VENCEDORES CON EL FRUTO DEL ESPÍRITUMuestra

 Fe: Él va delante, ¡pero Él te cubre las espaldas! 

  Podemos preguntarnos: ¿de qué sirve la bondad, incluso el amor, la paz o cualquier otro fruto del Espíritu, si no somos fieles a que madure en nuestra vida? Es una pregunta verdadera con una respuesta verdadera: Jesús… que fue fiel tanto al Padre como a nosotros, incluso al costo de su propio tormento y muerte. El fruto del Espíritu maduró en toda su plenitud en Jesús, quien fue la máxima expresión de fidelidad mediante el Espíritu Santo por el cual se ofreció a sí mismo (Hebreos 9:14).

No solo somos llamados igualmente a ser fieles del mismo modo (Apocalipsis 2:10), sino que también se nos ha dado el mismo Espíritu con su fruto de fe y fidelidad para empoderar nuestra fidelidad a Dios, así como Jesús fue empoderado para ser fiel. No es una fidelidad distinta, es la misma fidelidad de Dios en la que Jesús caminó la que madura en nuestro corazón. Es la habilidad dada por el Espíritu para ser firmemente leales a lo que sabemos que es verdad y levantarnos a cualquier precio para hacerlo, incluso si es la muerte.

E incluso si la carne asoma su fea cabeza y no alcanzamos la gracia de Dios y no hacemos su voluntad, nada de lo que pudiéramos hacer nunca puede causar que Él sea infiel con nosotros, pues sigue guardando nuestras espaldas. “¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios?” (Romanos 3:3). Ese es el fruto plantado en nuestro corazón, la misma firmeza, fidelidad, y lealtad de pacto de Dios mismo. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23). Gloria a Dios que a medida que crece el fruto de su Espíritu en nosotros, ¡grande es su fidelidad para hacer también que seamos fieles a la fe!