de luz. Limpia el polvo con delicadeza, mezcla pigmentos nuevos y comienza un proceso paciente: capa sobre capa, trazo sobre trazo. La restauración lleva tiempo, pero cada minuto bajo sus manos devuelve la vida al color. Y mientras trabaja, murmura con ternura: “Todavía hay belleza aquí. Todavía puedo usar esto”.

Así es la gracia: una mezcla de ternura y poder que penetra hasta lo más profundo y transforma lo que creías definitivo. A veces no lo notas en el momento. Solo ves grietas, cansancio y espera. Pero un día despiertas, volteas atrás y descubres que el Artista ha estado pintando incluso en los silencios.

Tu historia no termina donde fallaste; comienza donde la gracia te alcanzó. Aquello que pensabas que era ruina se vuelve testimonio. Las líneas torcidas de tu vida forman un patrón que solo se entiende desde el cielo. La restauración no borra las cicatrices: las ilumina. Porque en el arte de Dios, incluso las grietas reflejan luz.

Quizá sigues mirando una parte de ti con vergüenza, deseando esconderla. Pero lo que ocultas, Él no puede sanar. Si lo dejas entrar, si le permites tocar esas zonas quebradas, Él las llenará con tonos nuevos: el perdón, la esperanza, la paciencia, la compasión. Son los colores de la gracia, y tienen una profundidad que solo surge de lo vivido.

En el taller del Artista no hay obra desechada. Solo piezas en proceso. Y tú, sí, tú, estás en medio de esa restauración divina.

Declaración de identidad:

No soy mis grietas, soy la obra que la gracia de Dios está restaurando.

Identidad: Soy redimido/a y transformado/a por la gracia de Cristo.

Práctica:

Busca una fotografía antigua, un papel arrugado o algo con marcas del tiempo. Obsérvalo y piensa: “Así se ve mi historia bajo la gracia”. Luego agradece por cada marca que hoy tiene propósito. Si puedes, escríbele a Dios una carta corta titulada: “Gracias por no desecharme”.

Oración:

“Señor, gracias por no renunciar a mí. Por entrar en mis ruinas y hacer de ellas un lugar habitable. Gracias porque tu gracia no me cubre para esconderme, sino para restaurarme. Que cada cicatriz cuente una historia de tu amor, y que mi vida, aún con sus grietas, brille con la belleza de tu arte perfecto. Amén”.