Pedro: Un Corazón Imperfecto en Manos Del MaestroMuestra

Día 5: De piedra inestable a roca firme

El nombre “Pedro” significa roca. Pero si algo caracterizaba a Simón antes de este momento, era justamente lo contrario: su inestabilidad. Era impulsivo, cambiante, emocional. Un día caminaba sobre las aguas, al otro día dudaba. Un día decía que moriría por Jesús, y luego lo negaba tres veces. No parecía una “roca” precisamente. Y sin embargo, Jesús vio en él lo que nadie más veía: potencial.

Jesús no llama a las personas por lo que son, sino por lo que pueden llegar a ser en Sus manos. Cuando le dijo “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”, Jesús estaba profetizando una transformación. No era una declaración basada en lo que Pedro había demostrado hasta ese momento, sino en lo que el Espíritu Santo haría en él. Esa es la manera en la que Dios ve nuestras vidas: no por nuestros errores pasados, sino por el propósito eterno que ha diseñado para nosotros.

Después de la resurrección y la restauración, Pedro fue un hombre diferente. El mismo que antes temía hablar, ahora predicó con valentía y poder el día de Pentecostés, y tres mil personas creyeron. El que huyó ante una criada, ahora se enfrentaba al Sanedrín sin temor, declarando: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Aquel que dudaba, ahora fortalecía la fe de otros. El que una vez lloró amargamente por su fracaso, ahora exhortaba a los creyentes a mantenerse firmes en medio del sufrimiento.

¿Qué ocurrió en Pedro? La respuesta es sencilla pero profunda: fue lleno del Espíritu Santo y transformado por el amor de Jesús. Pedro no cambió por sus propias fuerzas, sino por rendirse totalmente a la obra de Dios en él. El mismo fuego que lo quebrantó, lo purificó. La misma gracia que lo restauró, lo empoderó.

Esto es una gran esperanza para nosotros. Tal vez no nos sentimos como “rocas”. Quizá sentimos que somos como Simón: inseguros, inconstantes, fácilmente quebrados por las circunstancias. Pero Dios ve más allá. Él puede tomar lo débil y hacerlo fuerte, lo roto y hacerlo útil. No se trata de ser perfectos, sino de estar disponibles. Cuando permitimos que Él trabaje en nosotros, nuestra historia puede cambiar por completo.

Pedro fue uno de los primeros en entender que seguir a Cristo no significa no caer, sino levantarse una y otra vez por Su gracia. Por eso, en sus cartas finales, exhorta a los creyentes a perseverar, a crecer en la fe, a ser sobrios, a resistir al enemigo. Ya no era el hombre impetuoso, sino un líder sabio que entendía lo que significaba caminar con Jesús a largo plazo.

La promesa de Jesús sigue vigente: sobre personas como Pedro –restauradas, humildes, transformadas– Él sigue edificando Su Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán. Es decir, ni los ataques del enemigo, ni nuestros errores, ni la oposición del mundo, podrán destruir lo que Dios ha edificado en nosotros.

Oración:

Señor, gracias por ver en mí lo que ni yo misma veo. Gracias porque no me defines por mi pasado, sino por tu propósito eterno. Haz en mí lo que hiciste en Pedro: transforma mi inconstancia en firmeza, mi debilidad en dependencia de Ti. Lléname de tu Espíritu, y ayúdame a ser una piedra viva sobre la que edifiques tu obra. Que mi vida testifique que tu gracia puede levantar lo caído y convertirlo en fundamento para otros. Amén.