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Bendición #8—Nos enseña teología del evangelio

Justo cuando el coronavirus se convertía en una pandemia global, estaba intentando volver a casa. Tras un breve viaje a Israel, me encontraba a una escala en Polonia y a un vuelo oceánico de casa. Y ¿adivinen quién estaba sentado junto a mí en el avión? Una europea mayor, tosiendo.

En el munto antes del coronavirus, eso no me hubiera causado ningún problema. Su tos era esporádica. Pero cuando la policía militar polaca nos estaba tomando la temperatura, su situación era seria. De hecho, era tan seria que cada vez que ella tosía, yo me inclinaba al otro lado.

No me enorgullece haberme inclinado, por cierto. No creo que sea lo que Jesús hubiera hecho. De hecho, no es lo que Jesús hizo.

“Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció”. (Mateo 8:2-3) En amor, Jesús tocó a un hombre enfermo. En una cultura en la que se mantenían a más de dos metros de distancia de los leprosos, Jesús rompió las reglas y trajo bendición.

¿No amas eso de Él?

Porque Jesús también pudo haber mantenido Su distancia de nosotros. Mientras la ira incendiaba nuestras mentes y palabras egoístas salían de nuestra boca en incontables discusiones, Él pudo haberse aislado en el cielo de la pandemia de nuestro quebrantamiento. Pero no lo hizo. Caminó entre nosotros. Nos alcanzó con Su mano para bendecirnos. Hasta nos abrazó para sanarnos.

Jesús no solo se arriesgó cuando fue concebido como uno de nosotros. Sabía exactamente lo que la vida en esta tierra le traería. Sin embargo, en amor loco, escogió ese camino para que nuestra enfermedad espiritual no terminara en muerte eterna sino en vida con Dios.

¿No lo amas por ser así?

Si este virus y todo el aislamiento social nos hace maravillarnos ante el amor generoso de Jesús, todo habrá valido la pena. Una prueba más de que Cristo > Coronavirus.