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Puerta de Dios
Jesús se presenta como la puerta del redil: el acceso legítimo a la salvación. Solo por Él se entra a la vida eterna. También se describe como el buen pastor, cuya voz conocen las ovejas. En Apocalipsis, Él llama a la puerta del corazón, esperando ser recibido. No fuerza la entrada: espera una respuesta voluntaria.

Reflexión:
Jesús no es una opción entre muchas: es la puerta. No hay atajos, no hay accesos alternativos. Él es el camino, la verdad y la vida. Pero también es un caballero: llama, no irrumpe. ¿Estás escuchando Su voz? ¿Le has abierto la puerta de todas las áreas de tu vida, o solo de algunas? Hoy es un día para rendirte por completo. Deja de buscar otras puertas. Entra por la única que lleva a pastos verdes, a vida abundante, a comunión eterna.

Jesús es la única puerta que reconecta el cielo con la tierra.

En el Edén, Dios caminaba con el hombre; era un lugar de comunión sin barreras. Pero el pecado cerró esa puerta, y desde entonces, la humanidad ha buscado volver a ese acceso perdido. Jesús vino a restaurar ese camino.

Cuando murió en la cruz, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, señal de que la separación entre Dios y el hombre había sido eliminada. Ya no hay que esperar un sumo sacerdote: Cristo es nuestro acceso directo, nuestro Edén restaurado, nuestra escalera viva entre lo eterno y lo humano.

Hoy, esa puerta sigue abierta. ¿Entrarás por ella?

La puerta angosta y la puerta ancha: dos caminos, un destino eterno

Jesús nos presenta una elección radical: una puerta angosta y un camino estrecho que lleva a la vida, y una puerta ancha con un camino espacioso que lleva a la perdición. No se trata solo de estilos de vida, sino de destinos eternos.

La puerta ancha representa la comodidad, la autosuficiencia, la cultura del “haz lo que quieras”. Es popular, transitada, y no exige renuncia. Como humanos queremos hacer lo que el mundo realiza y seguir influencias para ser aceptados por la sociedad. Pero su final es vacío, confusión y separación de Dios. Es el camino del ego, del placer sin propósito, de la religión sin transformación.

La puerta angosta, en cambio, es contracultural. Requiere humildad, obediencia, santidad y dependencia del Espíritu. Es el camino del arrepentimiento, del perdón, del amor sacrificial. Es menos transitado, pero es el único que lleva a la vida verdadera y eterna. Es el único camino de acceso a la trinidad “Padre, Hijo y Espíritu” a tener una intimidad y relación con ellos.

Jesús no nos deja en la ambigüedad: Él mismo es la puerta angosta (Juan 10:9). Entrar por ella es morir al yo y vivir para Dios. Es caminar por fe, no por vista. Es renunciar al aplauso del mundo para abrazar la aprobación del cielo.

Hay un vacío en el corazón humano que nada en este mundo puede llenar. Podemos intentar saciarlo con placeres, logros, relaciones o posesiones, pero todo eso es como agua salada: cuanto más bebemos, más sed tenemos. Lo del mundo es fugaz, satisface por un momento y luego deja más hambre. Pero lo de Dios es eterno. Su amor no se agota, Su perdón no caduca, y Su Espíritu no deja espacios vacíos. Solo cuando Él habita en nosotros, el alma encuentra descanso, propósito y plenitud. Porque fuimos creados para Él… y solo en Él somos verdaderamente completos.

Desafío para hoy:

· Escucha Su voz: ¿Estás oyendo el llamado de Jesús?

· Abre la puerta: no solo de tu corazón, sino de tus decisiones, tus hábitos, tus relaciones.

· Entra por Él: deja de buscar atajos. Jesús es el único camino seguro.

· Vive como oveja que conoce Su voz y sigue Su paso.

Oración:

Jesús, Tú eres la única puerta que conduce al Padre, a la vida y al reposo eterno. Hoy decido dejar atrás los caminos anchos y abrirte mi corazón por completo. Rasga el velo que aún me separa de Ti y restáurame en comunión contigo. Llévame de regreso al Edén espiritual donde Tu presencia lo llena todo. Haz de mi vida una entrada viva a Tu Reino. Amén.