Perdoné a mi padreMuestra

Si te va a servir, déjalo con vida

Cuando llegué a la Ciudad de México, me internaron en el centro médico, y estuve allí aproximadamente nueve meses. Fue un tiempo muy difícil, sobre todo para mi madre, quien tenía que viajar permanentemente para atender a mis otros hermanos. Recuerdo que sucedieron varias cosas en el hospital, entre varias camas con niños que también estaban desahuciados. En lo primero que me fijé fue en un pasillo grande, que se parecía a una cancha de fútbol. No pensaba que me iba a morir pronto; para mí, todo era una oportunidad para jugar fútbol. Entonces empecé a organizar los equipos para el partido. Pasábamos increíble, algunos guardias eran nuestros cómplices, y nos avisaban cuando venían las enfermeras a regañarnos. 

Dos cosas determinantes pasaron en ese hospital: mi madre oró por mí;  no aguantaba más, era un desgaste muy fuerte. Yo entendía qué era orar, y todos los días lo hacíamos en mi cama. Mi madre un día me dijo: «Hijo, necesitamos orar. ¿Estás listo?» Contesté: «Sí, claro». Mi mamá hizo una oración, pero de lo único que me acuerdo mientras orábamos es de algo fuerte que ella dijo. Ahora que soy padre, entiendo lo que pidió. Mi madre dijo: «Dios, si mi hijo un día te va a servir, déjalo con vida, aunque sea un excelente deportista o profesional. Pero si se va a alejar de ti, llévatelo ahora». 

En ese momento no entendía su oración, pero ahora sí. Es más, cuando nacieron mis hijos, no dejé que la madre fuera la primera en tenerlos, sino yo. Los tomé y dije: «Señor, te entrego a mi hijo, me lo prestas el tiempo que quieras, tienes la última palabra, pero me encantaría que uses su vida. Úsalo. Amén». 

Mi padre trabajaba en la Ciudad de México, donde se encontraba muy bien. Me visitó en el hospital, pero la segunda cosa que pasó, y se me quedó grabada, fue su tercera visita, cuando me dijo: «Hijo, voy a traerte un balón de fútbol». En ese momento eso me provocó mucha felicidad. Pero, lamentablemente, nunca regresó. Fue su tercera y última visita. La promesa quedó en el vacío. Eso me produjo mucho dolor. Es más, cuando crecí, pensaba en eso y decía: «¿Cómo un padre le hace eso a su hijo?»