Un encuentro con el Cristo ResucitadoMuestra

La vida puede ser dura a veces, y frecuentemente atravesamos momentos de tristeza y depresión. Parece que nuestro Señor no está, que se ha ido o que nos hemos alejado de Él. Y, es verdad que, ofuscados por la tristeza tal vez no podamos verlo.

Los discípulos y seguidores de Jesús estaban devastados después de saber que su amigo, con quien compartieron tres años, murió. Muchos de ellos ya no sabían qué hacer y otros se escondieron.

El domingo por la mañana después de la muerte de Jesús, María Magdalena fue al sepulcro, pero no encontró el cuerpo de su Maestro. La confusión, la tristeza y la impotencia dominaron a María y sólo pudo expresarlo mediante el llanto. María pensó que no bastó con que haya muerto su amigo, sino que además se robaron el cuerpo. Parece que en lugar de mejorar, todo seguía empeorando: la noche se pone más oscura antes de amanecer.

Pero entra en escena un hombre que le pregunta el porqué de su llanto y a quién buscaba, en ese momento le da la oportunidad a María para que sea sincera con él y le cuente el motivo de su tristeza. Ella le cuenta lo que cree que ha pasado. Y este señor la llama por su nombre: María. Ahora todo está bastante claro, la tristeza que la ofuscaba se ha ido por el encuentro con su Maestro, con su “Raboni”.

En los momentos de tristeza se nos dificulta ver a nuestro Señor. Aunque sintamos que Dios no está o que se ha ido, Él puede sorprendernos y llamarnos por nuestro nombre. Descubriremos que siempre estuvo ahí a nuestro lado, que nunca se fue. Nuestro única tarea es saber reconocerlo aun en esos momentos, reconocer que Él es nuestro consuelo, nuestra alegría, nuestra guía, nuestro maestro, nuestro “Raboni”.