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Día 3: Una vida sencilla e irreprensible
El llamado de todo cristiano es a ser luz en el mundo, de manera que sus obras reflejen la presencia de Cristo y den gloria a Dios (Mt 5:16). Si no hay diferencia entre quienes pertenecen a Dios y quienes viven sin Él, la fe pierde su testimonio. La vida cristiana debe ser un faro que oriente a otros hacia la salvación.
La metáfora del faro es ilustrativa: en una costa, un pequeño faro guiaba a los barcos en noches oscuras y tormentosas. No era majestuoso, pero su luz constante evitaba naufragios. Un día, por descuido, la lámpara se apagó y un barco se estrelló contra las rocas, provocando una tragedia. La comunidad comprendió entonces que mantener el faro encendido no era un lujo, sino una necesidad vital. Así ocurre con los creyentes: si descuidan su luz, otros pueden perderse; pero si permanecen firmes, guiarán a muchos hacia el puerto seguro que es Cristo.
La Escritura también se reconoce como faro: "Tu palabra es una lámpara a mis pies, y una luz en mi sendero." (Sal 119:105). Su valor radica en el mensaje redentor que contiene y en la autoridad divina que adquiere en la vida del creyente cuando se somete a ella. Por eso, el primer requisito para ser un faro es reconocer y aplicar la Palabra con obediencia y reverencia.
El segundo requisito es la confrontación con el pecado. La vida del creyente se asemeja a un bloque de mármol en manos del Escultor divino. Como el artista que quita el material sobrante para revelar la belleza interior, Dios trabaja en nosotros para formar la imagen de Cristo. El proceso implica esfuerzo, dependencia de Dios y disposición a dejar que el cincel de la disciplina y la santidad quite lo que impide reflejar al Señor. Solo así, los demás podrán ver en nosotros los rasgos de Cristo y ser guiados por su luz.
El tercer requisito es la humildad. Un faro no se enciende solo, depende de un encargado. La luna no brilla por sí misma, sino que refleja la luz del sol. De igual manera, los cristianos no pueden irradiar luz sin reconocer su necesidad de Dios. La humildad es reconocer la condición caída y depender enteramente de Cristo. Jesús mismo enseñó: "Aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón" (Mt 11:29).
La humildad lleva a admitir que todo lo que poseemos proviene de Dios, que sin Él nada podemos hacer, y que una vida sin Jesús carece de propósito. Además, abre el corazón para que el Espíritu Santo transforme de manera permanente, no pasajera. Una vida humilde y madura espiritualmente se caracteriza por el amor: un amor que guía las decisiones, que es capaz de perdonar y que muestra esperanza incluso al inconverso.
Acerca de este Plan

El apóstol Pablo animó a la Iglesia en Filipos a ser luminares en un mundo adverso y corrupto. Hoy enfrentamos un contexto similar, que impulsa estilos de vida contrarios a la voluntad de Dios. Este plan te desafía a ser luminares en medio de la oscuridad, reflejando con tu vida la luz de Cristo que trae esperanza y amor.
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Nos gustaría agradecer a David Ignacio Mardones Soto por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: www.instagram.com









