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Dios rescata a los miserables

A mediados del 1700, el escritor inglés Samuel Johnson hizo el propósito de levantarse por la mañana para orar. En 1738 escribió: "Oh, Señor, permite que redima el tiempo que he pasado en la pereza". Veintiún años después, estaba haciendo la misma oración: "Permite que me sacuda la ociosidad y la pereza". Dos años después admitió: "He decidido que tengo miedo de decidirlo de nuevo". Apenas unos años antes de su muerte, escribió: "Cuando miro hacia atrás los propósitos de mejoras y enmiendas que, año tras año, se han hecho y han sido incumplidos, ¿por qué sigo tratando de hacerlos?".

¿Alguna vez le ha pasado? ¿Hacerle a Dios las mismas promesas de hace 30 años? El apóstol Pablo conocía ese sentimiento: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Romanos 7:19). Pablo no solo hizo cosas malas. ¡Él siguió haciéndolas! Su lucha fue agotadoramente persistente.

Pero Pablo sabía a dónde acudir cuando se sentía espiritualmente atrapado. "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Doy gracias a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 7:24–25a). Me encantan esas palabras. Dios rescata a los miserables. A los hombres miserables. A las mujeres patéticas. A los pecadores de la vida real. A mí y a usted.

Por eso, como Samuel Johnson, seguimos intentándolo. El amor de Cristo nos obliga. Su gracia nos motiva a levantarnos y asumir el pecado una vez más. Y, pase lo que pase, la gracia tendrá la última palabra. ¡Gracias a Dios!