El amor que transformaMuestra

Encuentro con la palabra encarnada

Juan no nos habla desde la teoría. Nos habla desde el asombro. Desde la intimidad de quien fue testigo de lo imposible: el Verbo eterno, visible y tangible, hecho carne. El Dios infinito vestido de piel humana.

“Lo que hemos oído…” Esa voz aún resuena. No como un eco lejano, sino como una palabra viva que sigue perforando corazones endurecidos, levantando a los quebrantados y llamando a los perdidos por su nombre.

“Lo que hemos visto con nuestros ojos…” Juan vio lo que muchos anhelaban: la gloria del Hijo de Dios. No una gloria deslumbrante desde un trono, sino una gloria humilde que lavó los pies, abrazó leprosos, lloró junto a tumbas… y venció a la muerte.

“Lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado…” El apóstol no escribe por emoción, sino por comunión. Tocó al Verbo con manos temblorosas, con lágrimas en los ojos y con el alma rendida. Y ahora quiere que nosotros también lo toquemos, con nuestra fe.

Esta no es una historia del pasado. Es una invitación presente. Juan escribió para que también tengamos comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Porque la vida cristiana no es una doctrina fría, sino una comunión íntima. Y en esa comunión, dice Juan, la alegría se vuelve completa.

¿Quieres conocer esa alegría? Vuelve a Jesús. A su voz. A su presencia. A su palabra, porque la vida está allí.

Haz una pausa, quédate en silencio. Inclina tu corazón porque él está más cerca de lo que crees.

Oremos

Jesús, hoy te entrego mi vida y te pido que seas el centro de ella. Abre mis oídos para escuchar tu voz como lo hizo Juan, abre mis ojos para verte obrar en lo cotidiano, sensibiliza mi corazón para tocarte con una fe viva. No una relación superficial, sino una comunión que lo transforme todo. Que mi alegría brote de conocerte, y que mi vida entera proclame que tú eres el Señor.

En el nombre de Jesús.
Amén.