95 Tesis Para La Nueva GeneraciónMuestra

El cristianismo del siglo XXI debe colaborar en la tarea de sanar y proteger la naturaleza de los abusos, la contaminación y la avaricia
Cuando uno escucha sermones en muchas iglesias evangélicas, se cruza más de una vez con declaraciones bastante llamativas: que el fin está a la vuelta de la esquina, que todo será consumido por el fuego, que los santos se irán volando a la Nueva Jerusalén y que, a fin de cuentas, una catástrofe de proporciones bíblicas tampoco sería una noticia tan mala porque significaría que finalmente podríamos estar en plenitud con Cristo.
Los poco alentadores reportes sobre el cambio climático y los avisos cada vez más alarmantes al respecto de la extinción de especies naturales parecen no preocupar a muchos creyentes. En cada una de esas noticias, ven únicamente la confirmación de dos certezas. Primero, que esta tierra está por caducar. Y segundo, que nosotros no tenemos que preocuparnos porque, de cualquier manera, nos vamos al cielo. Incluso en un escenario casi apocalíptico como el de la pandemia global por la COVID-19, sigue brillando por su ausencia la reflexión sobre las consecuencias que arrastra la acción depredadora de la humanidad sobre el medio ambiente y la responsabilidad que le toca a la comunidad cristiana ante ese dilema.
Para entender este extraño panorama, necesitamos indagar una vez más en sus raíces teológicas. Ya dijimos más arriba que las misiones estadounidenses que regaron América Latina con el Evangelio durante buena parte del siglo XX intentaban distanciarse de los excesos de la teología liberal; la acusaban de estar demasiado enfocada en “las cosas de este mundo”. Si a esto sumamos el hecho de que los misioneros no eran ciudadanos de nuestros países —y, por ende, no tenían un gran interés en los asuntos “temporales”—, podemos hacernos una idea del tono de las enseñanzas.
La fe que aprendieron las iglesias evangélicas latinoamericanas rompía de lleno con la historia y los problemas colectivos, denunciaba como anticristiano a cualquier involucramiento social o político y exaltaba la salvación del alma como el núcleo fundamental (casi único) del Evangelio.
No es una sorpresa descubrir que, para esta tradición cristiana, la Creación es un dato menor; lo realmente importante es la Caída, la irrupción del pecado, porque esa es la cuestión que pone en movimiento el plan de redención. Una vez que el perdón de Dios llega a las personas, la existencia en esta tierra pierde toda relevancia: lo único que nos queda es arrepentirnos y esperar el fin. En consecuencia, no deberíamos dedicar tiempo a las preocupaciones del presente —que incluyen todo lo creado, desde la naturaleza hasta la sociedad—, sino tan solo a “los asuntos espirituales” y la eternidad.
Sería anacrónico decir que Lutero fue un ambientalista. De hecho, no encontramos en él la claridad ecológica de alguien como Francisco de Asís, que podía hablar de la naturaleza con una inmensa sensibilidad: «Hermano sol», «hermana luna», «hermana agua», «hermano fuego», «hermana tierra». La reflexión sobre la naturaleza es tangencial en Lutero y generalmente está inmersa en una preocupación por el carácter de Dios y la forma en la que la humanidad puede salvarse. Uno de los mejores ejemplos de esto es el sermón La promesa de Dios para la creación que gime, que afirma: «La creación, entiéndelo bien, tiene que hacerte sentir que los servicios que te presta, no te los presta de buena gana. Y lo has merecido ampliamente, como advertencia de que debes arrepentirte y llevar una vida mejor».
No obstante, su posición se vuelve interesante cuando la comparamos con las otras dos grandes fuerzas de transformación cultural de su tiempo: el humanismo de Pico della Mirandola o Erasmo de Róterdam, y el Renacimiento de Botticelli o Miguel Ángel. Los puntos en común entre Reforma, humanismo y Renacimiento son numerosos: rechazo de la hegemonía escolástica, deseo de volver a las fuentes, crítica a la jerarquía, desacralización de la religiosidad tardomedieval, por nombrar solo algunos. Sin embargo, en un aspecto Lutero se distinguió irreversiblemente de sus contemporáneos.
Erasmo y Miguel Ángel vociferaban con entusiasmo las posibilidades de la libertad. Confiaban de forma casi ilimitada en la capacidad humana para alcanzar el progreso a fuerza de voluntad y defendían el dominio absoluto de la humanidad sobre la naturaleza. Esas intuiciones pusieron las bases del paradigma moderno, que brota incipiente ya en el Siglo XV pero que alcanzó su esplendor en la Ilustración. La confianza en la razón y el instinto prometeico del humanismo y el Renacimiento motivó el dominio moderno sobre la naturaleza con el fin de lograr el mayor rendimiento posible. No debían existir límites frente al deseo de conocerlo y poseerlo todo. La Creación se convirtió en un bien de consumo, cuya única función era pavimentar la utopía del progreso.
La profunda frustración espiritual de Lutero le quitó todo optimismo sobre la libertad y la habilidad de superarnos o hacer el bien. Sus patéticos lamentos sobre la condición humana dejan poco espacio para la arrogancia o para utópicas gestas de conquista. Ante el Dios que se revela a nosotros, lo único que nos queda es la humildad, el respeto, la gratitud.
Y si, como sugiere Romanos 1, la naturaleza es el manuscrito universal y público de Dios, entonces nuestra actitud ante semejante teofanía no puede ser otra que la mayordomía prudente. No la indiferencia piadosa, no el extractivismo salvaje, no la escatología escapista, sino el servicio a Dios —que lo hizo todo bueno— y al prójimo —que está, desde ya, sufriendo las consecuencias de nuestra arrogancia planetaria—.
La Creación gime de angustia, como si tuviera dolores de parto, esperando «el día en que será liberada de la muerte y la descomposición, y se unirá a la gloria de los hijos de Dios» (Ro. 8:21 NTV). Ojalá esos quejidos, que en este punto de la historia se han vuelto casi ensordecedores, logren conmover las conciencias de algunos santos distraídos antes de que sea demasiado tarde.
Escritura
Acerca de este Plan

¿Qué significa seguir a Jesús con integridad en tiempos de incertidumbre, ruido y superficialidad? Este plan devocional, basado en fragmentos del libro "95 tesis para la nueva generación" de Lucas Magnin, invita a redescubrir una fe con sentido: honesta, encarnada, desafiante. En cada día encontrarás ideas que confrontan, iluminan y abren camino para una vida espiritual sólida, bíblica y relevante.
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Nos gustaría agradecer a Lucas Magnin por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: www.LucasMagnin.com