El Pelo Vuelve a Crecer - La Historia No Conocida De SansónMuestra

Los filisteos, sedientos de venganza, se movilizaron y acamparon en territorio de Judá, en la zona de Lehí. El pueblo de Judá, temeroso de perder la frágil paz con sus opresores, preguntó el motivo de esa invasión. La respuesta fue clara: habían venido por Sansón. Querían atraparlo y hacerlo pagar por lo que les había hecho.
Entonces, tres mil hombres de Judá —sí, tres mil de su propia gente— fueron hasta la cueva de Etam, donde Sansón se escondía. Con miedo le reprocharon: ¿No te das cuenta de que los filisteos nos dominan? ¿Por qué nos metiste en esto? Sansón respondió que solo había buscado vengarse. Pero su propio pueblo insistió: habían ido para apresarlo y entregarlo al enemigo. Sansón aceptó, con la condición de que ellos no lo mataran. Lo ataron con cuerdas nuevas y lo llevaron al encuentro de los filisteos.
Cuando lo presentaron en Lehí, los filisteos corrieron hacia él con gritos de triunfo. Pero en ese instante, el Espíritu de Dios vino con poder sobre Sansón: las cuerdas que lo ataban se deshicieron como hilos chamuscados y cayeron al suelo. En el mismo lugar había tirada una quijada de burro aún fresca. Sansón la tomó y, con esa arma impura, derribó a mil hombres. Después lanzó una burla irónica sobre su victoria y arrojó la quijada al suelo. A ese lugar se lo conoció como Ramat Lehí.
Una vez más, Sansón había usado lo prohibido, violando su voto de nazareo al tocar lo muerto. Una vez más, la fuerza que venía del Espíritu lo había librado.
Cansado después de la batalla, clamó a Dios. Y aquí aparece por primera vez su oración. No fue un ruego humilde ni una confesión de dependencia, sino más bien una queja exigente: reconocía que Dios lo había usado para salvar al pueblo, pero ahora lo acusaba de dejarlo morir de sed. Sansón no comprendía todavía que todo lo que había hecho —desde enfrentar al león hasta vencer a los mil filisteos— había sido posible únicamente por el Espíritu de Dios, no por su propio poder.
Aun así, el Señor, en su misericordia, abrió un manantial en Lehí, y Sansón bebió hasta recobrar sus fuerzas. Llamó a ese lugar Enacoré, y desde allí gobernó a Israel por veinte años en los días de dominio filisteo.
Respiremos. El relato es intenso. Todo indica que llega un tiempo de paz. Pero hay un detalle: Sansón no fue como los demás jueces. Nunca liberó a Israel de la opresión extranjera. Su gobierno coincidió con el poder filisteo. Sus victorias fueron, en su mayoría, reacciones personales, no liberaciones para el pueblo.
Pasaron veinte años. Y aunque el tiempo suele cambiar a las personas, en Sansón la historia muestra otra cosa.
Un día fue a Gaza, la capital filistea, y se acostó con una prostituta. Después de dos décadas, parecía no haber aprendido nada. Los habitantes de la ciudad rodearon el lugar y planearon matarlo al amanecer. Pero a medianoche, Sansón se levantó, arrancó las enormes puertas de la ciudad con sus pilares y cerrojos, y las cargó sobre sus hombros hasta lo alto de un monte frente a Hebrón, a unos sesenta kilómetros de distancia.
La escena muestra un patrón peligroso: mientras más grande era el riesgo, más fuerza necesitaba para salir, y más confiado se volvía en sus propias victorias. Sansón usaba la bendición de Dios como excusa para seguir en sus caprichos, sin volverse nunca al Señor. Cada rescate divino lo alejaba más de la dependencia que debía tener.
Y así llegamos al clímax de su historia: Sansón y Dalila.
Tiempo después, se enamoró de una mujer en el valle de Sorec llamada Dalila, cuyo nombre en hebreo evoca la “noche”. Esta relación oscura sería el inicio de su ruina. Los principales jefes filisteos, viéndolo como una amenaza nacional, se acercaron a ella y le ofrecieron una fortuna si lograba descubrir el secreto de su fuerza.
Dalila fue directa: le pidió a Sansón que revelara cómo podría ser dominado. La pregunta era tan obvia que debió despertar sospechas, pero él permaneció junto a ella. Sansón respondió con una mentira: si lo ataban con cuerdas verdes y nuevas, perdería la fuerza. Dalila lo probó de inmediato, escondiendo hombres en la casa y gritando la alarma. Pero Sansón rompió las cuerdas como si fueran nada.
Ella lo acusó de engañarla y volvió a insistir. Otra mentira, otra prueba, otra burla. Dos veces más lo intentó y dos veces más Sansón la dejó hacer. ¿Qué hacía todavía allí? ¿Amor ciego? ¿Atracción por el peligro? ¿Necedad?
Dalila cambió de estrategia. Ya no lo presionó con amenazas, sino con manipulación emocional: "Si de verdad me amaras, me confiarías tu secreto”. Día tras día lo acosó con sus palabras hasta desgastarlo. Sansón, agotado, terminó abriendo su corazón: confesó que era nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer, y que jamás había pasado navaja sobre su cabeza. Esa era la fuente de su fuerza.
Dalila supo que esta vez decía la verdad. Mandó llamar a los filisteos, lo durmió sobre sus rodillas y ordenó que le cortaran las siete trenzas. Cuando el cabello cayó, también lo hizo su fuerza. Dalila gritó la señal de siempre, y Sansón, medio dormido, creyó que se libraría como en otras ocasiones. Pero no sabía que el Señor ya se había apartado de él.
Dalila había logrado lo imposible: quebrar al hombre más fuerte de Israel.
Escrituras
Acerca de este Plan

Te sientes atrapado, como si el pecado tuviera la última palabra. Sansón también pensó que su historia había terminado… hasta que Dios escribió un final inesperado. Este plan es para ti, que piensas que ya es tarde. Descubre que, incluso en las ruinas, la verdad del Evangelio siempre puede dar un giro a nuestra vida.
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Nos gustaría agradecer a Jonatan López por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: www.instagram.com/jonatanlopez._
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