Devocional 5 Claves para Liderar con Madurez

Clave 2: La raíz de la madurez

La palabra «madurez» proviene del latín maturus, que significa «maduro». En el ámbito biológico, alcanzar la madurez implica haber completado el proceso natural de crecimiento y desarrollo. Todo ser vivo está diseñado para llegar a ese punto, a menos que su desarrollo sea interrumpido o su vida alterada.

En el ser humano, sin embargo, la madurez va más allá de lo físico. Cuando la conciencia de uno mismo y el sentido de propósito se integran al proceso de crecimiento, hablamos de una madurez más profunda. Se considera que una persona es madura cuando ha alcanzado un nivel razonable de estabilidad emocional, sabiduría práctica y capacidad para asumir responsabilidades.

En el plano espiritual, la madurez adquiere un significado aún más elevado. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo presenta este concepto con claridad. Él distingue entre una sabiduría terrenal y una sabiduría reservada para quienes han alcanzado madurez espiritual: «Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen» (1 Corintios 2:6, RVR1960)

—Más adelante, exhorta a los creyentes a crecer en su manera de pensar:

«Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (1 Corintios 14:20, RVR1960)

La madurez natural es el resultado de dos fuerzas complementarias: los patrones innatos de crecimiento que Dios ha establecido, y las disciplinas personales que fortalecen la mente y el carácter. Pero en la madurez espiritual interviene un tercer factor esencial: el Espíritu Santo.

Él es el agente divino que purifica, transforma y empodera. Su presencia no es automática, sino un regalo de gracia para quienes lo desean y lo piden con fe. Cuando el Espíritu Santo se manifiesta plenamente en nosotros, produce una purificación interior que transforma el corazón. Este proceso no es meramente gradual. El Espíritu viene en respuesta a la fe, y su obra santificadora comienza en el momento en que lo recibimos.

Líder: La madurez espiritual, entonces, no depende solo del tiempo o del conocimiento acumulado, sino de una vida rendida al Espíritu, guiada por la verdad y sostenida por la gracia.