Fe que humilla, une y transformaMuestra

La fe que elimina toda jactancia

"¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe" (Romanos 3:27 RVR1960).

La fe verdadera no exalta al creyente, sino al Salvador.

Pablo confronta aquí uno de los pecados más sutiles: la jactancia espiritual. En un mundo marcado por la competencia y la autoexaltación, la fe en Cristo desarma toda pretensión. Si somos justificados no por nuestras obras, sino por la fe en la obra de otro —Jesucristo— entonces no hay lugar para la vanagloria.

La “ley de la fe” no es un nuevo código de conducta, sino un principio espiritual: no somos salvos por lo que hacemos, sino por confiar en lo que Dios ya ha hecho. Esto humilla nuestro orgullo, pues incluso nuestra fe es un don (Efesios 2:8-9). La jactancia es excluida porque la salvación es por gracia de principio a fin.

Por eso, una vida centrada en el evangelio no se mide por logros espirituales que provoquen orgullo, sino por una dependencia creciente de la gracia. La fe auténtica produce humildad, y la humildad nos mantiene cerca de la cruz.

¿Hay áreas de mi vida donde busco mérito o reconocimiento, en lugar de depender plenamente de la gracia de Dios?