Invitado EspecialMuestra

Seguramente muchos de nosotros hemos asistido a una fiesta al menos una vez en nuestra vida: cumpleaños, casamiento, aniversario, etc. 

Algo sucedió en nosotros cuando recibimos la invitación formal. Más allá de que deseábamos hacerle un buen regalo a él o a las personas que nos contaron como sus invitados, y salimos corriendo desesperados a la tienda de ropa y pensamos en la deliciosa comida, nos sentimos queridos por quien nos invitó. Es como que pasamos a ser importantes porque alguien hizo una lista y colocó nuestro nombre en ella.

Se cree que las personas comunicamos algo solamente cuando lo expresamos en palabras, pero no es así. Hablamos todo el tiempo. Con actitudes, con gestos y con silencios.

En este caso puntual de las fiestas, cuando invitamos a alguien a compartir con nosotros, estamos expresando un mensaje que dice: “quiero que seas parte de un momento especial para mí”, “no quiero que otros te cuenten cómo fue mi fiesta”, “quiero que experimentes a mi lado lo que puede ser una velada histórica”.

Ahora, (San Juan capítulo 2) narra que la madre de Jesús estaba en una boda y fueron invitados Jesús y sus amigos (nada mejor que ir con tu grupo). El detalle no menor aquí es que Jesús estaba invitado. Él no entró por la fuerza, ni tampoco fue una casualidad, era la voluntad del dueño de casa que Él ocupara un lugar allí. 

Invitar a Jesús a ser parte en nuestras vidas es saber que no es uno más; es saber que no solo se queda sentado esperando a ser servido, sino que Él acepta porque quiere hacer algo en nosotros. 

Él hizo un milagro en esa ocasión, un milagro que quedó como un sello para siempre: el milagro de la transformación. Es una transformación que Él puede hacer en nosotros si le invitamos, si le hacemos saber lo bello que sería si Él viene a nuestras vidas.