Un encuentro con el Cristo ResucitadoMuestra

La incredulidad de que Dios pueda hacer milagros, y el querer explicarlo todo con la razón, nos puede llevar a una aridez espiritual. Confiar ciegamente en nuestra razón nos puede hacer perder de las obras maravillosas que Dios hace en nuestras vidas y en las vidas de quienes nos rodean. La primera condición para creer en los milagros es que creamos que pueden suceder, si no aceptamos eso pues le daremos explicación a cualquier acontecimiento desde la pura razón.

Tomás pasó tres años de su vida viendo a Jesús hacer cosas que la razón no podría explicar: convertir agua en vino, multiplicar comida, resucitar gente, caminar sobre el agua, calmar una tempestad, sanar a personas y expulsar demonios. Al parecer cuando todo iba bien se le hizo fácil al discípulo creer en que su Maestro podía hacer milagros, pero cuando Jesús murió puso en tela de duda todo lo que había visto y vivido junto a él.

Todo lo que había visto, ahora lo podía explicar racionalmente, ya no dejaba espacio para creer en los milagros, en el poder de Dios. Piensa que lo puede explicar todo y duda de aquello que no puede explicar. Cuando le dicen que Jesús resucitó, Tomás no lo puede creer, incluso pide pruebas de ello: confía más en sí mismo que en el poder de Dios. Jesús se le aparece a Tomás y le dice que haga cualquier tipo de prueba que necesite para creerlo. En ese momento Tomás lo reconoce como su Señor y Dios.

Como cristianos vivimos viendo las maravillas de Dios en nuestras vidas, pero hay etapas en las que creemos que Él no ha hecho nada y le damos crédito a nuestros esfuerzos o incluso a la suerte antes que a Dios. Debemos orar fervientemente para no llegar a esa aridez espiritual. Tratemos de mantener presente todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Deseo que el encuentro que tengas con Jesús sea constante y no reclames con incredulidad pruebas de ello, que a diario lo proclames como Señor y Dios de tu vida.