Paz que no depende del exterior

La paz de Dios no es una promesa de vida fácil, sino de una presencia constante. Jesús dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da”. En otras palabras, es una paz diferente. No nace de tener todo bajo control, sino de saber quién tiene el control. Es una paz que no se construye con resultados, sino con rendición.

Vivimos en una época donde todo parece acelerado, incierto y ansioso. La mente se llena de “¿y si…?”, de preocupaciones por el futuro, por lo que no puedes controlar. Pero en medio de todo eso, Dios ofrece una paz que guarda tu corazón y tu mente, como un escudo invisible pero real. Esa paz no se fabrica, se recibe. No se impone, se cultiva a través de la confianza.

Cuando decides llevar tus cargas a Dios en oración y dejar de depender de tus propias fuerzas, algo cambia dentro de ti. No porque los problemas desaparezcan, sino porque sabes que no estás solo. La paz de Dios es una respuesta a una vida entregada, no a una vida perfecta.

Elige lo mejor:

Deja de pelear con lo que no puedes controlar. Entrégaselo a Dios y confía en que su paz es más poderosa que tu preocupación.

Desafío para el día:

Toma 10 minutos de silencio. Apaga el ruido. Respira hondo. Luego, ora entregando a Dios tus tres principales fuentes de ansiedad. Pide su paz, y quédate unos minutos en quietud, dejando que esa promesa te llene.