Aprendiendo a vivir: Una forma de ser, no solo de hacerMuestra

La identidad no se mide por logros

Hay una voz que muchos llevamos dentro. No grita, pero insiste. Una voz que susurra: “Vales por lo que haces… por lo que logras… por cómo te ven los demás”. Y así, crecemos creyendo que, si alcanzamos metas, si acumulamos títulos, si conseguimos reconocimiento, entonces seremos alguien.

Pero esa voz, aunque suene lógica, desgasta el alma.

Porque el alma no se alimenta de medallas, ni de aplausos. La identidad verdadera no nace del aplauso ajeno, ni del rendimiento. Nace de un lugar mucho más profundo: ese rincón interior donde somos simplemente nosotros, sin máscaras, sin logros… y aun así, amados.

Dios no te mide como el mundo. Él no está esperando que rindas, que demuestres, que cumplas una lista interminable de tareas. Él mira el corazón; con ternura, con paciencia, con amor.

Mira lo que dice Isaías 43:1:

“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”.

No dice: “si haces todo perfecto, entonces me perteneces”. No. Dice: “Mío eres tú”. Punto. Esa es tu identidad más profunda: eres de Dios. Le perteneces. No por mérito, sino por amor.

El apóstol Pablo también lo entendió. Después de haber tenido prestigio, influencia y posición, reconoció algo clave. Escribió en Filipenses 3:8:

“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

Pablo descubrió que su valor no estaba en lo que había hecho, sino en quién era en Cristo. Y tú también puedes vivir desde ahí.

Hoy, tómate un momento. Respira hondo. Apaga esa voz que exige rendimiento constante. Y escúchalo a Él, que te llama por tu nombre y te dice: “Eres mío. Eres valioso. No por lo que haces, sino por lo que eres”.

Esa es tu verdad. Esa es tu paz.