El aire que respiroMuestra

El mayor tesoro

La adoración no empieza con nosotros, la adoración comienza y termina con Dios. Y Dios merece toda la alabanza de todos los pueblos, de todos los tiempos.

Dios es el centro de todo lo que existe. Por encima de todos los pequeños dioses de la tierra, solo Él es el Creador, Sustentador, Autor, Dador de vida, Hacedor de la belleza.

Por esto, cada mirada a la presencia de Dios a lo largo de las páginas de su Palabra afirma que Dios habita en alabanza interminable.

Observa la multitud de ángeles del Apocalipsis que no paraban de decir: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y el que es y el que ha de venir" (Apocalipsis 4:8). Día y noche lo proclaman como el principal de toda la Creación, están afirmando su valor infinito todo el tiempo sin cesar.

Lo mismo es cierto de los cielos que nos rodean. Como escribe el salmista: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos" (Salmos 19:1). ¿Por qué? Porque para eso fue creada la multitud de estrellas: día tras día, reflejan a Dios y gritan, hasta la máxima capacidad de sus pulmones, a cualquiera que preste atención, que Él es inmenso, Todopoderoso, Glorioso, Ilimitado. Afirman que Aquel que imaginó sus formas y tamaños va más allá de nuestra imaginación más loca.

¿Y sabes qué es totalmente loco? Que este Dios masivo, que nunca ha conocido ninguna falta de adoración, quiera ser adorado... ...por ti. Ahora.

No se trata de que necesite más adoración para ser valioso. No, Dios no puede ser más valioso de lo que ya es y siempre ha sido. No es que necesite nuestra adoración, sino que la quiere. La quiere porque la merece y la pide porque hacerlo es lo más amoroso que Él puede hacer.

Dios sabe quién es, sabe lo que vale y sabe que lo mejor que puede darnos es a Él mismo. Así que, al llamarnos a alabarlo por encima de todo, Dios está obteniendo la alabanza que legalmente le corresponde solo a Él y haciendo que nosotros obtengamos el mayor tesoro que podríamos conocer. Dios no es un egoísta que busca más de lo que merece de nosotros; en cambio, Él es Dios eligiendo, en la adoración, recompensarnos consigo mismo.

¿Cómo el llamado de Dios a adorarlo refleja su amor por nosotros?

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