El Puente de la Humildad

Por Danny Saavedra

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.”—Filipenses 2:1-2 (RVR 1960)

Si el corazón de estos dos versículos se pudiera resumir en unas pocas palabras, estas serían: la humildad une, el orgullo divide.

En estos versículos, Pablo esencialmente le dice a los filipenses que si ellos han aprendido algo por ser seguidores de Cristo, si ha ocurrido alguna transformación en sus vidas, entonces deben demostrarlo a través de la unidad entre ellos. Y la verdadera unidad, de la cual Pablo está hablando aquí: el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa… no deja espacio para orgullo, porque el orgullo no une a las personas, las aparta.

La humildad construye puentes y conecta personas; crea y mantiene relaciones y une a la gente. Por lo contrario el orgullo quema los puentes, sabotea las relaciones y divide a la gente.

Entonces Pablo, que como podemos recordar estaba en cadenas, le dijo a este grupo de personas que amaba tanto, que se mantuvieran unidos, que no se pusieran a ellos mismos o  sus necesidades por encima de las de otros, que lucharan por los mismos objetivos, siendo verdaderos hermanos. Debían cuidarse y amarse mutuamente para vivir en armonía.

Para lograr la unidad y la armonía en la iglesia, nosotros, como el cuerpo de Cristo, como la Iglesia, necesitamos entender que todo se trata de Jesús. Cuando Pablo habló acerca de un mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa… Esto es lo que estaba tratando de decir, ¡todo se trata de Jesús! Se trata de apuntar a las personas hacia Él. Se trata de Su amor. No se trata de nosotros.

Uno de los problemas de la iglesia moderna es que creemos que la iglesia es para nosotros. ¡Esto es incorrecto! Nosotros somos la Iglesia y estamos aquí para Jesús y para otros.

En Romanos 12, Pablo hace una comparación de la iglesia con el cuerpo humano. Como el cuerpo, la iglesia funciona en su capacidad máxima cuando cada miembro o parte del cuerpo está cumpliendo adecuadamente su función. Cuando una parte del cuerpo no puede desempeñar su función, las otras partes tienen que trabajar para compensar, lo que causa tensión en el cuerpo. Lo mismo puede ser dicho de nosotros. Pero cuando cada persona funciona humildemente con sus dones, sirviendo y amando con el mismo corazón y la misma mente de Cristo, ¡ahí es cuando la iglesia trabaja mejor!

La lección aquí para nosotros es que necesitamos tener un espíritu de unidad unos con otros, porque estamos llamados a glorificar a Dios, seguir a Jesús y servir a los demás. Si el amor de Cristo y el poder de Su Espíritu en nosotros realmente nos ha cambiado y ha producido fruto en nuestras vidas, ¡entonces la relación entre nosotros debería reflejar esto!