Adonai: Vivir Lo Que CantamosMuestra

Ven con tu fuego, arde en mi ser

El fuego no deja nada igual: transforma lo que toca. Y así es también con el fuego del Espíritu Santo en nuestra vida, al estar en contacto con él nada queda igual.

En Hechos 2, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, la Biblia dice que “se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3). Ese fuego que produjo el Espíritu Santo no fue simplemente para darles un espectáculo, o pasar un lindo momento, fue para llenarlos de poder, e impulsarlos a la acción.

Cuando el Espíritu Santo arde en nosotros, no podemos quedarnos en silencio, ni cómodos, ni encerrados en nuestra propia vida. Ese fuego despierta un avivamiento en nuestro interior, pero al mismo tiempo nos impulsa a contagiar a otros.

El profeta Jeremías lo expresó así: “Había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de resistirlo y no pude” (Jeremías 20:9). Eso mismo pasa cuando Dios enciende nuestro corazón: su presencia arde tanto que no podemos callar, tenemos que compartirlo.

Hoy, muchos buscan avivamiento como si fuera una emoción pasajera en una reunión. Pero el verdadero fuego de Dios no es solo un sentimiento, es un llamado a cumplir con nuestro propósito. Es ese fuego el que me hace servir, ayudar, anunciar y vivir una vida entregada a Cristo.

Preguntate hoy: ¿Ese fuego está encendido en mí o lo dejé apagar por distracciones?, ¿Qué pasiones falsas están ocupando el lugar del fuego de Dios en mi corazón?, ¿Estoy siendo testigo del poder de Jesús en mi vida cotidiana?

Oración: “Señor, enciende en mí un fuego que no se apague. Que tu Espíritu me avive, no solo para sentirte, sino para llevar tu luz a los demás. Haz que arda en mi ser una pasión, que me impulse a vivir cada día como testigo tuyo. Amén".