Afilando mi espadaMuestra

En Daniel capítulo 7:9, Daniel tiene una visión del "Anciano de días", una figura divina que está sentada en un trono de fuego, con vestiduras blancas como la nieve y cabellos como lana pura. Esta visión de majestad y poder divino resalta la soberanía de Dios sobre toda la creación y los eventos de la historia. En Apocalipsis capítulo 1:12-16, se retoma esta poderosa imagen en la descripción del "Hijo del Hombre", mostrando cómo Jesús, al compartir esa misma gloria y poder, subraya su deidad y autoridad para juzgar y redimir.

Al leer este primer capítulo, contemplemos la majestad del Señor Jesús, quien posee toda autoridad y gloria, como el Anciano de días.

La visión de Daniel 7:9 presenta a Dios como el juez eterno, lleno de sabiduría y pureza, sentado en un trono de fuego, lo que simboliza tanto la santidad como el juicio. En esta escena majestuosa, Dios es presentado como el Soberano que gobierna y juzga con justicia el destino de las naciones y de su pueblo. La pureza de sus vestiduras y la antigüedad de sus días nos hablan de su eternidad e infinita sabiduría. Esta imagen de Dios como juez perfecto nos recuerda que, aunque el mal parezca prevalecer, todo está bajo su control y juicio final.

Cuando conectamos esta visión con Apocalipsis 1:12-16, vemos una descripción similar del Hijo del Hombre, que claramente representa a Jesús. Sus ojos como llama de fuego, su rostro resplandeciente y su voz como muchas aguas nos muestran a Cristo en su gloria, no solo como Salvador, sino también como juez soberano que tiene el poder sobre la vida y la muerte.

Para nosotros, como cristianos, estas visiones nos ofrecen consuelo y desafío. Saber que Cristo está en el centro de la historia como el juez y redentor nos da seguridad de que el mal no tiene la última palabra. Al mismo tiempo, nos invita a examinarnos, a vivir en santidad y a confiar en la justicia y el poder de Dios.