Saca provecho a la profecía Muestra

El centro de nuestra adoración

El centro de nuestra adoración es el Dios de la casa de Dios. De modo que no es solamente la profecía, sino la persona clave en quien se enfoca la luz de la profecía, el Señor Jesucristo mismo, quien nos llama a la adoración. Esto se hace tan claro cuando leemos: «...el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Hablando de este pasaje, John Walvoord dice: «Esto significa que la profecía en su más pura esencia fue diseñada para desplegar la hermosura y belleza de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Cristo no es sólo el tema mayor de las Escrituras sino también el tema central de la profecía».

Refiriéndose a la importancia de estudiar la profecía y los beneficios de la adoración en la vida del creyente, dice Charles Ryrie: «Ayudará a que lo invisible se haga real y creará en la vida del creyente la propia atmósfera del cielo. Al leer el Apocalipsis uno no puede hacer otra cosa que no sea adorar». 

Un estudio del libro de Apocalipsis, debería conducirnos a reverenciar a Aquel que es el punto de enfoque de la Revelación, Jesucristo mismo. Comentando esta verdad, Gibbs afirma: «La fiesta de recordación apunta hacia el momento cuando el Señor volverá, porque comemos del pan y bebemos de la copa solamente hasta que Él venga. La gran esperanza de la iglesia es el retorno literal y personal del Señor Jesucristo. Es un hecho significativo que más o menos, una sexta parte del Nuevo Testamento se ocupa de este gran evento y sus consecuencias de largo alcance para la iglesia, para Israel y para el mundo. Por todas las edades vastas y eternas los redimidos adorarán al Cordero que fue inmolado y que vive nuevamente».

Esto nos lleva a cantar aquel viejo himno: 

Señor de gloria, te adoramos, Cristo de Dios, ascendido a las alturas. 

Corazón y alma postramos ante ti, ya glorioso más allá del firmamento. 

A ti te adoramos, a ti alabamos, excelente en todos tus caminos. 

Señor de vida, sujeto una vez a muerte, 

bendito, pero una vez hecho el blanco de la maldición del corazón de tu Padre, 

que en lo profundo dejaste la angustia. 

A ti te contemplamos, a ti clamamos, llevando aquí todos nuestros pesares. 

Mantos reales pronto te vestirán, esplendores reales coronarán tu sien. 

Cristo de Dios, nuestras almas te confiesan, aún ahora, Rey y Soberano. 

Te reverenciamos, a ti obedecemos, confesándote Señor en Cristo para la eternidad. 

El faro de la profecía se vuelve hacia un futuro cántico de adoración 

que los redimidos cantarán alrededor de su trono.