Una mujer sabia por Wendy BelloMuestra

¿Qué escuchas en la radio, qué miras en la televisión o en el Internet? A veces pensamos que no nos afectará. Sin embargo, es un deterioro que ocurre poco a poco. El daño que nos hacemos al ver o escuchar cosas que no honran a Dios es lento, silencioso, pero con todo el potencial para provocar un infarto espiritual.

El mundo de las redes sociales, con todos sus beneficios, también nos ha creado un problema. Uno de ellos es la comparación. Unos minutos en Pinterest pueden hacer que nuestro corazón se llene de ingratitud porque nuestra casa no luce tan bella como las que estamos mirando allí. Las fotos de una amiga que muestran sus vacaciones en una paradisíaca playa del Caribe o sus viajes por una ciudad europea nos provocan celos o envidia. ¿Por qué? ¿Será que no podemos usar las redes? ¡Claro que no! Lo que no puedo es dejar que las reacciones de mi corazón estén dictaminadas por unas cuantas fotos. Tengo que pedirle a Dios que me dé una perspectiva correcta. ¿Cuál? Alegrarme porque mi amiga pudo ir de vacaciones. Ver las casas lindas y, primero, darle gracias a Dios porque tengo casa. Segundo, debo recordar que, aunque como mujer me gustan las decoraciones y lo bello en mi hogar, no puedo dejar que eso me quite el gozo de disfrutar las bendiciones que ya tengo. ¡Todo viene de la mano del Señor! Ser una mujer sabia es proteger mi corazón de la ingratitud y la envidia porque son pecados, deshonran a Dios y me enferman a nivel espiritual.

Algo que también tiende a dañar nuestro corazón son las conversaciones. ¿De cuáles nos hacemos parte? Ya es sabido que a las mujeres nos gusta mucho conversar, pero la Palabra de Dios en sí nos advierte: «… las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (1 Co. 15:33, RVR1960). Un corazón sano y limpio no forma parte de los chismes ni de las conversaciones donde se critique o se difame. Es fácil caer en este hábito. Lo sé por experiencia propia. ¿Quieres una sugerencia? Cuando vayamos a reunirnos con amigas, pensemos de antemano en posibles temas saludables de conversación y decidamos que no nos subiremos al tren de la crítica y el chisme. Si nos hemos subido, ¡bajémonos pronto, no importa lo que cueste! Recuerda, no se trata de perfección. Dios nos ofrece Su gracia y con gusto nos tiende la mano si tan solo se lo pedimos, pero siempre es mucho mejor prevenir que curar. Oremos por esos encuentros, para que nuestras conversaciones sean edificantes y den gloria a Dios.

Estas decisiones, aparentemente sencillas, determinarán de qué se llena tu corazón. Pero me gustaría añadir algo más. No se trata solo de lo que entra al corazón, sino de lo que sale del mismo. Veamos lo que dice Jesús en Mateo:

«No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre […] Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias» (Mateo 15:11,18-19).

Palabras fuertes, ¿verdad? Lo que realmente hace daño es lo que sale del corazón, tal como dice Mateo 12:34 (RVR1960): «… de la abundancia del corazón habla la boca».