Rendición

La crianza parental, más que cualquier otra cosa en la vida, nos enseña que no estamos en control. No podemos controlar las percepciones, reacciones, interpretaciones o conductas de las personas. Sin importar cuánto queramos que sea todo lo contrario, no estamos en control de las decisiones de nuestros hijos ni del resultado de éstas. 

Siempre soñé con tener la familia perfecta. Pensé que había una fórmula y, que si formaba a mi familia de cierta manera, los resultados serían los que yo imaginaba. No sabía que la bendición estaría mezclada con mucho trabajo duro, lágrimas, preguntas y sufrimiento. 

Mi hijo mayor es mi hijo pródigo. Muy parecido a la parábola en Lucas 15, se apartó de nuestras enseñanzas para forjar su propio camino. Cuando estaba en la escuela secundaria, lo enviamos a un internado. El camino oscuro y sinuoso que nos llevó a tomar esa decisión fue aterrador. Estaba bebiendo, fumando vaporizadores y cigarrillos, y estaba completamente fuera de control. Lo amo sinceramente, y temía por él y su futuro.

Mientras estuvo lejos, escuché el cántico que dice “todo a Jesús le rindo. Le entrego todo a Él. Por siempre le amaré y confiaré en Él. En Su presencia viviré todos los días”. Lo repite. 

Fue una constante batalla soltar el control y confiarle mi a hijo Dios. Fue extenuante. Me aferré a la promesa en Isaías 40:31 que lee “pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán”. Necesitaba Su fortaleza en cada paso.

Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que sin importar la fórmula que siguiera, no depende de mí en qué se convertirán mis hijos. Las pérdidas y triunfos, los éxitos y fracasos no son míos. Al igual que yo, mis hijos también tienen libre albedrío. Mis hijos tienen un vacío en su corazón que solo Dios puede llenar. Así como Dios me buscó cuando me alejé lo más lejos y rápido que pude, Dios los busca a ellos y les ofrece la opción de rendirse y elegirlo a Él.

Aún estoy aprendiendo a rendirme y soltar mis hijos a Dios. Ahora sé que solo puedo hacer lo mejor por guiarlos y luego debo elegir confiar en el Señor. Afortunadamente, cuando confío en Dios, Él es fiel para renovar mi fuerza. 

Si eres como yo y luchas con confiarle tus hijos a Dios, permíteme animarte. Sin importar lo que yo haya pensado cuando era joven, no hay familia perfecta. No existe una solución rápida para nuestros problemas. Solo un día tras otro de saber que las promesas de Dios son verdaderas y elegir rendirnos. Esa es la única fórmula que he encontrado que funciona: rendirse, tener fe en Él, encontrar fortaleza, repetir.