El Poder De La MenteMuestra

El padre de Saúl se llamaba Cis, un hombre valeroso cuya descendencia parecía destinada a algo grande. Saúl, su hijo, era joven, apuesto y de imponente presencia: "Y tenía él un hijo que se llamaba Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo"(1 Samuel 9:2 RVR1960). A pesar de esta descripción externa, en lo profundo de su mente se escondían pensamientos que, más adelante, se revelarían como cadenas invisibles.
La historia inicia con un hecho aparentemente insignificante: la pérdida de las asnas de su padre. Cis envía a Saúl a buscarlas junto con un criado. Tras varios intentos fallidos, el criado sugiere consultar al profeta Samuel. Ese encuentro se convierte en el inicio de un destino inesperado. Samuel recibe a Saúl y, antes de hablar del futuro, lo confronta con el estado de su corazón: "Y Samuel respondió a Saúl, diciendo: Yo soy el vidente; sube delante de mí al lugar alto, y come hoy conmigo, y por la mañana te despacharé, y te descubriré todo lo que está en tu corazón" (1 Samuel 9:19 RVR1960). La respuesta de Saúl muestra lo que habitaba en su mente: inseguridad, baja autoestima y un profundo complejo de inferioridad. Se percibía pequeño, indigno, minimizando incluso a su propia familia: "Saúl respondió y dijo: ¿No soy yo hijo de Benjamín, de la más pequeña de las tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué, pues, me has dicho cosa semejante?" (1 Samuel 9:21 RVR1960).
Lo que Saúl no entendía era que sus pensamientos ya habían moldeado su percepción de sí mismo. Antes de ser rey, antes de enfrentar batallas, ya era prisionero de una batalla interna: la de la mente. Los pensamientos que albergamos desde la niñez o la adolescencia tienen un poder inmenso. Con el tiempo se convierten en creencias, y esas creencias terminan definiendo la manera en que nos vemos, cómo actuamos y hasta dónde creemos poder llegar.
A la mañana siguiente, Samuel unge a Saúl como rey y le anuncia tres señales: hombres que le confirmarían que las asnas fueron halladas, otros que le darían alimento, y finalmente, que el Espíritu Santo vendría sobre él para transformarlo en otro hombre. Todo se cumplió. Saúl experimentó un cambio de corazón, pero aún así, la semilla de la inseguridad permaneció latente.
El pueblo fue convocado para reconocer públicamente a su nuevo rey. Mediante sorteo se confirmó la elección de la tribu de Benjamín, la familia de Matri y, finalmente, el nombre de Saúl. Sin embargo, cuando llegó el momento de presentarlo, no lo encontraron. Estaba escondido entre el bagaje, temeroso e inseguro: "Preguntaron, pues, otra vez a Jehová si aún no había venido allí aquel varón. Y respondió Jehová: He aquí que él está escondido entre el bagaje" (1 Samuel 10:22 RV1960). Este detalle es revelador: la estatura física no llenó el vacío de su identidad, ni la unción del profeta eliminó de inmediato las cadenas mentales que lo ataban. Aunque Saúl sobresalía en apariencia, su mente lo mantenía en cautiverio.
Aquí se revela un principio fundamental: no son las circunstancias externas las que determinan quiénes somos, sino los pensamientos que hemos permitido en nuestra mente. Saúl tenía todo para liderar: estatura, belleza, respaldo divino y la confirmación del pueblo. Sin embargo, su interior estaba marcado por pensamientos de inferioridad y miedo que lo llevaron a esconderse. Esto nos enseña que la mente puede convertirse en la mayor fortaleza o en la peor prisión.
El poder de la mente es tal que puede magnificar las inseguridades y nublar la identidad, aun cuando la realidad externa dice lo contrario. Saúl fue escogido por Dios, pero no pudo escoger correctamente los pensamientos que lo nutrían . Así, su vida es un espejo de la nuestra: muchos viven atrapados en complejos, baja autoestima, necesidad de validación, orgullo, miedo o ansiedad. Estas cadenas invisibles nacen en la mente, y si no se transforman, limitan el destino.
Dios le dio a Saúl todo lo que necesitaba para reinar, pero él nunca logró gobernar su propio interior. La verdadera batalla no estaba en los filisteos ni en las guerras externas, sino en los pensamientos que lo hicieron dudar de sí mismo, esconderse y, finalmente, desobedecer. Su historia nos confronta con una verdad poderosa: lo que pensamos determina cómo vivimos. La mente puede levantar reyes o destruirlos.
Por eso, es vital cuidar, renovar y transformar los pensamientos. El cambio exterior no basta; la verdadera libertad empieza en la mente. Saúl lo tenía todo, pero sus pensamientos lo hicieron sentir que no tenía nada. Nosotros también podemos tener dones, talentos y oportunidades, pero si la mente sigue prisionera, nunca alcanzaremos el propósito de Dios en plenitud.
Pregunta para reflexionar: ¿Estoy gobernando mis pensamientos o estoy permitiendo que ellos me gobiernen a mí, limitando así el propósito que Dios tiene para mi vida?
Oración final: Señor, hoy te entrego mi mente y mis pensamientos. Libérame de toda inseguridad, miedo y mentira que me impiden avanzar. Renueva mi interior con tu verdad, y que tu Espíritu transforme mi corazón para vivir en la plenitud de tu propósito. Amén.
Acerca de este Plan

La vida de Saúl refleja la nuestra, mostrando cómo los pensamientos influyen profundamente en la mente. Él es ejemplo de quienes, al infringir la ley de la mente, terminan prisioneros de apegos insanos, necesidad de validación, complejos, baja autoestima, orgullo, ira, miedo, ansiedad y odio. Este plan nos invita a identificar esas cadenas internas y a buscar la verdadera libertad. Este plan fue creado con motivo de mi libro titulado “GOLD - Cambiando la manera de pensar y vivir”.
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Nos gustaría agradecer a Willington Ortiz por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: willingtonortiz.org