Dolor O SufrimientoMuestra

Como ya hemos visto, en cada lugar de sufrimiento vamos a tener que tomar decisiones, y David descubrió eso. Avancemos a 2 Samuel 23:13-15, para que veamos cómo. Las Escrituras nos van a mostrar a los personajes que estuvieron con él en la cueva de Adulam y que se convirtieron en sus íntimos. Aquellos que antes eran llamados apurados, afanados, cargados de dudas y amargados, ahora son conocidos como los valientes de David, los héroes del ejército de David. Hubo treinta alrededor de él en esa situación de sufrimiento, y en este pasaje quiero que veamos la decisión que tomaron, y que nosotros también debemos tomar cuando pasamos por momentos difíciles:
“Y tres de los treinta jefes descendieron y vinieron en tiempo de la siega a David en la cueva de Adulam; y el campamento de los filisteos estaba en el valle de Refaim. David entonces estaba en el lugar fuerte, y había en Belén una guarnición de los filisteos. Y David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!” (2 Samuel 23:13-15 RVR1960)
En medio de la cueva del dolor más profundo, David suspira y dice en voz alta: “¡Ojalá pudiera beber agua del pozo de Belén!” (2 Samuel 23:15).
No hablaba de un agua especial ni de un deseo caprichoso. Era un anhelo del corazón. David estaba recordando su tierra, su casa, los días cuando todo parecía más sencillo, cuando sentía la presencia de Dios de forma clara y su vida fluía con propósito. Esa petición era una expresión de añoranza, no de necesidad.
En el fondo, David estaba diciendo: “¡Cómo quisiera volver a esos tiempos cuando todo era más fácil, cuando me sentía cerca de Dios y libre de esta cueva!” Esa es la voz de la autoconmiseración, ese lamento del alma que muchas veces pronunciamos cuando el sufrimiento nos hace mirar atrás y decir: “Antes todo era mejor.”
Y quizás tú también has estado ahí: recordando tiempos pasados, deseando volver a lo que fue. El sufrimiento nos hace mirar hacia atrás, pero Dios quiere que anhelemos lo nuevo. En la cueva, David susurra lo que muchos decimos: “Si tan solo Dios me bendijera... Si tan solo tuviera lo que otros tienen, sería feliz.”
Y, sin embargo, esa sinceridad de David nos enseña algo valioso: Dios puede manejar nuestra verdad.
David fue honesto con su dolor. No fingió espiritualidad. Como en los Salmos, le abrió su corazón a Dios:
“¿Por qué, Señor, ¿te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en el momento de la angustia?” (Salmo 10:1 RVR1960)
“¿Hasta cuándo, Señor, ¿me olvidarás? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” (Salmo 13:1-2 RVR1960)
David no tenía miedo de decirle a Dios lo que sentía. Y eso también es adoración: venir a Dios con un corazón sincero, aunque esté herido.
A veces nos enseñaron una relación con Dios impersonal, llena de fórmulas. Pero la verdadera fe no niega el dolor, lo transforma. La honestidad no ofende a Dios; lo invita a obrar.
Entonces ocurre algo impresionante. Tres de los valientes de David escuchan su suspiro y, sin pensarlo, se arriesgan. Cruzan el campamento enemigo, recorren kilómetros, pelean, sacan agua del pozo y regresan con ella a la cueva. Cuando David la recibe, se conmueve profundamente. Podría haberla bebido con orgullo, como símbolo de honor. Pero no lo hace. En lugar de eso, derrama el agua en adoración al Señor, diciendo:
“¡Lejos esté de mí beberla! ¿No es la sangre de los hombres que arriesgaron su vida?” (2 Samuel 23:17)
David entendió que esa agua no representaba un deseo cumplido, sino una manifestación de la fidelidad de Dios a través de otros.
No fue un acto de desprecio, sino de profunda reverencia. Derramar el agua fue su manera de decir: “Señor, te veo en medio de mi dolor. Lo que recibo de otros, te lo devuelvo a Ti.”
Esa es la gran lección de la cueva: en cada sufrimiento hay una decisión que tomar. Puedes beber el agua y centrarte en ti mismo, o puedes ofrecerla a Dios en adoración. David eligió lo segundo.
Porque en la cueva —cuando el alma clama, cuando el dolor ahoga y las lágrimas son el único lenguaje— Dios nos enseña a transformar la nostalgia en entrega, la frustración en fe y el sufrimiento en adoración. Y ahí, justo cuando decides derramar tu “agua” ante el Señor, descubres que la cueva deja de ser prisión y se convierte en altar de adoración.
Escrituras
Acerca de este Plan

Este plan devocional aborda la realidad del dolor como parte de la vida y muestra que el sufrimiento nace cuando nos quedamos atrapados en él. A través de la historia de David en la cueva de Adulam, aprendemos que Dios usa los momentos más difíciles para formar el carácter, fortalecer la fe y guiarnos a una vida con propósito. Cada día nos invita a tomar decisiones que transforman el dolor en crecimiento espiritual y en adoración. Dios no quiere que la cueva sea nuestro destino, sino el lugar donde descubremos Su presencia y esperanza para avanzar.
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