El Pelo Vuelve a Crecer - La Historia No Conocida De SansónMuestra

Sansón entra en la casa de sus padres y anuncia:
—Papá, mamá, me he enamorado.

Al principio, la alegría los invade: Nuestro hijo está creciendo. ¿Será la hija de algún líder, de un hombre de fe?
Pero el gozo se convierte en un nudo en la garganta cuando Sansón confiesa: Es una filistea.

Cualquier padre puede sentir ese golpe. Ellos lo entendieron al instante: "Hijo, tú debías liberarnos de los filisteos, no unirte a ellos”. La palabra incircuncisos aparece como clave. No era un asunto étnico, sino espiritual: ella no formaba parte del pacto con el Señor.

Pero Sansón no quiso escuchar. Insistió con rudeza hasta que aceptaron. Y ese gesto revelaba algo profundo: el líder de Israel reflejaba el corazón del pueblo. Si él hacía lo que le placía, el pueblo también. ¿Querías medir la salud espiritual de Israel? Bastaba mirar a su juez.

A quienes esperaban ver en Sansón un modelo de consagración, la decepción fue inevitable. El “hombre de Dios” no mostraba devoción, sino deseos desordenados.

El relato da un detalle crucial: Sansón conoció a esta mujer en Timná, territorio israelita ocupado por filisteos. El pueblo de Dios ya no clamaba por libertad; se había adaptado a la esclavitud.

En ese contexto, Dios urdía un plan inesperado. Incluso las pasiones torcidas de Sansón serían el detonante de un conflicto que rompería la falsa paz entre ambos pueblos.

De camino a Timná, Sansón enfrenta un león y lo mata con sus manos. Pero en lugar de purificarse, guarda silencio. Tiempo después, vuelve y halla miel en el cadáver. El nazaréo que debía ser puro se alimentaba de impureza. Y lo más grave: compartió esa miel con sus padres, contaminándolos sin que lo supieran.

Luego organiza un banquete con treinta filisteos. Propone un enigma con una apuesta, confiado en sacar provecho. Pero los enemigos presionan a su prometida, y ella, entre lágrimas, arranca la respuesta de Sansón. Él cede. Ellos vencen.

La furia lo consume: mata a treinta filisteos para robarles la ropa y pagar la deuda. No como juez libertador, sino como un hombre herido en su orgullo. Se marcha airado, dejando a su esposa, que pronto será entregada a otro.

Al regresar por ella, su suegro lo rechaza y le ofrece a la hermana menor. Eso desata una nueva explosión de furia: trescientas zorras, antorchas encendidas, cosechas, viñas y olivares arrasados.

La venganza filistea no tarda: queman viva a la mujer y a su padre. Sansón responde con más violencia, una masacre sangrienta, y luego se esconde en una cueva.

El patrón es evidente: Sansón no actúa por fe, sino por capricho. No busca obedecer a Dios, sino saciar su ego. Ni una vez menciona su llamado ni honra su voto. El juez de Israel, lejos de reflejar la santidad divina, encarna la decadencia de su pueblo.

El libertador estaba tan esclavizado como aquellos a quienes debía salvar.