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Gracia Estética

Nos encanta la idea de vernos bien. No solo físicamente, sino espiritualmente. Nos gusta que la gente piense que somos personas de fe, que oramos mucho, que ayunamos y que somos generosos. Pero, ¿qué pasa cuando esa imagen que mostramos a los demás no coincide con lo que hay en nuestro corazón?

Jesús confronta esta misma actitud en los fariseos. Ellos eran expertos en la gracia estética: la piedad que se ve por fuera. En Mateo 6, Jesús habla de tres prácticas espirituales importantes: la oración, el ayuno y la limosna (ofrendas). Y en cada una de ellas, les dice que no las hagan para que la gente los vea.

Él no estaba en contra de las prácticas, sino de la motivación detrás de ellas. Si oramos en las esquinas de las calles para que nos vean, ya recibimos nuestra recompensa: el aplauso de la gente. Si ayunamos con un rostro triste para que todos sepan que somos espirituales, ya recibimos nuestro pago. Si damos limosna con una trompeta para que nos admiren, ya obtuvimos lo que queríamos. La gracia que mostramos por fuera no tiene valor si no nace de un corazón transformado.

La verdadera gracia no es un disfraz. No se trata de una actuación para ganar la aprobación de los demás. La gracia que Dios nos da nos transforma por dentro, en lo secreto. Es en el lugar de la intimidad con Él donde somos verdaderamente justos, y eso se refleja de forma natural en nuestra vida diaria, sin necesidad de un público.

¿Estamos viviendo una gracia que se basa en la apariencia o en la verdad?

Oremos: Señor, no queremos vivir de apariencias. Ayúdanos a vivir una fe que sea genuina, que nazca de un corazón sincero y que te honre en lo secreto. En el Nombre de Jesús, amén